Elixir [impuros libro I] en edición

Capítulo VIII

— Carissimi Princeps —

Gabriela

Los pulmones comenzaban a doler y la entrada de la cafetería se veía cada vez más cerca, casi tan cerca como el desmayo que tendría si no dejaba pronto de correr.

Logró entrar sabiendo que estaba rompiendo la norma que ella misma había impuesto, "Llegas tarde, no recibes propinas".

—Llegué— dijo al entrar por la puerta—, tarde, pero llegué.

Julieta la miraba caminar de un lado a otro mientras ella arreglaba su uniforme y sujetaba su cabello con una banda elástica.

—Creo que alguien se levantó tarde— ironizó Julieta.

—Creo que alguien quiere limpiar los pisos toda la semana.

Gabriela sonrió y sacó el letrero de "Se busca empleado" para pegarlo en el vidrio de la entrada. Las dos meseras no se habían presentado a trabajar en los últimos dos días, Gabriela entró en desesperación y comenzó a buscar más ayuda con la esperanza de que fueran, aunque sea un poco más responsables que las anteriores.

—Carajo, ¿Tienes desodorante, Julieta? —preguntó Gabriela oliendo sin disimulo su uniforme de las axilas.

—¿No te bañaste? —le entregó la lata color rosado.

—No, ayer llegué tan cansada a casa que solo me recosté en el sofá y caí rendida. Tuve suerte de que el celular tenía la alarma programada.

Gabriela había estado con el tiempo medido en la última semana, presentando exámenes a diario y estudiando antes y después del trabajo lo único que pasaba por su cabeza era querer llorar y dormir una larga siesta. La semana estaba a punto de terminar y después de ella solo vendría la mejor parte del año, las vacaciones de invierno. Un mes entero en el que su preocupación se reduciría a solo programar sus boletos para ver a sus padres en navidad.

No tareas. No exámenes. Gabriela por fin se daría el respiro que tanto necesitaba.

—Hoy en la mañana estaba este sobre junto a la puerta— le entregó Julieta lo que parecía ser una carta.

Gabriela rompió el sobre y de él salieron no solo una carta hecha a mano, también un pétalo de rosa fresco. Acercó el sobre a su nariz para impregnarse del hermoso perfume que mantenía gracias a la flor color carmesí.

Sin duda era la manera perfecta de iniciar una mañana.

Comenzó a dar lectura a la carta.

 

Querida princesa:

Se que una carta puede aparentar ser de lo más ostentoso y anticuado, pero prefiero llamarme a mí mismo un romántico con aires de poeta. Tristemente, las únicas palabras que hemos entablado no tenían tu número telefónico, doy gracias que contenían tu hermoso nombre, pero, a la falta de un contacto opte por tomarlo a mi favor y explorar mi creatividad.

Me has cautivado, princesa. Por eso mismo, y como gratitud a tu preocupación del otro día al revisar si no lograron perforarme un pulmón; le pido cortésmente que acepte tener una cita romántica conmigo.

Dame la oportunidad de conocerte, princesa, quiero darte el trato que mereces y demostrarte que este perfecto desconocido es el indicado para hacerte compañía.

Atte. El desconocido amigable perfectamente bien que te cautivará con su sarcástico sentido del humor y te dará la mejor noche de tu vida. (Aunque mis amigos me llaman Nicolai)

 

 

—Es lindo— Gabriela se sobresaltó al ver a Julieta detrás de su hombro leyendo la carta.

—No deberías de leer cosas ajenas, Julieta— dijo Gabriela conteniendo la sonrisa juguetona que le había provocado el papel en sus manos.

—Ese hombre vale la pena, tu lo sabes y yo lo sé— Julieta limpió los vasos en la alacena—, lo único que falta es que tu aceptes que, por primera vez en años, ves algo más que una triste vida llena de "No tengo tiempo para nada, meh meh meh"— la imitó de forma graciosa.

Gabriela repasó otras dos veces la carta, tocando son su pulgar inconscientemente la firma con la que Nicolai había dejado. Estaba feliz, en su estómago comenzaban a vivir pequeñas y revoltosas mariposas que lo único que hacían era revelarle a Gabriela que muy en el fondo si quería tener a su "persona especial".

No tenía forma de contactar a Nicolai, no había un número en donde buscarlo y Gabriela pensó que tal vez era una indirecta de que debía responder de la misma manera. Parecía ser un hombre al que le gustaba el misterio, como si mantuviera una capa que lo hiciera ver aún más llamativo ante los ojos de una dama.

Tal vez Gabriela debería responder de la misma manera.

Tal vez Nicolai era más que un chico bonito.

Abel

—¡Idiota! ¡Soy un idiota! —gritó Nicolai.

Había pasado la ultima hora paseándose por cada rincón de la habitación como un desesperado, Abel lo seguía con la mirada sin saber que hacer y Nicolai estaba al borde de arrancarse el cabello con las manos con tastos tirones.

Abel lo miró extrañado.

—Solo te pregunté porque saliste tan temprano esta mañana.

—Salí a gritarle al mundo lo idiota que soy— respondió Nicolai con los ojos tan abiertos que por poco y se le saldrían de la cabeza—. ¡Eso hice esta mañana!

—¿Por qué estas gritando tanto?

—No lo sé— alzó las manos en alto—, ¿Tú porqué estas preguntando tantas tonterías?

—Tal vez porque no respondes ninguna.

Nicolai lo miró con una cara de odio y sarcasmo.

Diablos, ¡Gracias! Señor obviedad. Tal vez mañana nos podrías informar si el sol salió al amanecer.

Abel se quedó pasmado por la actitud de Nicolai, las mañanas nunca habían sido su momento más alegre del día, pero nunca estaba tan alterado desde que Satanás los había mandado por el torneo de peleas clandestinas de bebés que Carter una vez trató de formar. Un negocio tan inútil como el genio al que se le había ocurrido.




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