El Zar

Capítulo IX

¡Trágame tierra y escúpeme en China, por favor! Debí haber hecho algo muy malo en mi vida pasada para que me esté pasando todo esto. Sí, definitivamente debe ser eso.

Frente a mí está el hombre con el cual tuve un maravilloso y salvaje sexo, mirándome fijamente con un destello de preocupación. No creo en el destino, pero en estos momentos empiezo a dudar de ello.

Voy a tener que pagarle la cena a Karla durante todo un mes. ¡Maldita sea!

La voz de Nidia me saca de mis pensamientos. Me da varias palmaditas en la espalda, haciendo que el aire vuelva a mis pequeños pulmones. Tomo varias respiraciones profundas. Me doy cuenta de que todos me miran de vez en cuando. Carraspeo ligeramente. Mi compañera me mira preocupada.

—Rea, ¿estás bien? —me observa—. Te ves un poco pálida.
Asiento.
—Sí, sí —me apresuro a responder—. Estoy bien, es solo que el café estaba muy caliente y me atraganté —digo con una sonrisa tranquila—. No te preocupes, estaré bien.

Ella me mira con sospecha, pero la voz de nuestro nuevo jefe nos interrumpe. Ambas lo miramos. Su cuerpo está recargado en el borde de la mesa de proyecciones; a ambos lados, sus manos, y uno de sus dedos juega con el borde de la madera. Lleva un traje azul marino con una camisa blanca que resalta su figura.

Entonces, mi mente me muestra una imagen de cómo sería que me follara encima del escritorio. Yo, con las piernas abiertas, sobre la madera, mostrando la humedad entre ellas por todos los sueños eróticos que he tenido por su culpa. Él, mirándome desde su silla, detallando cada parte de mi cuerpo. Sus dedos acariciando mis piernas, hasta perderse debajo de mi falda...

¡Dios! Lo que haría con esos dedos, nuevamente...

¡Concéntrate, Jones! Me abofeteo mentalmente. Sacudo ligeramente la cabeza.
¿Qué estoy pensando? ¡Contrólate, hormonas!

Vuelvo a enfocarme en la voz de mi nuevo y apuesto jefe, quien sigue dando los nuevos lineamientos para conservar nuestros puestos.

—Se va a hacer una evaluación a cada uno de los empleados para saber si son competentes y cómo se desarrollan en sus respectivas áreas —dice Sevastien.

Su tono no deja espacio para discusiones. Nos mira uno por uno, como si nos evaluara hasta lo más profundo del alma. Su vista se detiene un momento en mí. Nos miramos por un par de segundos. No aparto mi mirada de la suya, como si intentara intimidarme. Soporto el peso de su mirada a duras penas. Rompe nuestra conexión y suelto un pequeño suspiro de alivio mientras él continúa con su explicación.

—Yo mismo haré las evaluaciones. Les iré llamando conforme revise cada uno de los expedientes.

La curiosidad me puede. Antes de que mi cerebro reaccione racionalmente, abro la boca y pregunto:

—¿Qué pasa si no pasamos la evaluación?

El rostro de mi apuesto y sexy jefe se gira hacia mí. Su expresión neutral no cambia, pero sus ojos gris verdosos muestran un destello que no reconozco.

—Mire, señorita...

El aire vuelve a quedarse en mis pulmones, como si hasta ellos sintieran el poder que tiene su jodido acento ruso en cada una de mis terminaciones nerviosas. Carraspeo un poco, respondiendo de forma brusca para liberar el aire.

—Jones. Rea Jones.

—Señorita Jones —su atención se enfoca completamente en mí—, si no pasan la evaluación, automáticamente están despedidos —se hace un silencio mortal—. Pero eso no tiene por qué pasar. Se supone que son los mejores, que lograron estar en sus puestos por méritos propios. Eso quiero creer. No me gusta tener gente inútil que no sabe hacer su trabajo en mis empresas. Así que espero que no me decepcionen.

—Sí, señor —responden todos al unísono.

El jefecito asiente y prosigue:

—Los horarios de entrada y salida son los mismos. Pero hay algo que no pienso tolerar: que lleguen tarde.
Todos asentimos.
—La persona que llegue tarde se quedará haciendo horas extras, ¿entendido?

Trago duro. Voy a tener que poner como cien alarmas para llegar a tiempo.

—Eso sería todo. Gracias por su atención. Pueden volver a sus puestos.

Suelto el aire que no sabía que estaba conteniendo cuando por fin nos libera. Poco a poco, todos comienzan a salir de la sala de juntas empujando y haciendo bola. Nidia salió volando porque el teléfono estaba sonando y tenía que contestar.

Cuando estoy a punto de salir, una voz me llama.

—Señorita Jones.

¡No, no, no! ¡Ay, por favor! Maldigo mentalmente en todos los idiomas que conozco. Suspiro. Hoy no es mi día… y tampoco es mi vida.
¡Dios Zeus! ¡Solo te pido salir viva de esto! ¿Es mucho pedir?

—Señorita Jones —me sobresalto al escuchar la voz de Sevastien tan cerca de mi oído.

Me giro bruscamente, quedando frente a él. Lo detallo un momento: desde sus cejas y pestañas perfectas hasta su mandíbula con esa barba de varios días. Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios. Está a punto de hablar nuevamente, cuando escucho la voz de Nidia llamándome desde lejos.

—¡Rea! ¡Tienes llamada del departamento de producción en la línea dos!

¡Sí, sí, sí! ¡Gracias!

Reprimo mi suspiro de alivio. Antes de que mi jefe hable, lo hago yo.

—Lo siento. El deber llama —respondo—. Con su permiso.

—Espere…

Pero como la vil cobarde que soy, me levanto y salgo rápidamente de la sala de juntas. Me acerco a Nidia y le pido que me pase la llamada a mi oficina. Entro prácticamente corriendo, cierro la puerta con más fuerza de la necesaria y me recargo en ella, inhalando y exhalando profundamente para calmar los latidos de mi corazón.

Que no cunda el pánico. Que no cunda el pánico.

Paso mis manos por el rostro. Sigo sin creer que él esté aquí y para colmo ¡sea mi nuevo jefe!

El sonido del teléfono me sobresalta y suelto un pequeño chillido del susto.

Cálmate, Rea. Todo estará bien. ¿Qué es lo peor que puede pasar?

Que follen en su oficina.

¡No me des ideas, subconsciente!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.