– ¿Y realmente cree que una "verdadera dama noble" puede permitirse una cercanía tan inaceptable con un desconocido? – solté, como si recitara un monólogo ensayado.
– Con todo respeto – alargó el joven –, ¿pero a qué "verdadera dama noble" puede aspirar ahora?
Remató. De verdad. ¿Cómo es posible? ¿Acaso un vestido de brocado rasgado y un elegante garrote en la mano son una falta tan grave?..
– El brazo se le va a entumecer – me guiñó el ojo. – No hace falta torturarme así.
– Se lo ha ganado – bufé.
– ¿Por salvarla? – se sorprendió el "misterioso desconocido".
– Por burlarse.
– ¿Y el rescate?
– ¡Yo sola me habría arreglado! ¡Usted mismo lo admitió!
– También estaba bromeando con eso.
– ¿Quééé?
Pero en ese momento, el chico hizo avanzar bruscamente el caballo, y no tuve tiempo de indignarme más. ¡Dioses! ¿Qué hago en sus brazos? ¿Cómo he acabado aquí?!
– No oigo su encantadora voz – susurró cerca de mi oído. – ¿Acaso se ha quedado sin aliento?
– ¿Por esta velocidad de niño? – resoplé. – ¡Solo falta que montemos un poni!
Pero, en el fondo, me asusté de mí misma. Porque no entendía lo que estaba haciendo. Ni por qué le hablaba con rudeza.
– ¡Nada logra impresionarla! ¡Así no tiene gracia! – exclamó el chico.
"Ohhh, si pudieras ver mi cara en este momento..." pensé.
Pero el miedo sí me atrapó. Un miedo extraño, desconocido, que brotó de la nada. Ese calor que emanaba de él... esos brazos fuertes tan cerca... su aliento cálido en mi mejilla... y esa sensación de seguridad. Como si el mundo entero no pudiera asustarme. Como si corriera a toda velocidad y no temiera caer. Y, al mismo tiempo... ese miedo inexplicable de moverme, de girarme, de respirar. De volver a ver sus ojos. De perderme en ellos...
– Señorita, ¿sigue viva? – preguntó el chico con fingido espanto. – ¡Dos minutos enteros y ni una sola pulla!
Y yo, de nuevo, me perdí en su voz aterciopelada… y de nuevo me quedé sin palabras.
– No me asuste. Hablo en serio.
– Estoy bien – logré decir.
– ¿Secuelas del impacto emocional?
– ¿"Impacto emocional"? ¿Se refiere a ese desafortunado incidente con el cuchillo? – resoplé. Curiosamente, el suceso no me había causado una impresión demasiado fuerte.
– ¡Habla como si fuera una experta en estos temas! – comentó él. – ¿Son frecuentes estos altercados? He oído que Ketal se ha convertido en un refugio para bandidos y asesinos.
– ¡Ay, y a quién viene usted a preguntarle! Yo no me intereso por nada que no sean cuentos.
– ¿De verdad?
– ¿Eso es un tono de reproche que escucho?
– ¡Para nada! Y si quiere saber, yo también soy un soñador de primera.
"Esto no es un soñador. Es un sueño" – retumbó dentro de mí. Y volví a asustarme. Porque nunca había pensado tanto en un chico. Porque nunca me había derretido bajo una mirada ardiente. Porque jamás mi corazón había latido más rápido solo por la presencia de alguien...
"¡Basta! – me reprendí. – Mejor pensar en otra cosa, antes de que me llene la cabeza de tonterías".
– ¿Y con qué sueña usted? – pregunté de repente.
Pero la respuesta no llegó enseguida, y me giré sin pensarlo. Muy imprudente. Como si hubiera olvidado quién estaba sentado detrás de mí. Como si no recordara esos ojos. Como si no supiera cómo podían arrastrarme al abismo…
– Me temo que en el rol de "misterioso desconocido" no entra la costumbre de revelar secretos – sonrió él.
– ¡Es usted insufrible! – exclamé, apartándome de inmediato. No por indignación, sino para que sus ojos dejaran de atraparme.
Y entonces, el cruce de caminos. Hacia la ciudad y hacia la mansión. ¿En serio? ¿Tan rápido?
– ¿Adónde va usted? – preguntó con fingida inocencia.
– ¿Y usted, a la ciudad? – mi intento de tomar la iniciativa.
– Sí – hm, se rindió demasiado rápido.
– Entonces, nos separamos.
Y, de pronto, me atravesó un deseo desesperado de aferrarme a él con todas mis fuerzas y no separarme nunca. ¡Qué criatura tan extraña es una mujer! Primero, se derrite con una sola mirada suya y no encuentra palabras, y luego, hace todo lo posible por desterrar de su mente la absurda idea de que él podría gustarle, y al final... corta la conversación con firmeza cuando, en realidad, querría aferrarse a su cuello y perderse en un océano de ternura…
Pero ¿podía siquiera esperar que mi fascinación fuera mutua?
"¡Mañana ni siquiera te recordará! – me dijo mi instinto. – No, espera, seguro que sí. Porque ese aspecto tan pintoresco, con ojos de vampiro, no se olvida fácilmente".
Y una amargura extraña invadió mi corazón. Él desaparecería y nunca volvería a aparecer. Mi efímero sueño se desvanecería en la niebla…
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Editado: 08.02.2025