Elixir

1 — Sorpresas de Invierno.

El sol se filtraba por las cortinas, proyectando haces dorados que se deslizaban por la habitación. Su luz cálida reposaba sobre la sien de Dorian, despertándolo con suavidad. La frescura de la mañana se colaba entre las sábanas, pero algo más que el frío lo estremeció. Extendió la mano en busca de la presencia habitual a su lado, solo para encontrar vacío. La ausencia de calor humano le erizó la piel.

Se incorporó de golpe, parpadeando con ansiedad mientras su mirada recorría la habitación. Nada. Ni un indicio de su alfa. Las sábanas a su lado estaban frías, como si hubiera partido hacía horas. El silencio se extendía en el aire, denso, sofocante.

Las habitaciones de la Universidad del Sur eran compartidas, con dos camas distribuidas en cada espacio. Solo aquellos con suficiente dinero podían permitirse el lujo de una habitación individual, aunque ese privilegio no se entregaba sin una generosa "donación benéfica" a la institución. Los pabellones estaban rigurosamente divididos: los alfas por un lado, los omegas por otro, mientras que los betas eran ubicados aleatoriamente.

Dorian, un omega, tenía su propio cuarto. Sin embargo, lo compartía en secreto con su novio, desafiando las estrictas normas de la universidad. La clandestinidad de su relación le brindaba una sensación de seguridad en medio del caos académico. Cada noche, después de un día agotador lleno de tareas y responsabilidades que lo hacían palidecer, hallaba refugio en el calor de los brazos de su alfa. Esa cercanía le permitía respirar, le daba fuerzas para enfrentar otro día.

Pero esa mañana todo era diferente. Despertar sin él le provocaba un vacío punzante. Se suponía que la primera imagen que vería al abrir los ojos sería su rostro: esos mechones castaños que, a la luz del sol, resplandecían en un dorado suave, los labios carnosos que lo besaban con ternura y encendían su interior, la mirada cálida y profunda que lo hacía sentir protegido. Y ahora, todo aquello había desaparecido.

La incertidumbre le carcomió el pecho. ¿Y si la rectora había irrumpido en la habitación y lo había descubierto? Dormir con un alfa era una violación grave a las normas de la universidad. ¿Se lo habrían llevado? ¿Dónde? ¿A uno de esos lugares donde castigaban a los alfas por su "naturaleza lujuriosa"? Y si eso era cierto… ¿qué destino le esperaba a él? La angustia le oprimía el pecho. ¿Qué harían con él si lo descubrían? ¿Lo enviarían a algún lugar donde disciplinaban a los omegas, lejos de todo lo que conocía? Si debía soportar cualquier castigo, lo haría, pero solo con una condición: estar cerca de su alfa.

Pero antes de aceptar cualquier condena, exigiría una indemnización. ¿Cómo era posible que alguien hubiera irrumpido en su habitación en plena madrugada y se hubiera llevado lo más preciado que tenía? Era inaceptable. Sí, pediría una fuerte compensación.

No. No podía ser eso.

La familia de Dorian ya pagaba cantidades exorbitantes a la universidad para que el joven hiciera lo que quisiese. Su mente giraba en espirales de pánico hasta que un destello de lucidez lo sacudió. Los recuerdos de la noche anterior irrumpieron con fuerza, disipando los escenarios catastróficos que su imaginación había tejido.

Y entonces lo entendió todo. Su novio no había sido arrastrado por la fuerza. No lo habían descubierto. No lo habían castigado. Se había ido por voluntad propia. Y eso era peor.

El rostro de Dorian se contrajo en una mueca de dolor. Todo por una maldita discusión que había acabado con su relación perfecta.

Más tarde, con la garganta ardiendo por el licor y la mirada perdida en el fondo del vaso, Dorian dejó escapar un suspiro pesado.

—Era una oportunidad que no iba a perder de todas formas, ¿qué esperabas? —A su lado, Reen bebía despreocupadamente, sin intención de consolarlo. Su habilidad para desacreditar los problemas ajenos era casi un arte, pero no podía quedarse callado.

Dorian apretó los ojos, obligándose a revivir la escena de la noche anterior.

El día de ayer, en la habitación 230 de la residencia estudiantil, se presentó una discusión de pareja que finalizó con una bofetada y una maldición, una noticia que logró escuchar incluso entre murmullos del pasillo del pabellón B.

—¡Estoy harto de tus… tus…! ¡Tus malditas inseguridades! —las palabras de su novio resonaron como un golpe seco en su memoria.

Y él, ciego de ira, había reaccionado.

—¡¡Entonces, ¿por qué no te largas y me dejas solo?!

No lo había retenido. No había intentado arreglarlo. Solo lo había dejado marchar.

Dorian hundió la cabeza entre los brazos. Había sido un imbécil. Y ahora, lo único que le quedaba de aquella noche era la imagen de su novio alejándose, tirando de la puerta con furia, dejándolo con el corazón hecho trizas.

—Pero… ¿no son solo seis meses? —murmuró Reen con indiferencia.

Dorian bufó. Seis meses. Esa era la condena. ¿Cómo podía vivir medio año sin él?

Pero, ¿qué sabía Reen sobre el amor?

—Seis meses sin sexo —añadió el otro con tono reflexivo—. ¿Tu celo no está a punto de presentarse?

Dorian parpadeó.

Joder.

No había pensado en eso.

Odiaba los supresores, odiaba las inyecciones. Y ahora tendría que depender de ellos. Solo logró sentirse aún más miserable.

—¿Qué sentido tiene? Estaré solo… —susurró.

Por seis meses, Dorian.

—Y justo en vacaciones de Invierno … ¿Ustedes dos no pasaban sus vacaciones de Invierno en las Bahamas o cancún… algo de ese estilo? —divagó Reen, Dorian estaba al borde del llanto— ¿realmente te odia tanto? —Reen chasqueó la lengua con una sonrisa ladina.

Dorian lo fulminó con la mirada. Lo mataría en cuanto tuviera fuerzas.

—¿No deberías estar apoyándome en lugar de recordar lo jodido que estoy?

—Esto es más divertido.

Dorian apretó los labios, pero no tenía ánimo para discutir. Solo dejó que el licor bajara por su garganta, espeso y ardiente, hasta que su mente se nubló lo suficiente para dejar de pensar. Al menos tenía a su amigo de su lado, haciéndole compañía.



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En el texto hay: omegaverse, gay

Editado: 23.02.2025

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