El zapatilla de cristal. Y si el hada no viene

Capítulo 10

"¿Por qué? —se leía en los ojos de Lorenzo—. ¿Por qué?!"

Pero Eleonora fingía con terquedad que él no existía. La señora Lefevre parpadeaba con irritación, Bonnet sonreía con optimismo, Arnaldo se entretenía con su filete... Así que Lorenzo volvió a intentar atraer a la melancólica ninfa a una conversación a solas.

—Hace un día maravilloso —alargó las palabras, y yo observé con escepticismo la nube de tormenta que cubría medio cielo—. ¿Por qué no damos un paseo por el jardín?

—Disculpe, señor, pero no tengo ganas —anunció Eleonora.

—Bueno, sabe... Por alguna razón, a mí también se me quitaron las ganas —balbuceó Lorenzo—. Pero... ¿tal vez podamos salir a la terraza, hermosa señorita? ¡Desde allí hay una vista magnífica del lago!

Negué con la cabeza con resignación. Oh, pobre enamorado y pobre objeto de su devoción...

—Disculpe, señor, pero no tengo ganas —repitió Eleonora con frialdad.

—¿Y de qué tiene ganas, entonces? —se irritó el joven.

—¡De tocar el piano! —contestó ella, inesperadamente tajante—. ¿No le molesta?

—¿Piano? —repitió Lorenzo con asombro, mirando el instrumento como el más apasionado amante miraría a su peor rival.

—¿Por qué no? —intervino el señor Bonnet—. Toque, lo hace de maravilla.

Y otra vez todo seguía el mismo guion... Eleonora flotó hacia el piano y yo suspiré pesadamente, reclinándome en el respaldo de la silla. Si empezaba a tocar, estaríamos aquí largo rato.

"Bueno, da igual. ¡Al menos tendré tiempo para pensar!", decidí.

Y la triste melodía se deslizó por la estancia, y el señor Bonnet respiraba pacíficamente, y en un pasillo lejano se oyó el sordo golpe de un jarrón al caer, porque la nueva sirvienta no lo había visto... Y yo seguía pensando y pensando.

¡Cuántas cosas no sabía de mi padre! Toda mi vida lo había considerado el modelo de padre, el hombre más bondadoso del mundo, incapaz de hacer daño... Y sin embargo, había sido un guerrero. Un defensor y un proveedor, capaz de embestir... y de abrirse camino a codazos.

Las palabras con las que describía cómo mató aún flotaban ante mis ojos... Pero tuvo que hacerlo. Así era la vida. Así era su destino. Así era el mundo. Simplemente, yo aún no sabía nada de él y por eso me costaba tanto aceptarlo.

¿Y mis verdaderos padres? ¿Quiénes eran? Aparte de gobernantes de algún reino caído. ¿Cómo eran? ¿Qué les gustaba? ¿Se acordaban siquiera de mí? ¿Y si no?

Mi corazón retumbó: "¿Y si murieron?"

Pero en ese mismo instante un destello ardió en mi alma y vibró con fe inquebrantable: "¡No! Siguen vivos, y algún día la familia se reunirá. ¿Y por qué? Porque esto es un cuento. Mi padre me lo contó, pero nunca tuvo final. Y ese final lo construiremos juntos: yo y su recuerdo en mi corazón. Ya lo verás, Isabel: algún día tu hada agitará su ala resplandeciente, ¡y el mundo volverá a llenarse de maravillas!"

Y justo en esa nota optimista, una voz fría me devolvió a la realidad:

—Le agradecemos por este momento tan agradable, pero ya es hora de partir.

Me encontraba junto al carruaje, rascando el suelo con la punta del zapato de un modo nada aristocrático. Se despedían. ¿Y ustedes pensaban que "es hora" significaba que realmente era hora de irse? ¡Ingenuos! Eso llevaría, como mínimo, una hora más.

De repente, un sonido captó mi atención. Me detuve a escuchar y, al instante, un escalofrío me recorrió la espalda: era la marcha fúnebre.

¡Qué tristeza! Aún no podía olvidar cómo sonó aquella misma melodía en el entierro de mi padre. Fue uno de los peores días de mi vida. Desde entonces, cada marcha fúnebre reabría aquella vieja herida, y en ese momento, un deseo incontrolable me invadió: taparme los oídos con las manos para no escuchar ni una nota más.

Pero, inesperadamente, la curiosidad me picó: ¿a quién estaban enterrando?

¡No! ¡Qué tontería! ¡Sácate esa idea de la cabeza!

"¿A quién entierran?"

¡Basta! ¡Ni siquiera lo conoces! ¡Es un desconocido!

"¿A quién entierran?"

¡Esto ya es demasiado! Es una falta de respeto, es insensible, es... ¡inhumano! Escuchar una marcha fúnebre y, por pura curiosidad, preguntarse quién está en el ataúd...

Pero mi intuición sacudió la cabeza: "Y aun así, debes averiguarlo. Seguro que es importante".

La señora Lefevre seguía hablando con el señor Bonnet, Eleonora contaba nubes, Yvette buscaba a su próxima víctima... Y yo me escabullí fuera de su vista, siguiendo el sonido.

Era un sonido lúgubre, pesado... El aire parecía volverse plomo. Aún no veía la procesión, pero ya podía sentir su impacto. Unos cuantos giros por las calles desiertas y, por fin, la escena se reveló ante mis ojos.

Las personas avanzaban en una marea lenta, cuatro porteadores cargaban el temido peso sobre sus hombros. Detrás, un sendero de pétalos oscuros se deslizaba por el suelo, esparcido por las plañideras. Solo a las figuras más destacadas se les ofrecía este honor... Y aquí, no se veía el final de la hilera. La procesión llevaba caminando desde el amanecer. Debían recorrer los nueve obeliscos, o la tierra no dejaría que el alma ascendiera al Cielo... o el alma quedaría atrapada entre los cipreses...



#1944 en Otros
#334 en Novela histórica
#5142 en Novela romántica
#1457 en Chick lit

En el texto hay: reinos, primer amor, medieval

Editado: 08.02.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.