—¿Por qué hemos venido? ¿Qué estamos haciendo aquí Vic?
No pudo evitar que sus manos comenzaran a temblar debido a que el entorno del lugar no era apropiado para dos mujeres solitarias. Poco a poco empezaba a sospechar de las intenciones de su hermana Victoria.
No tenía un buen presentimiento desde que Victoria le pidió que la acompañara.
Pensamientos con los peores escenarios la atacaron. Ella conocía lo que podía conseguir en ese tipo de lugar. Lo sabía muy bien porque tenía su propio tormento esperando en casa.
Inadvertidamente su mano terminó en su estómago en un gesto protector, mientras seguía los pasos detrás de Victoria.
Victoria se detuvo en el medio del callejón y se giró para ver a su hermana. No pasó por alto la acción que hizo al querer proteger su estómago. Como lo había sospechado, ella podría estar embarazada.
Saber eso le había irritado.
Comenzó a desplegar una sonrisa en aquella carita de ángel de una manera que para ella le resultaba espeluznante. Nunca la había visto sonreír con malicia. —Hermana… —pronunció como si saboreara la palabra—. ¿No es una bonita palabra? —se rió sin emoción, hasta que poco a poco la seriedad la invadió. Le dio una mirada cargada de asco a su hermana.
Ella dio un paso atrás con el rostro distorsionado de horror.
¿Quién era aquella persona? ¿Dónde estaba su dulce hermana que la trataba con amabilidad?
—Victoria… ¿Qué te pasa? ¿Por qué actúas así? —Hizo un esfuerzo para que su voz sonara clara y firme. También tenía la guardia en alto por si algo malo sucedía. Ya no era solo ella por quién debía velar.
Victoria se cruzó de brazos. —Nahia. ¿De verdad crees que has sido aceptada en la familia?
Nahia parpadeó y dio otro paso atrás con el corazón afligido. —¿Qué quieres decir? —preguntó haciéndose la tonta. No quería reconocerlo desde hace mucho tiempo por no querer guardarles rencor.
Victoria sonrió de manera ladina, teniendo un brillo de superioridad. Siempre se sintió así contra Nahia. —Tu misma lo sabes. —La recorrió de arriba abajo y dejó la vista puesta en su estómago, esta vez bufó con un deje burlón y un toque de envidia. —Es desafortunado que el niño que llevas no sea el de tu esposo. ¿Te divertiste mucho con Darko?
Nahia frunció el ceño ante la acusación. ¿Qué tenía que ver Darko? Pero un temor latente se instaló en su pecho al creer ser descubierta. No quería que supieran de su relación con él.
Nahia relamió sus labios. —Vic, ¿por qué mejor no tenemos esta conversación en otro lugar? —Miró a su alrededor, el entorno era medianamente oscuro y había frialdad en el ambiente.
Victoria negó con la cabeza. —No lo niegas. No creí que seas de esta forma hermanita. Es hora de que aprendas una lección, si se llegaran a enterar, mancharías el apellido de nuestra familia y el de tu esposo. —Comenzó a dar pasos al final del callejón donde justo se estacionó un auto negro.
Nahia abrió los ojos sorprendida y empezó a entrar en pánico ante sus palabras. —¿Qué? ¡Victoria! —Intentó correr para alcanzarla, llegando a tomar su antebrazo antes de que se subiera. —No puedes dejarme aquí Victoria.
Nuevamente Victoria sonrió con maldad. —Mira como lo hago hermanita. —Se zafó de su agarre y se adentró en el auto.
Nahia alcanzó a ver una figura masculina en el interior, pero no el rostro. Se observó así misma en la ventanilla y el auto emprendió camino dejándola a sus anchas en aquel callejón oscuro…
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Había vuelto.
Inesperadamente Nahia Arismendi había regresado a cinco años en el tiempo.
Nahia se incorporó de su cama con el cuerpo entumecido y la cabeza aturdida por los sucesos que estaba pasando. Parpadeó varias veces y con el ceño fruncido observó su habitación de soltera que había dejado a sus veinticinco años.
Recordaba que se había mudado a ese apartamento en sus años de estudiante universitaria.
Se rió de sí misma por lo estúpida que fue al echar por la borda sus años de estudio en secreto por las palabras de su familia.
¿A qué la llevó querer ser aceptada? A su muerte.
Apartó las mantas de sus piernas y se levantó de la cama apresurada para acercarse al espejo de cuerpo completo.
Un latido de alivio tras otro se expandió por su pecho. Se tocó el rostro cincelado en una piel cremosa, pulcra y pálida, seguida de su cuello y brazos. No había rastros de los hematomas ni las marcas de cigarrillos.
No tenía nada en su cuerpo.
Suspiró sintiendo que una carga en sus hombros la abandonaba. Volvió a observar su apariencia en el espejo, tenía el cabello rubio ceniza cayendo por su espalda y sus ojos azulados más vivos que nunca, con aquel brillo que no debió ser apagado.
Pero brevemente la tristeza empañó aquellos ojos. Se tocó el estómago con ambas manos y se colocó de lado para mirar el contorno, siendo tan plano como recordaba, ya no había el pequeño bulto que comenzaba a crecer. Ya no había una vida creciendo con ella.
Editado: 21.07.2021