Decidí perderte (corrigiendo)

Capítulo 1: Legado y familia

Parecía que más de diez y ocho años de un intenso y, a la vez, monótono matrimonio no había servido para que mi esposo Doran y yo llegáramos ante aquella ansiada comprensión que todos los matrimonios buscaban de manera intensa.

 

Por un lado, él decidía vivir su vida sin informarme de los pormenores ni de los pormayores de nuestra familia o, mejor dicho, desde algunos de mis desplantes, tomó esa decisión

 

Por otra parte, yo era una acérrima persona que cuidaba el legado familiar de los Stone's, un apellido que heredé con mucho orgullo por parte de mi padre.  La política representaba ese legado que, tanto mi padre como yo, buscamos preservar y transmitir a las futuras generaciones.

 

El final de mes se acercaba, así como la finalización del semestre estudiantil y las vacaciones eran un respiro de aliento para aquellos estudiantes que se esforzaban. Como de costumbre, mi marido y yo llegábamos a las instalaciones de la escuela, sin embargo, esa vez nuestra visita iba más allá de lo voluntario, pues la consejera preparó una reunión de padres de familia.

 

Tanto Olivia como Blake, que parecía que la noche anterior no las había ayudado a descansar, se encontraban dormidas en la parte trasera del auto, mientras Doran estacionaba el carro en el parque de la institución.

 

Mi celular empezó a vibrar y mi marido, que de manera rigurosa examinaba cada uno de mis movimientos y mis expresiones, no perdió el momento para ver el celular y maldecir en voz baja.

 

Doran, que ya estaba cansado de algunos de mis hábitos, miró molesto hacia su lado derecho e ignoró el móvil.

 

—¿Qué sucede? —pregunté de forma descarada. Por más que él intentara intimidarme, no dejaría que sus necesidade dominaran mis deseos.

 

Por un momento pensé que mi respuesta apaciguaría el enojo de mi marido, No obstante. Él, que tenía mucho por recriminarme, no midió su actitud y con un grito ahogado me dijo:

 

—Lo que haces es demasiado. ¿No te parece? —preguntó colérico. Doran mostraba una actitud más nerviosa de lo normal, parecía que no le gustaba ponerse agresivo en frente de las niñas.

 

Sus acusaciones, que cada vez eran más continuas, me orillaron a darle una respuesta descortés.

 

—Solo estoy atendiendo un mensaje, Doran, no es para que actúes como un psicópata.

 

El rostro de mi marido se enrojeció todavía más y mi mano despeinó, su brillante cabellera rubia.

 

—No es cuestión de un mensaje, toda tu vida has pasado al pendiente de otras personas, menos de nosotros.

 

Doran, quien parecía querer evitar una discusión más fuerte, con poco tacto y decoro. se bajó del auto y la puesta se estremeció edición. La furia lo hizo olvidar por completo de mantener el papel del padre ideal.

 

Y las niña, a quienes  el viaje les había causado sueño, se encontraban sumergidas en sus más placenteros  descansos.

 

—Niñas, niñas —las llamé con delicadeza, mientras la mirada de Doran intentaba penetrar el oscuro vidrio del auto.

 

Las niñas soltaron un pequeño quejido  y Blake, como la más rebelde de las mellizas, realizó un brusco movimiento con sus brazos que, por poco, y reventó mi nariz. Al cabo de unos segundos, ambas pequeñas despertaron y me miraron con sus ojos entristecidos.

 

—Qué rápido llegamos —mencionó Olivia, y ella miró por la ventana como sino pudiera creer que ya estábamos en la escuela.

 

—Ya es hora —dije con fastidio, mientras el móvil no paraba de vibrar y yo, que no podía controlar mi ansiedad por contestar, empecé a acariciar mis manos con desespero.

 

Al bajarnos del auto, los cuatro cruzamos un par de miradas esporádicas llenas de buenos y malos sentimientos.

 

A diferencia de algunos niños, a quienes sus padres les realizaban una visita sorpresa, tanto Blake como Olivia mostraban una actitud despreocupada. Lo que me reiteró, la inutilidad de aquella charla.

 

—¿Podrías cambiar esa cara? —me susurró, Doran al oído, y me tomó por el brazo para llamar todavía más mi atención.

 

Luego de ese pequeño percance, Doran 6 yo adoptamos una posición menos hostil y una actitud más amable. Tanto así, que él acarició mi melena rubia con suma delicadeza, tal cual lo hacía en nuestros tiempos de novios.

 

—Holly, yo te amo; pero, por favor, muestra más interés por los asuntos familiares. Sabes que te he apoyado en todo lo que has necesitado, te he exigido muy poco.

 

Esa pequeña muestra de amor, a la vez, era una forma sútil de recordarme todo lo que él había hecho por la familia. Mientras me recriminaba que yo solo pasaba con mi padre.

 

Las niñas, que gozaban de estar en su ambiente escolar, se despidieron de nosotros con un beso en la mejilla y un animado "adiós", mientras mi esposo y yo nos dirigíamos hasta la sala de charlas escolares.

 

Durante el camino, Doran mostró incomodidad en cada uno de sus movimientos y no porque mi presencia le pareciera molesta,  al contrario, él siempre deseó la unión entre cada uno de los miembros de su familia. Sin embargo, mi padre, el señor Reece Stone, era un hombre insistente que no temía molestar la estabilidad familiar de mi hogar, con tal de satisfacer sus deseos políticos y claro, su comportamiento a mí no me causaba ningún malestar; pero si causaba el malestar de mi esposo, quien no se esforzaba en disimular la molestia que le causaba mi querido padre.

 

Por cada paso que dábamos, mi padre llamaba dos veces, por lo que, mis controladas ansias cedieron ante el llamado de Reece Stone. Contesté el móvil y Doran avanzó unos pasos más que yo. Al percatarse de mi ausencia, dio media vuelta y me miró molesto.

 

—Holly… —mencionó mi nombre con furia  —¿Qué haces? Ya es momento de entrar. Suelta ese celular, qué pensará la consejera de nosotros.




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