Elixir [impuros libro I] en edición

Capítulo XI

—Via domum—

Gabriela

Estaban a punto de cerrar, las mesas ya se encontraban recogidas y los pisos limpios. Solo cinco minutos más, cinco y podría ser libre.

Todo el día se le había pasado como si fuera una semana, el saber que Nicolai podría llamar en cualquier momento la tenía algo nerviosa desde su mensaje en la mañana. Y esa sensación era tan adictiva como una droga.

La campana de la entrada sonó, ambas amigas ya abatidas por la semana dirigieron su mirada a la puerta y se encontraron con la persona que menos querían ver antes de cerrar.

—Buenas noches, señoritas.

Irritante, soberbio y con el saco más caro que Gabriela hubiera visto en su vida.

El mismo hombre que venía todas las mañanas, el maldito empresario que se dedicaba a incomodarla como forma de "coqueteo" estaba del otro lado del mostrador. Con su sonrisa arrogante, y actitud como si se mereciera el afecto de todos.

—Buenas noches— dijo Gabriela comenzando a tomar la orden—, ¿Qué va a ordenar, señor?

Hizo un gesto de ofensa, como si Gabriela acabara de faltarle al respeto con sus palabras.

Lo que faltaba, que aparte de acosador fuera un dramático.

—Disculpa, se que no hablamos mucho, pero creo que tomas mi orden un poco agresiva. ¿Dónde quedó el... "¿Qué le puedo servir?"?

—Quedó totalmente perdido en cuanto me comenzó a acosar— Gabriela estaba muy enojada, con solo verle en su papel de desesperado quería golpearlo justo en la nariz—, es más, largo de aquí.

—Disculpa— parecía divertido con todo eso—, no me puedes correr, soy un cliente que además es uno muy recurrente.

Gabriela se encogió de hombros y tomó el teléfono entre sus dedos.

—Tiene dos segundos para salir por esa puerta, o créame que llamaré a la policía. Si se vuelve a parar en este establecimiento llamaré a la policía. Si lo veo, aunque sea solo mirándome desde la ventana juro por Dios que lo denunciaré por acoso y haré que le pongan una orden de alejamiento.

—¿Con que derecho, preciosa? Lo único que he hecho es pararme aquí y pedir mi orden, a niñas como tú nunca le prestarían atención y mucho menos sin pruebas.

—Mi padre es el comisario en jefe del distrito— mintió—, solo una llamada y usted ya estaría en la patrulla, señor.

"Señor", el hombre no era mucho mayor a Gabriela, pero fruncia el seño cada vez que lo nombraba así, le molestaba, y ella no perdería cada oportunidad para incomodarlo, aunque fuera un poco más.

Comenzó a caminar en dirección a la puerta, con las manos en los bolsillos y el mentón en alto. A esas alturas lo único que le quedaba era salir con la poca vergüenza que le quedaba. Era atractivo, pero con solo acercarse se respiraba un humo como si emanara veneno del cuerpo, a veces los mejores embaces son los más tóxicos.

Gabriela no estuvo tranquila hasta que pudo ver como desaparecía de su vista, soltó un pesado suspiro y por fin sintió como el oxígeno volvía a llenar sus pulmones.

—No sabía que tu padre era policía— dijo Julieta trayendo sus cosas para salir del trabajo.

—No lo es— sonrío—, solo pensé que con eso por fin me dejaría en paz.

Ambas guardaron silencio después de eso. Comenzaron a cerrar, pero no fue hasta que estaba por fin fuera de la cafetería que vio que el hombre aún más sínico que hace unos minutos salía de entre los árboles para caminar lentamente a ella.

—Creo que no entiendes de indirectas, imbécil— dijo cruzándose de brazos Gabriela.

—Creo que tú no entiendes que no acepto un no por respuesta, preciosa.

—Estoy harta, llamaré a la estación.

Gabriela estaba a punto de sacar el teléfono cuando una voz grave y tranquila habló a sus espaldas.

—La señorita dijo que la dejes en paz.

Miro a Julieta, tenía la vista plasmada en el desconocido a sus espaldas y media sonrisa plasmada en los labios. Por fin pudo ver al que parecía quería ocupar el papel de héroe esa noche.

Nicolai estaba parado a solo unos metros. Y Gabriela nunca había estado tan aliviada de estar con un desconocido.

Nicolai

El hijo de perra estaba ahí parado, con su estúpido traje, sus estúpidos zapatos y su ultra estúpido peinado.

Alguien tenía que decirle que el gel para el cabello no era su amigo.

—Nicolai— lo nombró Gabriela con una voz que más parecía alivio que alegría.

—¿Tú que eres de la señorita? —preguntó el acosador.

—La pregunta es ¿Tú qué haces acosando a la señorita? Digo, creo que ella dejó claro que no quería nada que ver contigo.

—Eso tu no lo sabes— replicó.

—Tiene el 911 en el marcador, no creo que sea para pedir consejos para salir en una cita.

Lo miraba mal, lo despellejaba con los ojos, pero no le faltaban ganas de despellejarlo con las manos. Nicolai no le despegaba la vista ni por un segundo porque tenía el miedo de que le pudiera hacer algo. No era peligroso, no en la situación que estaba, más porque no sabía si Abel estaba cerca. Dos contra uno, tenías que ser un reverendo idiota si no entendías la desventaja que tendría.

Por fin comenzó a caminar, pasaría justo al lado y no perdió la oportunidad de guiñarle el ojo una vez antes de partir. Se acercó a su oído, no mucho, pero si lo suficiente para que Nicolai pudiera escuchar sus palabras.

—Cuida a tu novia, verdugoNo querrás que se corra la voz ¿o sí?

Lo vio desaparecer al dar vuelta a la calle. Ese hijo de perra enserio la pasaría mal si se volvía a acercar a Gabriela.

—¿Lo conoces? —preguntó Gabriela mirándolo con curiosidad.

—Si, algo— divagó—, digamos que por mi trabajo tengo contacto con mucha gente mala, él es parte de la gente muy mala.

Gabriela sonrió un poco.

—¿La acompañarás a casa, fortachón? —habló la joven mujer atrás de ella.




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