Una pequeña niña con sus dedos regordetes planchaba como podía su bonito vestido que le habían dado como regalo por primera vez desde que llegó al orfanato.
Los encargados prohibieron regalos visibles de manera individual para que los otros niños no sintieran celos y resintieran al que recibió el regalo.
Era una política del orfanato.
Su suave melena rubia caía por sus hombros haciéndola lucir encantadora y angelical.
La niña estaba muy nerviosa y hacía lo posible por verse presentable. Cuando le dieron el bonito vestido blanco, fue con el aviso de que ya era el momento que estaba esperando tanto ella como los padres.
Tenía cinco años en ese entonces y lo único de valor para ella era su corto y bonito nombre.
Nahia.
A Nahia la habían dejado con un año de nacida frente a la puerta del orfanato con una única nota que tenía impresa las letras de su nombre.
Una de las encargadas se encariñó en demasía de ella y la ocultaba para evitar que fuera presentada. No quería que se la llevaran.
Sin embargo, un día, cuando Nahia tenía cuatro años, fue vista por la esposa del señor Arismendi. Se enamoró a primera vista de la pequeña porque tenía mucho parentesco con su hermana muerta.
El orfanato estaba patrocinado por el nombre de Arismendi y daban esas visitas mensuales como parte de su formación de llevar buenas relaciones y elevar la apariencia empresarial.
Olena de Arismendi suplicó a su esposo de adoptar a esa niña.
El señor Arismendi fue reacio al principio, pero también cayó bajo los encantos de la pequeña Nahia cuando la vio por primera vez.
Un año más tarde, el papeleo fue hecho y Nahia estaba lista para dejar el orfanato.
La encargada que se había encariñado la dejó ir con el corazón roto. Ella no tenía nada que ofrecerle a pesar de haber trabajado duro. La ley no le iba a permitir quedarse con Nahia aunque estuviera en contra de que se la llevaran.
Nahia salió de la mano con aquella encargada, apretaba con su pequeño puño un costado de su vestido. Con cada paso tenía una pequeña ansiedad, en el último año le habían enseñado fotos de quienes serían sus padres y había mantenido charlas con ellos.
A Nahia le gustaba sus futuros padres.
En cada reunión a Nahia le mencionaban que tendría una hermana mayor, pero que no podían traerla a que la conociera porque ella debía cumplir con un horario para su educación.
Así que Nahia estaba ansiosa por conocer a su hermana mayor Victoria.
Los ojos azules que brillaban de expectativa y ansiedad se fijaron en la delicada joven de diez años de cabello negro ultra lacio, labios finos y rosados con mejillas ligeramente regordetas y un toque de color adornando en ellas.
Lucía como un pequeño angel que cautivó la mente infantil de la rubia.
Los padres a los costados esperaban con entusiasmo las reacciones de sus niñas al conocerse por primera vez.
Victoria bajó levemente la cabeza a medida que Nahia se acercaba y cuando la tuvo de frente. Una tímida sonrisa se asomó.
—Hola hermanita… Soy Victoria —murmuró con las manos inquietas a sus costados, no sabiendo muy bien si dar la mano o permanecer inmóvil a la espera de la reacción de Nahia.
Nahia mantenía completamente su atención en la cara de Victoria. En su mente se procesaba las palabras dichas al ritmo infantil, pero pronto lo asimiló como aceptación y comenzó a sonreír enormemente mostrando sus dientes y volviendo sus ojos media lunas.
Movida por sus sentimientos, soltó la mano de la encargada y se apresuró a darle un cálido abrazo con sus brazos cortos a quien sería su hermana mayor de por vida...
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Ese fue el primer encuentro entre las hermanas y la familia Arismendi.
Un encuentro con intenciones puras al principio.
¿Entonces en qué punto de la historia todo se descarriló y torció?
Nahia se la pasó pensando en profundidad en la última semana que le quedaba de paz.
A pesar de que en un primer instante Nahia se lo tomó con tranquilidad el hecho de que había regresado en el tiempo en lo que cabía. No tardó en comenzar a preocuparse de que lo que pasaba era una mera ilusión post-muerte por su intenso deseo de vivir en sus últimos momentos de vida.
Se cuestionó durante días que todo era demasiado bueno para ser verdad.
¿Regresar en el tiempo? Absurdo para la realidad. ¿En donde estaba? ¿En una novela de ciencia ficción?
Pero a pesar de todas esas cuestiones que no hacían más que dolerle la cabeza a Nahia, empezó a aceptar el hecho de que en verdad había regresado a sus veinticinco años de edad.
Hizo confirmaciones a través de las conexiones de sus contactos. Sus compañeros de universidad. Nahia cada vez más lo creía porque no se imaginaba una ilusión tan… realista.
Editado: 21.07.2021