Elixir [impuros libro I] en edición

Capítulo III

-Votum ad vitam-

Gabriela

Miró el reloj incrustado en la pared y un suspiro salió de sus delicados labios por el cansancio. Solo faltaban diez minutos para cerrar y el día había sido de los más caóticos en el año.

Sus piernas a duras penas sostenían su delicado cuerpo.

Dos meseras no se presentaron a trabajar y Sam no estaba disponible para ayudarla, tomó la iniciativa junto con una libreta para tomar los pedidos y se puso a repartir órdenes. Su cuerpo estaba agotado y ya solo quedaban dos comensales en el lugar, el señor y la señora Perry; siempre tomaban un té al anochecer desde que Gabriela tenía memoria. De vez en cuando los miraba, se miraban tan felices juntos, tan enamorados; ninguno tenía menos de setenta y, sin embargo, él la tomaba de la mano todo el tiempo y le daba un beso en los nudillos antes de irse a casa.

Ambos eran las metas de vida de cualquiera. Eran lo que Gabriela aspiraba a tener algún día.

Limpiaba la barra para ir adelantando el aseo del cierre mientras tarareaba la canción puesta en los altavoces del lugar.

Memories.

La canción recorría cada centímetro del lugar, llenaba de vida con cada nota que salía por los altavoces.

Nunca olvidaría la noche en la que ella y Sam la escucharon por primera vez. Habían recién entrado a la universidad, antes de que su compañera cambiara de carrera y mucho antes a que Gabriela comenzara a tomar riendas de su propia vida. Ambas, habían ido a un festival en el campus con la esperanza de limpiar la mente después de la exhaustiva jornada de exámenes parciales.

La universidad entera estaba ahí, Sam había ido por un par de bebidas cuando Marco, un chico un par de años arriba en su facultad, le había invitado a uno de los escenarios al fondo para que se integraran y conociera a sus amigos.

Ambas accedieron, la mejor decisión que pudieron tomar en su vida.

Ambas se habían divertido como nunca antes en ese festival, con tanto alcohol encima muy apenas y recordaban todo lo que había pasado pero la experiencia nadie se la podría quitar.

Uno de los mejores días de su vida, el día que comenzó a ser la mejor amiga de Sam.

Gabriela le daba la cara a la puerta del local, cuando escuchó la campanita dando señal de nuevos clientes. Los últimos de la noche al menos. Se contuvo la mala actitud, ellos no tenían la culpa del efusivo día que el lugar había tenido.

Dos muchachos aparecieron del otro lado del mostrador.

—Buenas noches— habló como si los pies no le pensaran por el cansancio—, bienvenidos a Coffe Hope ¿En qué les podemos servir?

Gabriela se detuvo un segundo a mirarlos, el atractivo era innegable. Ambos tan diferentes, pero igual de atrayentes ante la mirada. Sus ojos eran hermosos y tenían facciones realmente fantásticas, casi perfectas. Nariz respingada, sin una sola imperfección sobre la cara, piel clara y cuerpo delgado, pero con espalda ancha y piernas largas que daban alusión a más altura.

Parecían creados a la medida.

Un hombre sin duda fuera de los parámetros que un mundano podría alcanzar.

Uno de ellos portaba un saco a la medida color negro que le realzaba el color tan dorado en el cabello. La mirada coqueta directa hacia el menú y jugueteaba con el botón de la camisa a juego del traje.

El chico posado a su lado era simplemente perfecto. El no miraba el menú, no desviaba la mirada, se la sostenía; tanto como si quisiera leerle la mente con esos hermosos ojos color negro. Usaba un abrigo un poco largo en el que sus manos posaban dentro de sus bolsillos; bien peinado, y con una casi imperceptible sonrisa del lado derecho en el rostro.

El chico rubio rompió el silencio.

—Para mí, dos expresos y una gran rebanada de pan de plátano con crema— miró a su compañero al no recibir una respuesta—. ¿Y tú?

Vacilo un poco con la mirada entre su amigo y ella, pero no desvió su atención de su rostro. Tocó su nariz con su pulgar.

—Nada— se encogió de hombros—, estoy lleno.

Su voz era preciosa. La convención perfecta entre suave y grave.

Gabriela miró al amigo que había levantado una de las cejas cuestionando la respuesta.

—Para él un café negro sin azúcar— indicó ignorando a su amigo sacando la billetera del traje—, espero que este tan amargo que te haga hacer una mueca o algo, sería la primera señal de vida sentimental en años.

Gabriela tomaba el pedido, pero los dedos le temblaban por la sensación de ser observada. Esta no era una superstición de sentir una mirada en la nuca, el chico estaba solo a un metro de ella, con la mirada más intensa que pudo haber visto en su vida; como si le desnudara el pensamiento junto con su alma. Con unas fracciones tan perfectas que le provocaban erizar su piel con solo un segundo de contacto visual.

—Enseguida estará lista su orden— habló con una sonrisa dirigiéndose ante su amigo de cabellera dorada—. Si gustan tomar asiento en un momento les llevaré su pedido.

Ambos se retiraron a una de las mesas lejanas a la puerta. El castaño sin quitarle la mirada; como si sus ojos rogaran por la atención de ella. Se sentó al lado de la pared, el lugar le permitía verla mientras preparaba la orden aún mejor que delante del mostrador. Gabriela comenzaba a sentirse asechada, como si estuviera en un programa de reality o algo.

No le atraían muchos hombres y no estaba segura de atraerle ella a los caballeros. Sam era la experta en las citas y era la que tenía que informarle cuando un chico le coqueteaba por lo distraída que podía llegar a ser. El contacto con hombres nunca le había sido fácil, aunque el comportamiento humano nunca fue su fuerte, realmente.

Pero ella lo sintió. Una sensación desde la punta de sus dedos hasta la parte más interna de su estómago. Le dio una ligera vista y ahí estaba, sentado, callado y el ceño relajado, con ambos brazos posados en la mesa y un brillo especial en la mirada.




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