El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 26 - Parte 2

  Antes de que llegaran a traspasar la puerta, la única que no se abría de todo Zhorton si no se desbloqueaba por dentro, Leo ya se había desvanecido con Nathaly gracias a la conversión de invisibilidad. El que pudiera hacerlo con ella lo descubrieron por casualidad, cuando un día, en medio de un entrenamiento, Nathaly se aferró a su cuello y ansió desaparecer con todas sus fuerzas, justo después de que él la atrapara por la cintura para que no cayera al suelo de espaldas. Así es como su conversión se activó para ambos, evitando así que Zarco los descubriera en semejante situación.

  Al principio, Leo solo lograba volverse invisible con ella si sus cuerpos estaban muy cerca, pero, poco a poco y sin saber muy bien cómo, consiguió que, con solo mantenerse cogidos de la mano, fuera más que suficiente. A Nathaly le resultó sorprendente. Nadie los percibía, traspasaban paredes, puertas y personas sin que nadie notara nada, y eran capaces de llevar cualquier objeto con ellos. Eso sí, lo de compartir su conversión solo podía hacerlo con ella. Y no, no era gracias a su vínculo. O al menos eso pensaba él.

  Una vez que entraron en la cocina, Leo se hizo visible y le soltó la mano. Acercándose a la encimera antes que ella, ordenó al armario adecuado que se abriera para coger un tarro que estaba repleto de infusiones de manzanilla.

  —Espera —le frenó Nathaly—. Hoy me apetece una infusión de tila y melón.

  Leo no hizo objeción alguna y cogió el que Nathaly quería. Mientras ella se entretenía en abrirlo, vertió agua en un vaso, se la calentó y se lo acercó.

  —Gracias. Pero la próxima vez no hace falta que te molestes en calentarlo. —Nathaly echó el saquito en el vaso.

  —No es ninguna molestia. —Tomó sus manos para evitar que tocara el vaso y se quemara—. Es cuestión de ahorrar tiempo para pedirte otro favor a cambio.

  —¿Otro favor? —Parpadeó un par de veces, sorprendida.

  —¿Algo de comer para mí? —Soltó las manos de Nathaly con delicadeza—. Si no es mucha molestia.

  Nathaly dibujó una sonrisa en vez de reírse. Ahora sí tenía sentido que quisiera acompañarla a la cocina.

  —¿Me ayudas con la vajilla?

  —Por supuesto —contestó Leo.

  Con unos cuantos gestos de sus dos primeros dedos, Leo desplazó el vaso hacia el fondo y sacó dos platos, un par de cubiertos y un vaso. Mientras tanto, Nathaly elegía los tarros.

  —¿Te hago algo para picotear?

  —¿Desde cuándo tengo cara de pájaro?

  Nathaly se aguantó la risa y sacó tres tarros que contenían bocaditos salados y dulces. Unos eran de pan integral, otros de masa hojaldrada y otros de pan dulce.

  —¡Leo! —se sobresaltó Nathaly, al notar cómo sus dedos le recorrían la espalda—. ¿Por qué me estás explorando? Deja que al menos no me sienta invadida durante los días que haya clase.

  —¿Y cuál es el problema? No te disgusta que lo haga. —La tomó de los hombros y la obligó a girarse de nuevo.

  —¿Y por qué tienes que explorarme ahora? —Se volteó irritada.

  —Porque diciembre está a la vuelta de la esquina y pronto nevará.

  —¿Y cómo sabes que nevará? ¿Es que aquí nieva todos los años?

  —Ya tendría que haber descubierto cómo desbloquear esa parte de tu alma, pero el que no seas un alma blanca mágica ni haya muchos datos sobre las almas blancas humanas no me lo está poniendo nada fácil. Y no, no pienso rendirme. Nos pondremos con ello este fin de semana. No pienso dejar que pase más tiempo. Y sí, todos los años nieva en diciembre y no para hasta finales de enero.

  —¿En serio? —se alegró Nathaly.

  —Sí.

  —Entonces no entrenaremos, ¿verdad? —Sonrió de oreja a oreja.

  Leo señaló hacia la encimera con la cabeza y Nathaly se giró. Al ver que él ya había sacado todo lo que quería, pasó la mano por encima del plato y se giró de nuevo, impaciente por oír su respuesta.

  —Yo no he dicho eso —contestó por fin.

  —¿Pero es que piensas hacerme entrenar con nieve de por medio? —se escandalizó Nathaly.

  —Yo pienso entrenar. Lo que hagas tú, me da igual.

  Abatida, Nathaly no solo ahogó las esperanzas que se había creado, sino también las ganas de tomarse la infusión. Estaba tan caliente que aún debía esperar un poco para tomar el primer sorbo. No como Leo, que ya había tomado un pequeño croissant y se lo estaba comiendo tan tranquilo, con el culo apoyado en la encimera.

  —¿Y si no consigues desbloquearlo? —le planteó Nathaly—. La verdad, Leo, sé que dije que no quería parecer una rara poniéndome capas de ropa encima cuando la gente va nada más que con su uniforme de la escuela, pero a estas alturas y con el frío que hace... Si va a venir con más fuerza, me voy a plantear ser una rara, qué quieres que te diga.

  —Deja de utilizar esa palabra. Tú no eres rara. Eres especial.

  —Gracias por el cumplido, pero ya sabes que eso no me sirve de mucho.

  —Por supuesto que no. Solo soy alguien al que utilizas para tus propios fines y con el que nada más tienes la suficiente paciencia como para lidiar. Normal que mi opinión sea anulada por tu lógica.

  —¡Serás...!

  Callando de mala gana, Nathaly cogió la infusión, sopló un par de veces y tomó un pequeño sorbo en silencio. Su lógica no dudó en aprovechar la ocasión para deshacerse de sus sentimientos ejecutando su brillante plan.

  Se iba a enterar.

  —Es cierto que no hay etiqueta que pueda definir nuestra relación, pero... Qué curioso que seas capaz de estar tan cerca de una chica que no está enamorada, ¿no? —dejó caer como si nada—. Una chica de primer curso que te ha tocado más veces de las que puedes contar. Me pregunto por qué será.

  —Ni se te ocurra ir por ese camino —exigió, harto de que tocara de nuevo ese tema.

  —Vamos, admítelo. A pesar de que no me recuerdas y has hecho lo imposible por alejarme de ti, te caigo bien. Y si te caigo bien no es porque mantienes una relación conmigo de puro interés, sino porque hay algo más. Si no, ¿por qué cesarías tus intentos de alejarme de ti y me permitirías estar a tu lado en casi todo momento?




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