Elixir [impuros libro I] en edición

Capítulo XIII

Capítulo XIII

—Dolor ac damnum—

 

Gabriela

La muerte siempre había sido un enigma para Gabriela, sólo había ido a un funeral en su vida, pero no sintió la pérdida ese día realmente. El consolar a una persona en proceso de duelo era algo nuevo para ella, y no estaba muy segura de estar haciendo un buen trabajo.

             Sam no había parado de llorar desde esa llamada en la madrugada. Ahora parecía estar en un proceso de trance, mirando a la nada y cada cierto tiempo limpiando las lágrimas que le escurrían por las mejillas. ojos hinchados, las mejillas sonrojadas y una mirada perdida en el espacio que solo daban a relucir el enorme dolor que sentía en el pecho.

         Alan, el mejor amigo de su hermano, estaba muerto. Su familia era dueña del restaurante que había sido tentado por lo que se suponía, un ataque terrorista. Ambas familias venían del mismo pueblo, cenaban juntas, crecieron juntas. Sam iba a cenar a su casa 2 veces al mes como mínimo, cuándo se había mudado a la ciudad ellos habían sido el soporte para no quedar a la deriva y sentirse sola.

              Ahora todos serán cenizas. Todos habían muerto en el incendio y Sam podía sentir como si hubiera perdido su propia familia.

              Gabriela lo veía, ese vacío en la mirada de Sam, algo había muerto dentro de ella también, le habían arrebatado algo de su esencia con cada vida que el incendio le arrebató al mundo.

           La Ciudad entera hablaba de la noticia, los canales locales estaban repletos de imágenes mostrando el accidente de todos los ángulos posibles, entrevistas a transeúntes que pasaban antes durante y después del incendio; todos llegaban a la misma pregunta sobre el cuerpo fantasma que varios se habían asegurado ver dentro del incidente.

         “un hombre completamente derretido”

         “una niña sin brazos con la mirada perdida”

         “un mensaje para asustar al gobierno tatuado en su cuerpo con una navaja”

            Mutilado. Ensangrentado. Derretido.

         La mayoría de las personas describen el misterioso cuerpo que solo algunos habían sido capaces de apreciar durante la esencia del crimen con estas palabras.

      Gabriela vestía a una muy desanimada Sam, su compañera no había dicho una palabra desde que visualizaron la enorme nube de humo negro que cubría el cielo en la madrugada, incluso con las estrellas asomándose por el cielo era perceptible la gigantesca bola de humo que se podía distinguir a por lo menos 1 km de distancia. Los policías habían cerrado las calles a 5 cuadras a la redonda, nadie que no viviera cerca del vecindario podía ingresar al vecindario y era un desfile constante de patrullas que con las sirenas solo hacían más deprimente el ambiente.

        La ciudad estaba de luto. El aire se sentía más espeso de lo normal.

      —Sam, todo está listo, vamos— dijo Gabriela tomando la del codo para levantarla ya con los zapatos puestos.

          Su familia había viajado para el funeral, ambas chicas habían sido recogidas por su hermano mayor en el auto para dirigirse a la recepción del funeral. Al llegar, Gabriela vio la triste imagen de cuatro ataúdes, uno al lado del otro. El más impresionante era en el que estaba el más pequeño de la familia, Mario, el hermano de Alan que tan sólo tenía 3 años cuando sucedió la tragedia.

          Había personas de todas las edades, cada uno derramando una lágrima tras otra: Derrochando dolor y desesperación por cada poro de su piel.

           Gabriela tenía una misión en ese lugar, acompañar en su dolor a Sam, pero al ver lo bien que estaba con su familia lo único que puedo hacer era darle su espacio, era lo único que podía hacer y lo que parecía más sensato en ese momento.

       Ella se quedó sentada en un sillón, esperando a saber en qué podía ayudar a la familia que estaba en la situación más horrible que alguien puede pasar.

Nicolai

          —Carajo— dijo Abel abriendo la puerta para que los 3 caballeros entraran en el departamento, — Nunca me gusta despedir a uno de los nuestros.

           —¿Te Recuerda los viejos tiempos, Alatum?

        Abel Tomó de las solapas de su chaqueta a Dominic, la cabeza le golpeó ligeramente en el muro, pero la única respuesta fue una pequeña sonrisa sarcástica por su parte.      

      —Aclaremos Algo, hacemos equipo contigo por necesidad, no por gusto— exclamó a sólo unos centímetros del rostro de Dominic—, que te quede claro que sí quiero en cualquier momento te largas. Nadie viene a insultarme a mi casa, y mucho menos un Caído tan inmoral como tú.

              Nicolai tomó del hombro a su amigo para qué se encaminará hacia adentro del departamento, Dominic podía ser un dolor de bolas, pero estaba claro que no entendía bien el trato que los tres estaban manejando.

            No había cosas que lo hiciera más enojar que el simple recuerdo hacia el horrible historial de su pasado.

           Ninguno de los dos era feliz. había noches enteras en las que Abel, aún después de tantos siglos, seguía recordando aquella vida que tanto le avergonzaba, siempre se había sentido un traidor en ese lugar. Arrancando ala con ala, robando un poco más de su espíritu con cada caído que partía. Los demás le decían que realmente no tenía el por qué sentirse así, en teoría, ellos eran los traidores por desear a un patético humano. Abel nunca lo sintió así, siempre se había visto como el villano de su propia historia.




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