La niña es reconocida por ser risueña, juguetona y alegre, y allí estaba saltando se alegría con su nuevo amigo, el al contrario era un niño extremadamente centrado y maduro, su educación estaba muy por encima de la de la niña, pero eso no lo hacía arrogante, en su interior guardaba una bondad inmensa.
- Tienes que tirar la hoja seca al cielo y correr hasta aquel árbol antes de que llegue al suelo. – decía la pequeña con sus ondas doradas esparcidas por todo su rostro.
- Pero no tengo permitido correr…- sus maestros no le permitían correr ni jugar. Solo podía estudiar.
- Pero eres un niño. Todos los niños corren… - confusa lo miro a los ojos.
- ¿Y si me ven?- miro a los lados sin encontrar alguien.
- Si nos descubren yo te cubro mientras tú te escondes.
- No puedo hacer eso, soy un hombre y tengo que protegerte, Lucia.
- No eres un hombre – había burla en ella- eres un niño, cuando crezcas me podrás proteger…
- Es un trato – el corazón del niño dio un vuelco.
Con eso le dio un beso en la mejilla a la niña y corrió al árbol dejándola atrás. Ella abrió su boca sorprendida mientras lo miraba alejarse, a los segundo arranco a correr detrás de él sin alcanzarlo hasta que su amigo llego al árbol, cuando ella lo alcanzo le dio un golpe en su brazo.
- ¿Por qué me golpeaste?
- Tú me besaste, soy una niña, no puedes hacer eso – arrugo su rostro tierno un poco molesta.
El niño sonrió y alzo la maño para alborotar lo cabellos dorados de su amiga, luego los dos corrieron al escuchar el sonido de unas pisadas sobre las hojas secas de los árboles.