El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 24 - Mis más sinceras disculpas

  —Buenos días, Leo —saludó Nathaly con voz apagada, nada más entrar en la cocina.

  Nathaly jamás imaginó que intentar manejar los sentimientos fuera tan agotador. El resto del día anterior estuvieron intentando entenderse de mil maneras distintas, pero nada funcionó. Fue exasperante.

  —Haz el favor de levantar esos ánimos. Las prácticas de ayer solo han sido el comienzo.

  Nathaly cerró los ojos con amargura. Si hubiera sabido que sería así de tozudo e insistente...

  —¡Ay! —Recibió un pellizco en el brazo, el cual le hizo dar un pequeño brinco—. ¡Leo!

  —Deja ya de quejarte y haz el favor de ser más positiva. No quiero tener la sensación de estar comiendo barro, y mucho menos descubrir a qué sabe.

  Nathaly se puso frente a la encimera y se dio cuenta de que había más platos que en estos últimos días. Ocho, para ser exactos, sin contar con el suyo, que ya estaba preparado, como de costumbre. Hoy tocaba un par de tostadas con mermelada de melocotón, un croissant, una manzana y un vaso de gilkys.

  —¿Vas a desayunar dos platos más de lo que te he preparado últimamente?

  —Hoy el gobernador me ha sacado a rastras a las cinco de la mañana y tus clases de mañana te harán ahorrar magia. ¿Responde eso a tu pregunta?

  —Ya veo. Te ha estado entrenando porque se tenía que marchar pronto, ¿verdad?

  —Sí. Tiene cosas que hacer, así que estaremos solos hasta la hora de comer.

  Nathaly, que había cerrado los ojos para concentrarse en un recuerdo feliz, pasó la mano sobre los platos en cuanto obtuvo el sentimiento que buscaba.

  —¿Moony tampoco está?

  —No. Se ha ido con ellos —contestó Leo, mientras cogía uno de los platos y tomaba una croqueta con los dedos. Antes de darle un mordisco, añadió—: Sírvete. Lo que está preparado es para ti.

  Nathaly cogió la manzana que había al lado de su plato y fue a lavarla. Cuando regresó a por su desayuno, este salió volando hacia la mesa.

  —Gracias —fue la única palabra que logró escapar de sus labios.

  Pero Leo, que seguía picoteando de pie con una expresión cómica de catador que no le pegaba en absoluto, no la hizo ni caso, así que Nathaly se fue a la mesa para comenzar a desayunar. Poco después, Leo pasó por detrás de ella y se sentó a su lado.

  —¿Qué? —soltó Leo, al ver que Nathaly lo miraba con perpleja confusión.

  —Creía que te sentarías frente a mí.

  —Nunca me siento de espaldas al gobernador.

  —Pero si hace un momento has dicho que estaremos solos —comentó Nathaly, tras pensarlo un segundo—. No entrará por esa puerta hasta mucho más tarde.

  —Esté o no, nunca cambiaré esa costumbre.

  —¿Y eso?

  —No te imaginas todos los dones que tiene a su disposición.

  —¿Y tú los conoces todos?

  —Todos y cada uno.

  —¿En serio? —le asombró.

  —En caso de que él muriera, tendría que sustituirle. Al menos hasta que encontráramos al siguiente gobernador. Ya sabes, no soy un alma blanca cualquiera.

  —No. Eres el heredero de Leozwort.

  —Para mi desgracia —dijo sin muchos ánimos—. Alguien tenía que serlo.

  Nathaly agachó la vista, triste y preocupada. Todos daban por hecho que Leo moriría a manos del mal, pero ella se negaba a aceptar su destino. ¡Él no debía rendirse todavía!

  —Leo, tienes que pensar en positivo. Si el guardián...

  —El guardián desapareció unos meses después de que te llevaran a la Tierra —la interrumpió con brusquedad—. No hay rastro de él ni del cetro.

  —¿El cetro?

  —Olvídalo. Es algo que no puedo ni nombrarte.

  —¿Por qué? ¿Qué problema hay con el guardián? ¿Acaso nadie puede saber nada sobre él?

  —Tú eres la única en todo el Zafiro Esmeralda que no conoce su leyenda.

  —¿La única? —se sorprendió.

  —Sí. Vamos, no te entretengas más y desayuna. Tenemos mucho trabajo por delante.

  —¿Eso quiere decir que conocí al guardián? —preguntó Nathaly, mientras cogía la tostada.

  —Si en el pasado lo hubieras conocido, el gobernador ya habría intentado indagar hasta en el rincón más oscuro de tu mente.

  —No sé por qué, pero eso suena espeluznante. Espera —dijo de repente—. No me digas que...

  —Sí. Él se adentró en mi mente, pero no logró averiguar nada. Y no, no recuerdo al guardián. Ni siquiera estoy seguro de que lo hubiera conocido en el pasado.

  —Eso quiere decir que el gobernador tampoco sabe quién es.

  —No lo sabe, pero meses atrás recordó haberlo conocido.

  —¿De verdad? —preguntó esperanzada—. ¿Y cómo es?

  —Yo no he dicho en ningún momento que recordara su aspecto.

  —Entiendo... ¿Y no hay nada por lo que podamos identificarlo? Una marca de nacimiento, un objeto que siempre lleve consigo...

  —Nathaly.

  —¿Sí?

  —Deja ya de hablar y desayuna de una vez. Estamos perdiendo tiempo.

  —Perdona.

  Después de desayunar vinieron las interminables clases de Leo. Los sentimientos habían pasado de ser una cosa que Nathaly no entendía a convertirse en un verdadero desafío para su lógica, que acabó más de una vez con una marea de pensamientos difíciles de catalogar. No obstante, la desesperación, la frustración y el agotamiento mental de Nathaly no parecían tener efecto alguno sobre Leo, que seguía intentando que aprendiera a diferenciarlos, a intentar sentirlos e incluso a crearlos. Menos mal que a media tarde Nathaly logró convencerlo para que lo dejaran por hoy, consiguiendo así un merecido respiro. Claro que, a cambio, tenía que seguir leyendo los libros que aún tenía pendientes.

  Yendo a su habitación, Nathaly tomó Las tres razas mágicas: los sentimientos y necesidades de cada una y se sentó en medio de la cama. Sumergiéndose en sus páginas, las horas fueron pasando sin que se diera ni cuenta, y solo cuando tuvo la necesidad de frotarse los ojos a causa del sueño, se percató de que afuera ya era de noche. Echando un vistazo a su reloj para ver qué hora era, su cuerpo se llevó un susto de muerte. ¡La una y media de la madrugada!




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