- Señorita, la esperan en el comedor – el hombre permanecía con la cabeza gacha.
- No, gracias. Puedes retirarte…
No había terminado de pronunciar la última silaba cuando la criada salió del baño con una toalla en sus manos.
- Señorita, usted está obligada a asistir a las clases de etiqueta – decía la criada mientras guardaba las toallas en el closet.
- Noooo – se quejó mientras se desparramaba en la silla y fingía desmayarse.
La criada le dio una mirada al guardia y el en silencio, se retiró. Ella camino a donde estaba su señora y le aparto los cabellos que tenía en el rostro.
- Señorita, le recuerdo que fue su acuerdo con el príncipe. – tomo el cepillo para acomodarle el peinado ya despeinado.
- Tienes razón – se enderezo y se vio al espejo de su cómoda.
La cómoda fue el único objeto heredado de sus padres ya muertos, cuando se mudó al palacio le costó mucho conseguir que la dejaran tenerlo, ya que la madera estaba vieja y descuidada, al final con ayuda del príncipe volvió a sus manos, con la condición de que debía barnizarla para que pasara desapercibida.
Recordando su primer día en el palacio acaricio la madera y se sintió melancólica.
- ¿Usted ama mucho al príncipe? – la criada al verla así quiso hacerla sentir mejor, estaba prohibido hablar de sus padres y ella no quería ver a su señora triste.
La chica miro a la criada a través del espejo y sonrió.
- Sabes la respuesta a esa pregunta Delia, lo he amado toda mi vida.
- Y él la ama a usted, estoy segura.
- Y ese amor me da esperanza. Su amor me da fuerza.
- Esta lista – dijo la criada colocando el cepillo a un lado del espejo. – Recuerde ese amor cada día para que sus lecciones no sean tan tediosas.
- Gracias Delia. – dijo más animada.
Le dio un abrazo a su criada, que era unos centímetros más pequeña que ella, para después salir de la habitación camino al comedor. Pero su alegría duro poco al ver a la tía del príncipe, Alba, sentada a la izquierda de la mesa.
- Buenos días, señora Alba.
- Lega tarde, señorita Lucia. Tome asiento para poder empezar.
De un momento a otro en el ambiente se sintió una pesadez y con un poco de esfuerzo ella hizo lo que le pidieron.
- Y enderece la postura – su tono era frio.
Ella se aguantó una queja y se sentó enderezándose.
Horas más tarde se lanzó a la cama sin cohibirse en sus acciones, ya que se encontraba sola en las cuatro paredes de su habitación. Solo había mirado el techo por un minuto cuando se quedó dormida.
Despertó con una sacudida y lo primero que vio fue el rostro de su criada muy cerca del suyo, asustada se saltó de golpe y se alejó.
- No hagas eso – exclamó tocándose el pecho.
- Lo siento señorita, pero es una forma de hacer que las personas despierten – se disculpó sin un gramo de culpa.
Lucia la observó atenta por unos segundos para después reír y contagiarle la risa a su criada. Cuando las dos lograron calmarse la criada dijo por fin.
- Le prepare su baño.
- Muchas gracias, lo necesito- le giño un ojo a Delia.
Se levantó y camino al baño mientras se desabotonaba el vestido.
- Señorita, le recuerdo que esta noche tiene que asistir al baile junto con las demás señoritas.
- Es verdad…- dijo abriendo mucho los ojos y corriendo al baño.
Tan rápido como pudo tomo su baño con pétalos de rosa, se colocó su nuevo vestido rojo con bordado dorado de rosas y se roció del perfume que más le gustaba al príncipe. Todo lo hizo sin pensarlo, pero todavía le faltaban algunos detalles.
Estaba llegando a la puerta de su habitación cuando la criada la detuvo.
- Señorita, espere – en sus manos cargaba prendas que debía vestir ella.
- Muchas gracias, Delia – le dio un abrazo y tomo aquello que le entregaba la criada – No sé qué haría sin ti.
De camino al lugar donde se realizaría el baile, lo aprovecho para adornar su cuello, sus muñecas y orejas, pero al doblar la esquina se encontró con quien menos deseaba. La chica volteo a mirarla de manera fría y arrogante.
- Pequeña Lucia, siempre olvidando ser una dama – se le acercó y de manera cruel y toco la prenda en su cuello. – Al menos ten la decencia de colocártelo donde nadie te pueda ver. – arrastro las últimas palabras y se marchó haciendo sonar sus zapatos altos.
Ella hizo una mueca y siguió su camino mientras acomodaba su cabello.
- Bruja – dijo acordándose cuando otra persona se cruzó en su camino.
- No Lucia, soy el príncipe, no una bruja.
Ella lo miro sorprendida y asustada para luego hacer una reverencia.
- No era para usted, príncipe.
- Entonces ¿para quién?
- Mmm – dudo en si debía decirle pero el parecía saberlo – Carmen, sabe que ella y yo no nos llevamos bien.
- Lo sé muy bien – sonrió y se acercó n poco a su rostro. – Pero ya sabes que debes tener cuidado con lo que dices, las paredes tienes oídos y, además, tenemos un trato.
Ella asintió y agacho la cabeza avergonzada.
- Vamos.
El príncipe extendió su brazo para que ella lo tomara y juntos caminaron al salón de festejos. Avergonzada no hablo en todo el camino, mientras el príncipe la observada con devoción y felicidad de tenerla a su lado.
Al momento de atravesar las puertas todas las miradas se dirigieron a ellos dos, en los eventos siempre se los veía juntos pero nunca habían llegado agarrados de brazos.
A lo lejos vio la mirada de muerte que le lanzaba Carmen, su ceño fruncido la hacía ver diez años mayor.
- Estas muy hermosa – susurro el príncipe.
Ella no pudo ocultar la sonrisa de escucharlo hablar. Sea lo que sea que le dijera, por más simple que fuera, siempre era un impacto para ella, fue así desde que eran pequeños.
- Eso es gracias a usted. Su sola presencia me hace feliz. – lo miro a esos ojos grandes color miel.
- Yo siempre he querido más de ti que tu presencia…