El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 29 — Palabras del pasado.

  Después de que el edredón, la manta y la sábana se recogieran por sí solas, Leo dejó a Nathaly con suavidad en la cama y observó lo triste y apagada que lucía. Tocando su cuello con los dedos, confirmó lo que se temía: su piel estaba tibia.

  Amargado por no entender cómo no habían sido capaces todavía de desbloquear la regulación de su temperatura aspectual, Leo lo dio por imposible y se fue directo al armario, donde buscó una tela alargada que los humanos llamaban bufanda. Después agarró una de las mantas más gruesas que encontró y volvió junto a Nathaly. La incorporó en la cama, le quitó la chaqueta, le puso la bufanda y, tras bajarla con cuidado, cogió la chaqueta y dejó que el edredón y las mantas se encargaran de arroparla.

  —Y luego dicen que soy yo el que da problemas —dejó escapar por lo bajo, antes de dar media vuelta.

  De camino hacia el escritorio, Leo metió la mano por la manga izquierda de la chaqueta con la intención de ponerla del derecho, pero, antes de que le diera tiempo a tirar de su extremo, se paró y la miró con confusión. ¿Qué rayos estaba haciendo? Quejándose para sus adentros por imitar actos humanos, retomó sus pasos mientras tiraba de la manga hacia atrás, pero, como lo hizo con más rabia que maña, no consiguió que saliera por completo hasta que dio un nuevo tirón. Fue entonces cuando se paró frente al escritorio y escuchó caer algo a sus pies.

  Agachando la cabeza mientras apartaba la chaqueta a un lado, Leo vio que se trataba de un sobre doblado. Dejando la chaqueta encima de la silla, se agachó y lo observó con atención, pues una de las cosas que más detestaba eran los sobres que provenían de manos femeninas. Da igual si estaban perfumados con algún aroma floral o no; siempre guardaban con recelo una intensa y amorosa confesión. Por eso siempre los quemaba. Después de la segunda carta que leyó, aprendió bien la lección.

  No obstante, ese sobre había caído de la chaqueta de Nathaly y Leo conocía bien los sentimientos de su portadora, por lo que no tardó en recogerlo y levantarse con él. Revisándolo por fuera, vio que no tenía nada escrito por delante o por detrás, y eso a su mente no le gustó. «No soportarás otra confesión más —le recordó—. Y quizá sea una confesión de amor para otra persona», opinó.

  Leo se sacudió del repelús y tiró la carta sobre el escritorio, mirándola con más asco que reparo. Y no porque detestara el amor en todas sus formas, sino porque, para las únicas veces que lo había sentido, hubiera preferido no haberlo hecho jamás. Para él era el peor sentimiento de todos, sobre todo si provenía de una chica. Todavía recordaba el último que lo invadió: ardiente hasta más no poder, asfixiante hasta la saciedad, con un sabor asqueroso y mucho más doloroso que mil dagas clavándose en tu alma una y otra vez. ¿Cómo no rechazarlo con todas sus fuerzas?

  Pero, por alguna razón, volvió a pensar en la propietaria de ese sobre, y eso bastó para que se lo pensara otra vez. ¿Y si era la carta que Nathaly escribió en el pasado? Esa en la que algo de lo que había escrito tenía que ver con Nigrián. Después de todo lo que había escuchado del rey Arwok, el mismísimo crizwort de la elegida Lawrence…

  Intrigado, Leo tomó el sobre y lo abrió, viendo que, junto a la carta, había una nota que decía:

  Si no recuerdas nada, dásela a Leo. Solo él la podrá leer.

  Nada más leer eso, su instinto arremetió contra él sin piedad, haciendo que tirara el sobre y la nota sobre el escritorio y desdoblara la carta con nerviosismo para leer:

  Sabes que nunca he sido de escribir cartas. Es demasiado de adultos para mí, pero temo no poder recordar. No poder ayudarte. Necesitas mi ayuda.

  ¿Recuerdas dónde jugábamos de niños a escondernos de mi padre y mi tío? No, creo que no lo recordarás. Últimamente estoy perdiendo la conexión que nos une, y eso me sume en una profunda tristeza costosa de sobrellevar.

  Mira todos tus recordatorios porque te habrás quedado en la segunda página, ¿no es cierto? Te conozco mejor de lo que crees, Leo Swanz. No he pasado un tiempo largo estudiando al heredero de Leozwort para nada.

  Heredero, no pierdas la esperanza. Es lo último que se pierde. Lo penúltimo es la vida.

  Sigue tus instintos. Deja que yo guíe tus pasos, tal y como haría tu corazón.

  Siente. Confía. Une.

  Mientras tanto, utiliza mis sentimientos siempre que los necesites. Están más desarrollados de lo que crees. Tómate la libertad. Confío en ti. Lo sabes, ¿verdad? Sé que lo sabes, y sé que serás cuidadoso conmigo y con lo que siento.

 Sé muy bien que ahora mismo estarás pensando que, cuanto más lejos esté de ti, más segura estaré de Nigrián, pero nada más lejos de la realidad. Nigrián me quiere muerta. Soy un estorbo para llegar hasta ti. Descubre por ti mismo el porqué y darás con mi destino.

  Por el momento has de saber que no me pasará nada si estoy a tu lado, al igual que ella no te tocará mientras sigas junto a mí.

 ¿Sigo sin recordar? No temas conquistarme. Será necesario.

  ¿Sigues sin recordar? Pídeme que prepare algo de comer y prueba un bocado.

 Antes de volver, tengo que pedirte un favor muy especial: no dejes que abandone la Tierra sin dar la magia necesaria a una persona que guardo muy dentro de mi corazón. Por ella hago esto, porque sin mi magia seguramente morirá, y si ella muere, jamás me lo perdonaré y jamás te lo perdonarás. Busca en el fondo de mi corazón para que puedas dar con ella, porque será el único lugar donde esa información quedará intacta.

  Leo levantó la vista y arrugó la carta con fiereza. «¡Maldita bruja sin corazón!», bramó en sus pensamientos. Tomando el sobre y la nota, elevó todo sobre la palma de su mano y convocó una esfera limpiadora que se encargó de tragárselo todo.




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