Elixir [impuros libro I] en edición

Capítulo IX

—impromptu concentus—

Nicolai

En su eternidad, Nicolai nunca había sentido tantos nervios como en aquel momento. Las palmas le sudaban y ya había recorrido un par de veces la habitación con la espera de que su mejor amigo entrara por la puerta.

¿Será que había parecido un exagerado?

Tocaron dos veces a la puerta.

—Romeo, Romeo— gritó Abel desde el otro lado—, ¿Dónde estas que me estoy quemando?

—¿Compraste café de paso? —dijo al abrir la puerta y verlo con más de un café en la mano.

—Aún mejor, tu novia me envió por segunda vez de mensajero— explicó dejando la comida en la mesa—. Un café moka como los que tanto te gustan y un pastelillo son especialmente para ti.

Nicola elevó las cejas, no se esperaba esta reacción, pero no la cambiaría por nada del mundo.

Por fin dio un sorbo a su vaso.

—Tiene canela— informó aún presenciado el delicioso sabor entre sus labios—, ¿Cómo pasó esto?

Abel esbozó una sonrisa que le gritaba lo mucho que quería contárselo.

—Siéntate, mi querido, delgado y pálido amigo— dijo al señalar de forma dramática en sofá—, creo que es momento de explicarte como es que fui testigo del primer acto de amor (no fraternal) en tu vida.

Gabriela

No podía evitarlo, Gabriela había olido las flores todo el camino a casa y esa sonrisa no la había dejado sola en ningún momento del día.

Se sentía como una niña, una niña muy feliz.

El piso de arriba estaba con la música tan alto que las paredes vibraban al compás del ritmo. Ella subió las escaleras y vio a Sam aún con el uniforme del hotel, llevaba el cabello enmarañado y cantaba junto a my chemical romance.

Gabriela dejó el ramo en la mesa y se quitó los zapatos. Fue ahí donde Sam apenas se percató de su presencia.

Ambas brincaban, cantaban a coro y por primera vez en la semana Gabriela se sintió relajada.

Na, na-na, na-na, na-na... —cantó Sam.

You run the company

Na, na-na, na-na, na-na...

Fuck like a Kennedy

Ambas estaban entrando al momento favorito, en el que se sentía como las protagonistas de un show estadounidense y se acompañaban en la mierda que una de las dos estuviera pasando. Todo siempre mejoraba después de un concierto improvisado.

Hicieron un concierto improvisado cuando a Sam casi la despiden.

Hicieron un concierto improvisado cuando a Gabriela le dieron una mala nota por usar un bolígrafo color azul en vez de uno color verde.

Hicieron un concierto improvisado cuando la familia de Sam habló solo para reclamarle porque no había ido en navidad.

Siempre que había una mala situación el concierto improvisado habría sus puertas al público, y como casi no tenían vecinos que pasaran de los 25, nunca estaban en modo para quejarse con la policía por el ruido.

Cut my hair

Gag and bore me

Pull this pin

Let this world explode— terminaron al unisono.

Soltaron por fin una enorme carcajada. Estaban algo sudadas y se terminaron de desalinear por completo. Nadie habló por unos cuantos minutos.

—¿Cuál fue la emergencia? —rompió el silencio Gabriela.

—Mis padres llamarón, al parecer mi hermano Margo fue expulsado de su preparatoria por desorden.

La familia de Sam era a la vieja escuela. La típica familia que encontrabas en una postal navideña campirana. Una madre y un padre con la sonrisa que trata de aparentar estar feliz por la enorme familia que poseen, 7 hijos varones que salta a la vista la energía que emanan y una niña en medio de todo el caos con dos trenzas con una enorme frase religiosa pintada a sus espaldas.

No podía juzgar a Sam por tener la valentía de salir huyendo de casa en cuanto tuvo la oportunidad de estudiar en otra ciudad, a comparación su trabajo era una carga mucho menor de estrés a la que soportaba en un rancho en el que todos se conocían.

Sus hermanos por más parecidos que fueran en su fisonomía no podían ser más diferentes a Sam en todos los aspectos. Pero sin duda alguna Margo era el que estaba succionándole los años de juventud a sus padres, con su comportamiento frívolo y sin remordimiento alguno, Sam ya le había contado un par de cosas que Margo hacía solo por diversión. Gabriela estuvo a punto de sugerirle un psicólogo, pero se guardó su pensamiento al recordar que en ese lugar no tenía ni una clínica para curaciones ambulatorias.

—Mierda— respondió con un suspiro Gabriela—, ¿Tus padres le cumplirán la promesa de no estudiar?

—No tengo idea— respondió—. Si te soy honesta, pareciera que mamá solo llamó para hablar de lo ocurrido y quejarse.

—Quejarse es divertido.

—Quejarse es la mejor manera que existe para mejorar el humor.

Sam apuntó con la barbilla las flores.

—Dime algo, ¿alucino o enserio hay unas hermosas flores sobre la mesa? —preguntó Sam—. Porque créeme que a estas alturas sería perfectamente normal que tenga alucinaciones por un golpe de calor.

Gabriela sonrió. No por el comentario, sino, por la persona que se había encargado de plantarle una enorme sonrisa en el rostro desde la mañana.

—Las flores son reales— declaró.

—¿Y se puede saber de quién vienen?

—Un chico.

Sam se levantó para mirarla a los ojos.

—Así que, un chico— repitió Sam—, tenemos flores de un chico en la casa.

—Si...— sonrió, sus mejillas dolían desde hace horas, pero las mariposas en su estómago no la dejaban relajar los músculos por la emoción—. Un chico lindo que ha mostrado cierto interés en mí.

Samantha explotó.

*Carajo, Sam irradiaba tanta alegría que abarcaba a las dos y de sobra. *

Y Gabriela le contó todo, de principio a fin y con lujo de detalles. Se sentía como una estudiante, como si estuviera viviendo en una novela romántica de los años ochenta y Nicolai apareciera en cualquier momento afuera de su ventana con una grabadora sobre su cabeza.




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