El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 26 — Demasiadas confianzas

  Una vez que terminaron de comer, Nathaly siguió a Leo por el pasillo hasta llegar a la entrada principal. Quedándose detrás de él, se quedó mirando cómo la desbloqueaba.

  —Llévate a Nerox al comedor —le dijo, mientras ambas puertas se abrían—. Encenderemos una de las chimeneas.

  —¿A Nerox? Pero Leo, él… —la interrumpió el sonoro aleteo de Nerox, que aterrizó frente a las escaleras de la entrada.

  —Deja ya de preocuparte —dijo Leo—. Aunque a los crizworts les agobie estar entre cuatro paredes, Nerox adora tu compañía. Te seguirá adonde vayas con tal de estar un buen rato a tu lado.

  Nathaly se resignó. ¿Cómo no hacerlo, con lo poco que veía a Arwok? Fue todo un placer estar con Nerox esa tarde y la mañana del día siguiente. En cambio, para Leo, fue inesperado, porque los sentimientos de Nathaly entraron en calma con facilidad gracias al contacto con su crizwort. Por fin podía relajarse a su lado sin tener que sufrir las consecuencias, y también disfrutar de una añorada tranquilidad que no tenía desde hacía tiempo, pues el vínculo entre ambos hizo que Nathaly se mantuviera entretenida devorando un libro tras otro. Si su mente se mantuviera así de callada casi todos los días, sería una compañía magnífica, ya que a él no le importaba absorber la información que Nathaly le brindaba sobre los humanos, por muy atroces y descabelladas que fueran sus acciones.

  La mañana del lunes se presentó como otra cualquiera para Leo. Estudiar, practicar, volver a estudiar, sustituir a un profesor en una clase de tercero, ir a alguna que otra reunión en la que sobraba… Sí, otro día más como otro cualquiera, excepto por una cosa: no lograba quitarse de la cabeza lo tranquilo que estuvo en los días anteriores con Nathaly y Nerox.

  No siendo capaz de aguantar hasta el fin de semana, Leo le pidió a Nathaly que se vieran en los establos una o dos horas al día nada más terminar las clases de la tarde, para seguir con intercambio de información. Como la compañía de Nerox estaba asegurada, Nathaly accedió al instante. Pero cuando Leo le demandó más tiempo, Nathaly no tardó en arrepentirse más pronto que tarde. Y es que, a pesar de que Leo le aseguraba una y otra vez que nadie se enteraría de sus encuentros a escondidas, a las pocas semanas ya estaba escuchando todo tipo de rumores: que si Leo estaba siendo presionado por los más altos cargos para satisfacer sus caprichosas peticiones, que si ella estaba controlándolo de esta o aquella manera mientras él no podía librarse de su control, o que ella quería quedarse con él y por eso lo había enfrentado con Layla, para así ocupar su lugar.

  —¿Qué? —saltó Nathaly estupefacta—. ¿Es Layla la que está esparciendo esos rumores?

  Leo abrió los ojos con pereza y la miró de reojo. Nathaly bufó.

  —¿Pero qué tiene esa chica contra mí?

  —Pregúntaselo a ella, no a mí —comentó Leo con fastidio, bajando los párpados de nuevo.

  Al darse cuenta de que había perdido la maravillosa calma que Nathaly le contagiaba, Leo refunfuñó para sus adentros. Con lo que adoraba esa calma… ¿En qué hora se le ocurrió decirle nada? Un momento. ¡Si él no le había dicho nada! «Maldición —protestó en la privacidad de su mente, mientras entreabría los ojos—. Esto ha sido cosa del intercambio de información».

  —No quiero hablar con ella —refunfuñó Nathaly.

  —No me extraña —se le escapó a Leo, al pensar en lo que Layla sería capaz de hacer si lograba disparar sus miedos.

  Nathaly prefirió cruzar los dedos para que pronto cesaran los rumores, pero eso no evitó que las chicas se obsesionaran todavía más con ella. No obstante, pensar en cómo sería torturada por ellas a partir de ahora era el menor de sus problemas. Desde que leyó la carta que escribió en el pasado, Nathaly no dejaba de preguntarse dónde estaría Nigrián y qué estaría tramando.

  —¡No me vengas con insensateces! —enfureció Nigrián en medio de un hermoso lugar bañado por la nieve.

  —¡Te dije que volvieras!

  —¡Cállate! —le gritó al amorfo lobo negro—. Tú ni siquiera sabes cómo piensa un alma blanca, y mucho menos sabes lo que él y ella sienten en estos momentos. ¿O me equivoco, Racknarok?

  —Si dejas que siga aumentando su magia…

  —Precisamente eso es lo que quiero, ¡lobo necio!

  —¿Qué? —saltó estupefacto—. ¿Acaso tienes la cabeza llena de serrín?

  Arremangándose el vestido, Nigrián salvó los pocos metros que los separaban y lo tumbó de una bruta patada en el cuello. Manteniéndolo prisionero con el pie, se inclinó hacia él.

  —El problema no es ella, ¡sino el cetro de Záyamon! Así que, te guste o no, seguiremos buscándolo. —Le dio un brusco apretón con el pie y lo dejó libre—. Vamos. —Dio media vuelta y retomó su caminar—. Reuniremos a los madkas de nuevo. Son excelentes rastreadores.

  —¡¿Es que has perdido la razón?! —bramó Racknarok, que corrió enseguida tras ella—. ¡Si haces eso, llamarás la atención de las almas blancas rastreadoras!

  —Almas blancas rastreadoras, almas blancas rastreadoras… —le imitó irritada, con voz bobalicona—. Hazme un favor ¡y cállate de una vez!

  —¿Y qué piensas hacer con ella?

  —¡Ya te lo he dicho! No haremos nada mientras siga sin recuperar ni un solo recuerdo que tenga que ver con el cetro de Záyamon.

  —Pero si sigue con el heredero, recuperará…

  —¡No recuperará nada! —le gritó a la cara—. ¡Cállate de una vez!

  —Grita, ¡grita como una desquiciada! —enfureció Racknarok, mientras ella retomaba el caminar—, pero los dos sabemos muy bien que si no quieres hacer nada es porque su magia haría que bajaras de poder.

  Nigrián se paró en seco y se giró con indiferencia, lo justo para mirar a Racknarok. La pareja de almas negras que la acompañaban se alejaron unos metros de ella sin dejar de mirar al suelo.

  —Ella no es nada sin ese asqueroso cetro.




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