El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 27 - El enfrentamiento

  Tras otro fin de semana entrenando por las mañanas, estando un buen rato con Arwok después de comer e intercambiando información hasta la hora de la cena, se hizo inevitable que llegara el lunes. La primera clase que Nathaly tenía era con su tío Zarco, así que no podía quejarse. Al menos ella era la única que no lo hacía.

  —Por favor, no os molestéis en sentaros ni en llevaros apuntes —anunció Zarco, mientras se acercaba a su escritorio con un tarro de contenido negruzco. Al llegar, se inclinó para tomar algo del cajón y añadió—: Seguidme.

  La gente se levantó y los murmullos se extendieron enseguida. Nadie, salvo Nathaly, sabía lo que iban a hacer hoy. El gobernador opinó que era mejor así porque a ningún estudiante le gustaría saberlo por adelantado. Ni siquiera a Leo le agradó su primer encuentro con un espectro, que en su caso no fue en unas prácticas controladas bajo la atenta mirada de Zarco.

  Saliendo al patio delantero, Zarco los encerró a todos en un amplio rectángulo de color azul celeste que desprendía pequeñas partículas del mismo color, las cuales ascendían con suma lentitud hasta alcanzar los tres metros de altura. Su raza lo llamaba campo de fuerza, y no era la primera vez que Nathaly veía uno. En el reino de los elfos lo utilizaron muchas veces para delimitar el campo de entrenamiento, y los había de todas las formas y colores, aunque los más habituales eran invisibles.

  —Haced grupos de tres —dijo Zarco sin pararse.

  Nathaly buscó a Celia y a Tom con la mirada. Aliviada de que la sonrieran y la llamaran con la mano, corrió a reunirse con ellos.

  —Atención, por favor, porque no pienso repetirlo dos veces —dijo Zarco, alzando la voz—. Sé que enseñaros un espectro avanzado es algo precipitado, pero, con lo que la profesora Zoe y yo os hemos enseñado hasta ahora, os será suficiente para el ejercicio de hoy.

  —Nathaly, ¿tú sabes qué es lo que haremos? —preguntó Celia por lo bajo.

  —Mejor que no tengas prisa en saberlo —le susurró.

  —Como os gusta tanto juzgar los errores de vuestra compañera Nathaly —prosiguió Zarco—, no solo en mis clases, sino también en las de otros profesores, hoy voy a dejar que os enfrentéis por grupos al espectro avanzado que hay en este tarro. Mientras, vuestros compañeros...

  La gente se alzó en protestas al instante, tragándose la voz de Zarco.

  —¡Silencio! —estalló Zarco enfadado—. ¡Si tienen alguna queja al respecto, hágansela saber al señor Leo, que ha tomado sin mi permiso todos los espectros de niveles inferiores que había en mi despacho!

  Un escalofrío recorrió la espalda de Nathaly. ¿Es que los espectros que había traído Leo los últimos fines de semana eran de su tío? Tenía que haberlo sospechado.

  —Así que, les guste o no —prosiguió Zarco—, esto será una clase de entrenamiento y no de enseñanza. Quiero que sus seis sentidos estén bien atentos, porque como tarea les voy a solicitar que me describan lo que cada grupo, excluido el propio, ha hecho bien y ha hecho mal. ¿Alguna pregunta? Perfecto. ¿Quiénes quieren ser los primeros?

  La gente evitó la mirada de Zarco. Muchos de los presentes hasta disimularon.

  —¿Qué tal si empieza Nathaly? —sugirió una chica.

  —Sí —saltó enseguida otra. Muchas se unieron a la solicitud de la primera.

  —Conforme —dijo Zarco, alzando la voz y la mano para frenar semejante jaleo—. Nathaly, ven con tu grupo. Al resto os quiero al fondo lo más distribuidos posible. Y tened los ojos bien abiertos, por favor, porque muchos de los ataques no serán desviados.

  Mientras todos obedecían, un buen puñado de chicas cuchichearon entre ellas en tono divertido a la par que retorcido. Nathaly sospechó que hablaban de ella, pero no se molestó por ello. En su lugar, sonrió con seguridad y avanzó hacia el centro. Celia se apresuró a alcanzarla mientras intentaba no exteriorizar el pánico que estaba sintiendo, y Tom, que iba detrás, se empezó a arrepentir de no haberles pedido a sus padres algunos consejos.

  A un metro de los límites del campo, Zarco dejó el tarro en el suelo y rebuscó en el bolsillo de su pantalón, de donde sacó un par de bolitas de acero que tiró a ambos lados del tarro. Antes de que tocaran una sola brizna de hierba, se convirtieron en un par de oscuras cadenas que cayeron inertes al suelo.

  —El círculo —habló Zarco, después de darse la vuelta y empezar a caminar con calma por el lateral derecho del campo— nos protegerá del espectro en caso de que necesitáramos abandonarlo. Pero os lo advierto: sin mi permiso está prohibido pasar al otro lado. Quien salga sin mi autorización se enfrentará solo al espectro.

  Cuando Zarco llegó a la misma altura donde estaban posicionados Nathaly, Celia y Tom, se paró y se giró. Posó la mirada en el tarro, dirigió su mano derecha hacia él y, con un sencillo gesto de sus dedos, la tapa de cristal saltó.

  La gente retrocedió unos pasos con temor al ver que del tarro salía un humo negro y espeso que poco a poco se iba haciendo más grande. Nathaly fue la única que se quedó bloqueada. Ese humo se parecía más al de sus sueños que al de los espectros con los que había practicado hasta ahora, y, debido a eso, se puso nerviosa. «Tranquilízate —se intentó convencer a sí misma, mientras cerraba los ojos y respiraba hondo—. Estás con tu tío. No hay nada que temer».

  El humo, que fue tomando forma y solidez, se terminó convirtiendo en un hombre de mediana edad con un aspecto muy tétrico, que, con una mirada vacía y un rostro repleto de odio, fue directo a por Nathaly en cuanto la vio. Por suerte, nada más dar el primer paso, las cadenas que descansaban en el suelo se lanzaron a por sus muñecas y, enroscándose en ellas con fiereza, lo hicieron frenar en seco. En cuanto se dio cuenta de que estaban bien enterradas en el suelo, dejó de intentar liberarse y la miró con rencor.

  —¿Un alma negra? —se escandalizó Ulises—. ¿Qué significa esto, profesor?




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