El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 23 – Parte 2

  Leo se acercó a la mesa y se inclinó hacia la copa para verla más de cerca. Poniendo el dedo en el pie de la misma, lo arrastró con suma lentitud hacia él, comprobando que se había partido a la mitad, pero no en un corte recto. ¿Acaso era posible eso?

  —Otra vez —dijo Leo, apuntando con sus dos primeros dedos a lo que quedó de la copa. Con un gesto en remolino en el sentido contrario a las agujas del reloj, los trozos de la copa volvieron a su lugar original.

  —¿Eso que acabas de hacer es obra de un don?

  —Deja ya de distraerte e inténtalo de nuevo, por favor.

  Nathaly se resignó y obedeció, pero el resultado fue incluso peor. A pesar de ello, Leo siguió pidiéndole una y otra vez que lo hiciera de nuevo.

  —Leo…

  —Una vez más. —Volvió a recomponer la copa.

  El noveno intento terminó igual que los anteriores. Leo no entendía cómo alguien que tenía unas dotes de lucha precisas y sólidas podía ser un tremendo desastre con la magia más sencilla. ¿Cómo lograba realizar difíciles hechizos que rozaban la perfección si no era capaz de hacer algo tan simple como mover un objeto ligero? ¿Acaso…?

  —Lo siento —se disculpó Nathaly—. Creo que estoy más nerviosa de lo habitual.

  —Nathaly —saltó, sin apartar la mirada de los trozos de la copa.

  —¿Sí? —preguntó con temor.

  —No vuelvas a disculparte si no es para hacerlo contigo misma, y mucho menos utilizar tu lógica para buscar una excusa con tal de sentirte mejor.

  —Pero… —se sintió confundida.

  —¿Acaso te pedí que no lo hicieras?

  —No, pero…

  —¿Acaso la copa fue la que te pidió que no lo hicieras?

  —No, pero…

  —¿Acaso crees que la magia sale por sí sola y no hace falta aprender a controlarla?

  —Pues supongo que…

  —Todos hemos tenido que aprender desde pequeños, y si venimos a Zhorton es porque necesitamos seguir aprendiendo. No te presiones a ti misma hasta la saciedad solo porque tú no recuerdas ni cómo mover una copa. Eres capaz de hacer cosas mucho más difíciles, cosas que un alma blanca de tu edad no sería capaz de hacer.

  —Sí, sí, ya sé lo que me vas a decir —dijo enseguida—. Es cuestión de tiempo que mejore.

  —No. El que a ti no te salga no es cuestión de tiempo.

  —¿Qué?

  Leo tomó su mano y posó la yema de los dedos en el centro de su palma. Fue un toque suave, sin presión, pero Nathaly sintió algo extraño, algo que rozó su alma con dulzura y que a su lógica no le gustó en absoluto.

  —Tu mano está caliente —dijo Leo. Al ver que su rostro no cambiaba de expresión, añadió—: Normalmente las tienes frías.

  Al escuchar eso, Nathaly se llevó la otra mano a la mejilla de inmediato.

  —Pero si mis dedos están fríos —comentó extrañada.

  —Me refería a la mano con la que has hecho magia. Y no a los dedos, ¡sino a la palma de la mano! —Se la mostró en sus narices, agitándola un par de veces.

  En cuanto Leo la soltó, Nathaly se llevó la mano a la mejilla. Al momento la apartó y la miró con incredulidad. ¿Cómo era posible que estuviera caliente si en esa mano también tenía los dedos fríos? No siendo capaz de asimilarlo, palpó la palma de su mano y los alrededores de la misma, pero no sintió molestia alguna. Ni dolor, ni ardor, ni nada que le indicase que se hubiera podido quemar con su propia magia.

  —Algo no va bien —dijo Leo—. Deja que vea lo que sucede mientras lo intentas de nuevo.

  —¿Qué vas a hacer? —Se giró nerviosa, pues Leo se estaba colocando detrás de ella.

  Leo clavó la mirada en sus ojos, molesto por su insinuación.

  —¿De nuevo me comparas con él?

  —Lo siento —se disculpó, avergonzada.

  —¿Por qué te disculpas de nuevo? Solo te he hecho una pregunta.

  —Lo siento —se sintió mal por ello.

  Leo dejó escapar un agotado suspiro.

  —Nathaly, la desconfianza anula todo sentimiento positivo.

  —¿Eh? —dijo por puro despiste.

  —Que sin un sentimiento positivo que me afecte, no tengo excusa alguna para regañarte, y mucho menos para enfadarme contigo. ¿Lo entiendes mejor así?

  —Pero… ¿no estás enfadado porque te he comparado con un humano?

  —No estoy enfadado, sino molesto. Y no estoy molesto por eso, sino por tu desconfianza.

  —Es que no estás siendo tú.

  —¿Acaso piensas que me interesa algo más de ti que no sea comer tu comida todos los días?

  Nathaly agachó con lentitud la mirada y terminó por negar con la cabeza. Leo no perdió más tiempo y, tomándola de los hombros, la forzó a girarse de nuevo.

  —Necesito tener contacto contigo para averiguar qué es lo que te impide crear magia sencilla con normalidad. ¿Me puedes dar tu mano izquierda, por favor?

  En cuanto Nathaly se la dio, Leo la tomó de tal forma que solo las yemas de sus dedos tocaron la palma y el dorso de su mano. Nathaly, que aún recordaba las advertencias de su tío sobre Leo, sonrió para sus adentros. «Así que para eso querías mi mano. Para notar mi actividad interior», concluyó en su mente.

  —Levanta la copa de nuevo, por favor.

  Nathaly respiró hondo y dirigió los dedos hacia la copa. Los giró, los elevó con calma diez o quince centímetros de altura y paró. Su rostro se quedó perplejo. ¡Se había olvidado de tener cuidado y, aun así, la copa estaba intacta!

  —Leo, no tiene gracia —protestó con dulzura.

  Leo la miró con pasividad. Como Nathaly no reaccionaba, tomó su muñeca, la agitó con suavidad frente a ella y señaló con la cabeza hacia delante. Nathaly comprobó con sus propios ojos que la copa se movía en perfecta coordinación con los movimientos de su mano.

  —¿Decía, señorita?

  —Perdona. Creía que la estabas controlando tú.

  Olvidándose del tema al instante, Leo le dobló los dos primeros dedos de golpe, haciendo que la copa saliera disparada hacia ellos. Antes de que esta consiguiera estamparse contra Nathaly, la cogió al vuelo por el tallo.




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