Elixir [impuros libro I] en edición

Capítulo V

- amor primo aspecto –

Gabriela

El metro estaba medianamente lleno, Gabriela caminaba con la bolsa llena del desayuno entre sus manos y el clima estaba tan frío que las manos las tenía entumidas.

Su teléfono comenzó a vibrar en el bolsillo de su abrigo, iba cubierta de pies a cabeza con varias capas de ropa, pero el clima estaba venciendo la batalla.

Miró el tablero de llegada y su tren no tardaría menos de quince minutos en llegar a la estación. Jugaba con las mangas largas de su abrigo, pero por dentro gritaba de aburrimiento.

De un momento a otro, en el lado opuesto de las vías estaban dos hombres peleando.

Uno de esos hombres era el chico perfecto que había conocido una semana atrás.

Nicolai

—Mierda— gruñó cuando el maldito se había echado a correr.

Nicolai llevaba más de una hora siguiendo uno de los mundanos secuaces de Carter, lo habían visto salir gimnasio en una de las camionetas blindadas, pero lo dejaron en la misma esquina en la que se encontraba el local.

A ambos les había parecido un comportamiento extraño, por lo que Abel se quedó vigilando, pero Nicolai fue tras el delgado hombrecillo por si llegaba a encontrar una pista. No fue así, hasta que en el edificio Street Garden miró por una de las ventanas y sus miradas se cruzaron.

El chico no lo pensó dos veces y comenzó a correr de una manera tan ágil que parecía volar entre los peatones. Nicolai trataba de no perderlo, y pese a que el chico no contaba con su velocidad sobrehumana, si contaba con una agilidad especial para escabullirse entre la multitud. Lo persiguió varias cuadras hasta que entró por la estación del subterráneo.

Nicolai fue más inteligente. Siempre estaba dos pies adelante.

Se encondió detrás de un puesto de comida callejera, el muchacho reviso un par de veces y sonrió victorioso.

—Tremendo idiota— dijo Nicolai al ver como entraba sin mirar atrás.

El humano parecía estar más tranquilo, sin pensar que tenía a la entrada del infierno justo a su espalda. Pudo ver como observaba a cada persona que pasaba a su lado, hasta que choco intencionalmente con un hombre que no pretendía tener más de 40 años, fue intencional porque le arrebato la cartera del traje sin que se diera cuenta nadie. Rápido, sigiloso; el maldito sabía jugar sus cartas.

Llegaron a las vías, decenas de personas esperando su tren, tratando de llegar lo más pronto a casa. Estaba a diez metros, no lo notaba desde ahí. Pero alguien si lo había notado.

—Tienes dos segundos para darme todo lo que tengas— dijo con lo que parecía un cuchillo apuntando a su espalda baja.

—Me interceptas por la espalda, ¿Acaso eso no es muy bajo? —preguntó Nicolai.

—Cierra el pico, si llamas la atención te mando a que conozcas a Dios.

A Nicolai le daba cierta gracia el comentario, no estaba muerto como tal, pero nunca lo había estado realmente.

—Ya lo conocí, y por lo que veo, creo que tú no lo conocerás.

Nicolai soltó un golpe en el abdomen bajo con el codo, le tomó del brazo y su puño golpeó su cara. El asaltante se empezó a contraer en el suelo de dolor, la nariz sangrante y un brazo cubriendo su estómago.

—¡Ayuda! — gritó una señora a su izquierda—, ¡Trae un arma!

La navaja estaba en el piso y Nicolai se giró hacia el humano que estaba persiguiendo. Nada de rastro, todo estaba libre. Nicolai miraba a su alrededor, pero no podía dar con la cara, miró por última vez al asaltante y lo vio, una serpiente tatuada en su tobillo derecho. Enrollada por varias vueltas y de un color rojo brillante que sobresalía de su piel.

No tenía sentido. Ya nada lo tenía.

Los policías llegaron y el asaltante huyó de la escena, interrogaron a Nicolai, pero él se limitó a contar que le había amenazado y los golpes fueron por defensa propia.

Al parecer Carter estaba creando un ejército de incompetentes. Incompetentes e idiotas.

Pasaron los minutos, los oficiales no pudieron dar con el prófugo, y la presa de Nicolai había escapado. Toda una mañana perdida para nada.

—¿Estás bien?

Nicolai se giró de inmediato, la pobre todavía ni había acabado la frase, pero él ya la estaba mirando a los ojos, esos hermosos y brillantes ojos llenos de vida.

Vida.

Su ángel estaba ahí, no tenía idea del cómo, pero ella realmente esta ahí.

—Si, si estoy bien— tartamudeaba al hablar—, trató de asaltarme, pero no sucedió a mayores— soltó una risa nerviosa.

No lo podía creer, su ángel estaba delante de él. Su ángel se había preocupado por él.

Gabriela

Se miraba más desalineado que la vez pasada, tenía el cabello un poco despeinado y vestía más casual con un pantalón desgastado color gris.

Los colores oscuros hacían parecer su piel aún más blanca de lo normal.

Se miraba guapo, a decir verdad.

—¿Seguro que estas bien? —preguntó con incredulidad—, vi todo desde el otro lado de la vía.

—Si... —se sobó la nuca—. Ya sabes cómo es la gente hoy en día, ya no se puede confiar en la seguridad en este país,

Gabriela río.

Sus ojos brillaban, eran de un profundo negro que absorbían toda su atención y estaban llenos de alegría al momento de sonreír.

—Soy Gabriela, por cierto— ella le extendió la mano.

El la miró por un instante, pero no pareció dudar en devolverle el gesto.

—Nicolai.

Su apretón era fuerte, sus manos estaban heladas y nunca había sentido una piel tan suave. Él le acarició un poco la mano con el pulgar antes de apartarla, y fue como si el alma de Gabriela se desvaneciera.

—Tienes un gran nombre, creo que nunca había conocido a un Nicolai.

El soltó una pequeña carcajada.

—Si, creo que aquí no es muy común mi nombre.

—¿Aquí? —preguntó—, ¿Eres extranjero?




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