El Zar

Capítulo VIII

Rea

Me remuevo en mi asiento en el avión, tratando de buscar una posición más cómoda para que mi sensible vagina no sufra. Definitivamente, creo que no podré caminar ni sentarme correctamente por una semana o dos. Dios... realmente, Sevastien tiene un pene increíble. Hace tiempo que no me follaban así de duro y crudo.

Esta mañana, cuando me desperté, todavía no amanecía, pero tuve que irme porque no quería perder el vuelo de regreso a casa. Aparte, no quería estar en la típica situación de que ambos se despiertan y la cosa se pone incómoda. Por eso me fui de la habitación antes de que mi compañero sexual se despertara.

Aunque, antes de irme, me le quedé mirando el rostro como si fuera una acosadora por unos cinco minutos. Quería grabarme su imagen en la memoria. Aparte, se veía hermoso dormido… aunque duerme con la boca abierta. Eso no le quita lo guapo y sexy de su rostro.

Salí literalmente cojeando. Cada vez que daba un paso, mi vagina sufría. A duras penas llegué a tiempo para bañarme y cambiarme de ropa antes de irme al aeropuerto.

Miro por la ventanilla del avión que nos regresa a Karla y a mí de vuelta a nuestra vida de nuevo. No puedo decir "casa", porque siento que Londres no es mi verdadero hogar.

—Joder, Rea —me espeta—. ¿Quieres dejar de moverte? —dice mi amiga con exasperación. De hecho, desde que la vi anda de muy mal humor.

—No puedo evitarlo, trato de que mi vagina no sufra —digo con un suspiro de incomodidad.

—Nadie te manda a reproducir todo el Kamasutra en una noche —dice ella, mofándose de mi condición.

Una señora mayor que está sentada a un lado de nosotras abre los ojos sorprendida y se sonroja como tomate al escuchar nuestra conversación.

—¿Te acabaste los condones?

—Sí, todavía nos acabamos una caja que tenía la habitación del hotel —digo, tratando de dormirme para no pensar en mi pobre vagina—. Pero sin duda fue el mejor sexo que he tenido en mi vida. Aunque me duela mi parte íntima, sin duda lo repetiría de nuevo… tener sexo con él —digo, recordando todo lo que Sevastien y yo hicimos casi toda la noche—. Aparte, creo que tiene complejo de sanguijuela.

—¿Por qué lo dices? —me pregunta curiosa.

Bajo un poco el cuello de mi camisa para mostrarle los dos chupetones morados que el idiota me dejó en el cuello. Aunque yo tampoco me quedé atrás: también le dejé un par por alguna parte de su cuerpo. Karla se ríe.

—Vaya, sí que estuvo intensa tu noche. A lo mejor sí tiene complejo de sanguijuela, pero en este caso no te chupó precisamente la sangre —dice en un tono con doble sentido.

Siento las mejillas arder, no de vergüenza, sino por los recuerdos morbosos de anoche.

—¡Karla, por Dios! —espeto con falsa ofensa—. Y te quejas de que yo soy la pervertida.

La señora a nuestro lado suelta un sonido indignado para después decirnos:

—¡Señoritas! —dice, roja de la vergüenza por escuchar nuestra conversación—. ¿Podrían conversar acerca de eso en otro lado?

La miro, arqueando una ceja. La doñita no va a arruinar mi anécdota de sexo morboso con el ruso sabroso de anoche.

—¿Qué, señora? ¿Nunca tuvo sexo con su esposo? —pregunto en tono neutral—. ¿O es que está tan amargada porque a su esposo ya no se le para? Si ese es el caso —sonrío—, conozco un buen lugar en Londres donde venden unos buenos consoladores y vibradores para que su vagina ya no siga acumulando telarañas —digo sin dejar que la sonrisa se borre de mi rostro.

La señora se pone más roja, volteando a otro lado para que nadie la vea. Karla suelta una carcajada, pero al final la señora decide que es mejor quedarse callada. Arqueo una ceja en su dirección.

—Le puedo pasar la dirección si quiere —digo en tono divertido, lo que hace que la doñita me fulmine con la mirada—. Son buenas, no se arrepentirá —le guiño un ojo.

—Bueno, cambiando de tema —la miro—. ¿Por qué estás de tan mal humor? ¿Qué, el morenazo de fuego no te dio lo suyo? —digo con diversión, solo para hacerla enfadar.

—Está bien —ella rueda los ojos, finalmente va a contarme—. Cuando llegamos a la habitación del hotel, todo estaba yendo bien. Besaba con pasión, me manoseaba rudo —hace ademán con sus manos para demostrar su punto—. Me quitó la ropa, quedé desnuda. Minutos después, se quitó la suya —guarda silencio unos segundos—. Juro que me quedé tan sorprendida cuando lo vi —niega—. Es algo de lo peor que le puede tocar a una mujer que es tan ninfómana como tú y yo.

La miro con las cejas arqueadas, con asombro, sabiendo cómo va a concluir.

—No...

Asiente y cierra los ojos con decepción.

—Sí...

Trato de evitarlo, pero no lo logro. Una sonrisa sale de mis labios.

—No...

—Sí.

—No...

La miro un par de segundos antes de soltar una sonora carcajada que me saca lágrimas. Cuando me calmo un poco, pregunto:

—No me digas… ¿¡Que el hombre tenía un micropene!? —me río más fuerte mientras ella asiente, como si fuera la mayor decepción de su vida—. ¡No puedo creerlo! —exclamo—. ¿Pero cuánto le medía?

Pregunto cuando mi risa se calma, pero sigo sonriendo.

—Anda, dime —sacudo su brazo—. No seas perra.

Ella se ríe y niega, divertida. Aunque no lo admita, sé que esto le causa gracia.

—Fácil, como unos cinco centímetros —sacude la cabeza como para borrar la imagen de su mente—. Ya erecto, unos ocho. Pero puedo jurar que ni eso llegaría hasta el fondo de mi vagina por más impulso que le pusiera —se ríe—. Pero en parte, en cuanto lo vi, mi libido descendió de golpe.

—¡Dio mio! —exclamo en italiano—. Ahora entiendo tu mal humor. ¿Qué hiciste después?

—Lo corrí de mi habitación —responde—. Tuve que conformarme con el vibrador que traía —dice en exasperación, bufa y rueda los ojos—. Y yo pensando que serías tú quien se iba a quedar sin sexo —dice para después soltar una risa—. Menuda suerte la tuya.

—Mío no —respondo—. Solo fueron coincidencias que terminaron en sexo salvaje y candente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.