El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 27 - Parte 3

  —Nathaly —dijo Zarco, dándole así permiso para que se encargara de la situación.

  Sin perder ni un segundo más, Nathaly empujó a Ulises a un lado y lanzó una esfera de luz con fuerza y decisión, al mismo tiempo que el espectro lanzaba la suya con la misma determinación. Muchos se taparon el rostro con los brazos para protegerse de la onda expansiva que ambas generarían al chocar, pero eso jamás sucedió. Los pocos que se habían atrevido a seguir mirando vieron que la esfera de luz había destrozado a la esfera oscura como si de humo se tratara, y que, además, había arremetido contra su creador de un modo brusco y violento. Y esta vez, a diferencia de la anterior, el campo de fuerza sí aguantó.

  —Pues no era tan fuerte como pensaba —comentó Nathaly en voz alta, mientras veía cómo el espectro temblaba al intentar levantarse unos míseros centímetros.

  —Más bien te has excedido —le fastidió a Zarco—. ¡Has hecho que baje al nivel más bajo!

  —Lo siento, profesor. Yo...

  Ignorándola, Zarco se dirigió hacia el espectro, que seguía manteniendo su aspecto salvo por las oscuras y finas grietas que se extendían por toda su piel, la cual lucía más pálida y lisa que al inicio. Mientras tanto, la gente se preguntaba cómo era posible que Nathaly hubiera logrado que bajara tanto de nivel con un solo ataque, sobre todo cuando esa cara del mal, segundos antes, se había alimentado de un sentimiento negativo procedente de un alma blanca.

  —Vosotros tres, al fondo, ¡ahora! —ordenó al grupo de Nathaly con un gesto de su mano, nada más terminar de revisar al espectro—. El grupo de Ulises, al centro. ¡Vamos!

  —Pero profesor...

  —¡No hay peros que valgan! ¡Muévanse! ¡AHORA! —estalló. Al ver que por fin se movían, se tapó la boca con la mano, soltó el aire retenido por la nariz y, en cuanto bajó la mano, dijo en voz baja—: Por las estrellas del cielo, es que ni sé de dónde saco tanta paciencia. Qué ruina.

  Con pasos apresurados, Zarco salió del campo de fuerza y desapareció entre un haz de luz. Nathaly se quedó perpleja cuando la gente entró en pánico justo después. ¡Todos estaban saliendo fuera del campo como humanos histéricos! Dudando en si quizá tendrían una razón de peso para actuar así, miró de nuevo al espectro, que, nada más levantarse y dar el primer paso, se cayó al suelo. Pasmada, levantó una ceja. ¿Le tenían miedo a eso? ¿A un espectro que apenas tenía fuerzas para moverse? ¡Pero si con tres almas blancas inexpertas sería suficiente para acabar con él!

  —Nathaly —se acercaron Tom y Celia—, sal fuera con nosotros hasta que el profesor Zarco vuelva. Vamos.

  —Por favor, chicos, miradle —habló con lástima—. ¿Qué va a hacer en ese estado contra casi una veintena de almas blancas? Si hasta da pena verlo.

  —No quiero tu lástima —le dejó claro el espectro.

  —La querrías si fuera un sentimiento negativo —contestó con molestia—. Qué pena que no lo sea. Cuánto lo siento por ti.

  —Eres irritante —sentenció el espectro, que, tras lograr sentarse en el suelo, apoyó la espalda contra el campo de fuerza.

  —Gracias. Me lo tomaré como un halago.

  —Nathaly —insistió Celia.

  —¡No es un halago! —gritó el espectro, desquiciado.

  —Qué pesado eres —se cansó Nathaly—. ¿Por qué no te callas para variar?

  —Nathaly —saltó Tom sorprendido.

  —Lo... lo siento —le avergonzó su propia actitud—. No sé por qué he perdido la paciencia tan pronto.

  —Pues ya debería saberlo, señorita Nathaly —dijo Zarco a sus espaldas—. ¿Y a ustedes quién les ha dado permiso para salir del campo de fuerza? ¡Entren ahora mismo en él!

  Mientras los estudiantes acataban su orden sin muchas ganas, Zarco se acercó al espectro y le lanzó el frasco que traía en la mano. Este, tras atraparlo al vuelo, le miró con desconfianza.

  —Bébetelo. En ese estado no me sirves para nada.

  —¿Qué es? —exigió saber el espectro.

  —Sentimientos negativos obtenidos a través de mi don. Si no me crees, destápalo.

  —¡¿Perdió la razón, profesor?! —exclamó Ulises.

  Todos protestaron al instante. El espectro, que ya le había quitado el tapón al frasco, lo acercó a su nariz y olfateó su contenido con reparo.

  —¡Cállense de una vez! —exigió Zarco—. Agradezcan a la señorita Nathaly que haya arrasado con casi toda su esencia, porque ese frasco no le devolverá ni la mitad del poder que antes poseía.

  —Pero se tratan de sentimientos negativos de un alma blanca, ¿no, profesor? —preguntó un chico llamado Corvin.

  —¿Y qué?

  —Que eso le dará más poder que cualquier otro sentimiento negativo, profesor —respondió el de al lado en su lugar.

  La gente se unió en protestas al instante.

  —Dame paciencia, Luna —murmuró Zarco para sí mismo, mientras se frotaba el rostro con la mano.

  —¡Profesor, no deje que se lo tome! —saltó Kira, señalando con pánico al espectro.

  Con valentía y decisión, el espectro vació el contenido del frasco de un solo trago y lo tiró a un lado. Lanzándoles a todos una perversa mirada, se levantó con energías renovadas. Nathaly puso los ojos en blanco. Ahora entendía por qué su tío le tenía estima a esa cara del mal. Era perseverante hasta la saciedad.

  —¿Qué ha hecho, profesor? —Corvin se echó las manos a la cabeza.

  —Yo no pienso enfrentarme a eso —protestó Kira de inmediato.

  —No seáis exagerados —intervino Nathaly—. La cantidad que se ha tomado solo hará que se recupere hasta el nivel medio.

  —¿Y tú qué sabes? —soltó Corvin con molestia.

  —¡Basta! —exigió Zarco—. El grupo de Ulises, al centro. ¡Ahora!

  Grupo tras grupo, todos fueron poniendo a prueba sus capacidades, y Zarco tuvo que intervenir en numerosas ocasiones. Cuando el espectro volvió a su nivel inicial, las protestas no se hicieron esperar, pero él no hizo nada al respecto. Nathaly supuso que sería porque el último grupo ya estaba terminando.




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