El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 25 — El vínculo

  Debido a los libros que tenía pendientes por leer, Nathaly no lo pasó muy mal durante el resto de la semana. Cuando por fin terminó la última clase del viernes, disfrutó de la idea de tener paz y tranquilidad hasta el lunes de la semana siguiente. ¿Había algo mejor? Pues sí. Justo antes de acostarse, terminó de leer el último libro que le quedaba. ¡Por fin! Ahora se podía centrar en algo que pospuso una y otra vez desde comienzos de curso: anatomía.

  Al día siguiente, Nathaly cogió su libro de anatomía y se dirigió a la biblioteca para reunirse con Leo, que no los acompañó en el desayuno porque ya había desayunado antes. Al ver que todavía no había llegado, se acercó a la primera mesa que había en el lado derecho; se sentó de cara a la puerta, abrió el libro por la primera página y empezó a repasar todo lo que habían dado hasta ahora. Aunque no formara parte de lo que iban a hacer este fin de semana, tenía que intentar que alguien la ayudara con lo más difícil, porque, si no, pronto perdería el hilo de esa asignatura.

  Al pensar que quizá Leo se negaría a colaborar en eso, Nathaly se desanimó. Su tío ya lo había intentado y no tenía paciencia, Moony y el gobernador siempre estaban ocupados, y Tom y Celia… Bueno, bastante hacían por ella. ¿Quizá debía preguntarle al profesor de anatomía si podía ayudarla fuera del horario de clases? La verdad, explicaba muy bien, pero…

  —¿Tanto te cuesta entenderlo?

  —Buenos días, Leo —le saludó con una sonrisa.

  Leo le quitó el libro de las manos y le echó un vistazo al contenido mientras se sentaba a su lado.

  —No entiendo qué parte de todo lo que el profesor Ric ha enseñado hasta ahora no entiendes. Esto lo sabría hasta un niño de cinco años.

  —Pues mira, no entiendo esto. —Le señaló con el dedo—. Ah, y tampoco esto. —Echó las páginas hacia atrás y señaló el título del tema en cuestión—. Y también…

  —Basta. —Agarró su muñeca—. No necesitaba una aclaración al respecto. Sé más que de sobra que no entiendes absolutamente nada.

  —Bueno, algo sí que entiendo —se justificó por pura vergüenza.

  —Nathaly, tú no eres inferior a nuestra inteligencia. Solo piensas como un humano. —Cerró el libro y lo dejó sobre la mesa—. Empecemos por el intercambio de información. A ver si así tu tozuda lógica deja de complicarte las cosas.

  Leo clavó el codo en la mesa y le ofreció su mano derecha. Nathaly, en lugar de aceptarla, solo la miró.

  —Si te sientes preparada, claro —añadió, al notar su nerviosismo y una marea de dudas que, ¡bendito don!, todas a la vez no era capaz de descifrar.

  —¿Es que acaso me va a doler?

  Leo elevó los ojos por debajo de los párpados. Ya estaba su lógica desconfiando de nuevo.

  —¡Pues claro que no! ¿Cómo llegas a esas absurdas conclusiones? Vamos, dame tu mano izquierda y empecemos de una vez.

  Cuando Nathaly le ofreció la mano, Leo la tomó por la muñeca y la colocó contra su mano derecha, palma con palma y yemas con yemas. En comparación con la de él, la suya estaba fría.

  —Relájate —le pidió Leo—. No me importa que tengas las manos frías.

  Nathaly asintió con una pizca de inquietud.

  —Tenemos que entrelazar nuestros dedos para realizar la conexión, y no tengo idea alguna de cuán profundo será el sentimiento que nos cause. Sigue mi ritmo e intenta mantener amarrados a tus sentimientos, por favor.

  —Lo intentaré.

  —¿Lista?

  —Sí.

  Bajando la vista a sus manos, Leo comenzó a entrelazar sus dedos con los de ella de un modo lento y cauteloso, porque en ellos, sobre todo en su cara lateral, había minúsculas conexiones que tenían conexión directa con el alma y los sentimientos. Cuando los dos llegaron a posar las yemas sobre la piel del otro al mismo tiempo, algo pesado y con enorme fuerza se extendió de golpe en el interior de ambos, envolviéndolos por completo y desapareciendo justo después.

  —¿Lo has sentido? —quiso asegurarse Leo.

  —Sí —contestó, igual o más aturdida que él.

  Los dos se perdieron en la mirada del otro por un instante, dándose cuenta de que habían sentido lo mismo. Y no hizo falta palabra alguna entre ellos para saberlo. Era como si, en vez de estar tomados de la mano, el otro fuera una parte más de sí mismo.

  —¿Es normal que sintamos esto? —preguntó Nathaly, que no sabía si asustarse o sentirse una extraterrestre.

  —Me temo que sí —contestó, no muy contento de confirmar sus sospechas.

  Leo deslizó el dedo índice de la mano que tenía libre por el dorso de su otra mano, haciendo lo mismo después con la de Nathaly. La pobre tuvo que controlarse lo mejor que pudo cuando sintió un dulce cosquilleo en la piel que la hizo temblar.

  —Nathaly —se contuvo Leo, a pesar de la rudeza en su voz.

  —Lo siento —musitó abochornada.

  Leo volvió a bajar la vista y soltó un resignado suspiro.

  —No puedo creer que también sienta eso —murmuró.

  Nathaly lo miró de reojo. El que Leo no pareciera molesto como otras veces la confundió.

  —No voy a regañarte por eso que denominas bochorno —aclaró Leo—. Tu aspecto solo está cumpliendo su función.

  Leo echó la manga de su chaqueta hacia atrás de un tirón y se arremangó la camisa. Cuando Nathaly vio que en su muñeca había una pulsera de hermosos rubíes y diamantes con una estructura idéntica a la suya, sus pensamientos enmudecieron de sopetón. Sus labios se separaron con la intención preguntar, pero, cuando Leo dejó al descubierto la suya, el miedo la dejó sin el más mínimo hilo de voz.

  —Tranquila —dijo Leo, mientras revisaba su pulsera—. Yo no soy un humano. No tienes nada que temer.

  —Lo sé —contestó, mientras templaba sus nervios.

  —Tu tía hizo bien en advertirte.

  —¿En advertirme? ¿Por qué lo dices?

  Leo apartó la vista de la pulsera, pero no la miró. No le convencía hablar, pero tampoco estaba de acuerdo en no darle respuestas al respecto. Queriendo asegurarse de tomar la decisión adecuada, alzó la vista para revisar los ojos de Nathaly, pero ella estaba inspeccionando ambas pulseras con detenimiento.




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