Elixir [impuros libro I] en edición

Capítulo XIV

Capítulo XIV

—Funus—

 

Gabriela

Ella jugueteaba con las puntas de sus pies consumida por las ansias de ver dando vuelta en la esquina a Nicolai.

                  De todos los posibles escenarios, ella nunca pensó en que no dudara en aparecerse en la funeraria. Solo le llamaba para aligerar un poco la incomodidad pero que se ofreciera a darle compañía en el velorio sin duda no era una acción que dejaría pasar por alto.

                  El entierro sería en tres horas más y había tiempo de sobra para que ambos se pusieran en contacto si es que él no lograba llegar.

                  Asunto que muy por dentro Gabriel no quería que ocurriera.

                  Miró su reloj, habían pasado solo 20 minutos desde la última vez que había escuchado su voz, 20 minutos que se estaban sintiendo como horas en el desierto. Su corazón latía por los nervios porque Nicolai comenzaba a generar esos efectos en su organismo.

                  Un completo desconocido que deseaba entrar a su atareada vida. ¿Por qué diablos quería ser parte de su atareada y aburrida vida?

                  Un motor se escuchó a lo lejos, Gabriela miró, pero de inmediato se dio cuenta que ni siquiera sabía en que llegaría Nicolai y por lo que se imaginaba no sería una camioneta familiar.

                  Su reloj solo había avanzado un minuto y las ansias la comenzaban a consumir. Se mordía las uñas de la desesperación y Gabriela no pude evitar sentirse algo estúpida por su actitud, dios, parecía una maldita colegiala.

                  El ruidoso motor de una motocicleta retumbó en la calle vacía, sus ojos siguieron al cuerpo en movimiento que poco a poco se volvía mas cercano, su estómago estaba al borde de explotar con sus nervios.

                  «Tranquila, es solo un muchacho».

                  El vehículo se puso a solo 1 metro de los pies de Gabriela, Nicolai se quitó el casco de la cabeza y dejó a la vista su perfecto y pálido perfil.

                  «No, él no es cualquier muchacho. Un muchacho no luce así en la vida real, sol0 en las películas».

                  El cabello se le pegaba solo un poco en la frente por el sudor, no era un día soleado y hasta parecía que caería el aguacero de su vida. Nicolai tenía una fisonomía bastante peculiar, en las pocas veces que Gabriela enserio había estado lo suficiente cerca para apreciarlo siempre parecía un lienzo pintado con la máxima de las paciencias. Sus ojos, su cabello ligeramente largo de la frente y el color tan peculiar de su piel, todo estaba en escalas grises. Desde la ropa en contraste monocromático, la mirada misteriosa que te invitaba conocerlo, la sonrisa coqueta. Todo formaba una armoniosa figura que se había plantado en su cabeza las ultimas veinticuatro horas.

                  —¿Todo bien? —Nicolai se había bajado de la motocicleta y ahora sostenía su chaqueta en la mano.

                  —No sabía que tenías motocicleta— respondió Gabriela tratando de aparentar una confianza que ni ella misma pensaba estar teniendo.

                  Nicolai se encogió de hombros.

                  —No hubiéramos podido hablar como quería si ayer te hubiera llevado en Cleo.

                  —El arma mortal tiene nombre— no era pregunta, era afirmación.

                  —Tss tss tss— Nicolai levantó el dedo índice en el aire—, Cleo es mucho más que un arma mortal; es parte de mi vida. Y si no te la presenté antes, fue porque no quería que pensarás que soy un malhechor.

                  —¿Malhechor? —preguntó aun incrédula Gabriela.

                  —Si— rectificó con orgullo y una sonrisa ladina—. No soy un suicida, Cleo es mis secuas en la vida y el trabajo. Aparte que no hago nada malo, puedes tener por seguro que soy más un… bienhechor.

                  —Un bienhechor que anda en una motocicleta a la que llama Cleo y tiene un compañero al cual considera como un hermano.

                  —Me vas conociendo princesa.

                  —Eso espero, desconocido.

                  Ambos entraron a la funeraria y no era difícil distinguir donde era el funeral de la familia desahuciada. Había cuando menos cien personas en dentro de una sala. La gente lloraba y otros simplemente acompañaban a la gente en su dolor, tal como Gabriela.

                  Nicolai inspeccionaba el letrero afuera de la sala con los nombres de las víctimas, anonadado y con cierta expresión de escepticismo.

                  —¿Tanta gente murió? —preguntó sin despegar la mirada.

                  —No, esta solo es la familia dueña del restaurante donde sucedió el atentado, por lo que se hubieron otros tres muertos y diez personas están en el hospital con lesiones grabes.

                  Nicolai agachó la cabeza y colocó una mano en su pecho, tomando un momento de silencio.

                  Ese gesto le dio un vuelco el corazón, no los conocía, nunca había tenido interacción con ellos por lo que parecía; y aún así honraba de alguna manera la muerte de esos inocentes.

 

Nicolai

Las misas siempre lo ponían algo nostálgico, en parte podía hacer lo que se le viniera en gana y no sería quemado o desterrado al infierno si es que entraba a una iglesia, pero el regresar a sus orígenes lo hacía sentir un hipócrita.

                  No era bienvenido en el paraíso, ¿Por qué sería bienvenido en la casa de dios?

                  Las personas comenzaban a salir de la iglesia, Gabriela le había dicho que iría a ver a Sam para despedirse ya que suponía que se quedaría un tiempo con sus padres. No conocía para nada a la compañera de departamento, pero se notaba por completo distinta a la que había conocido hace tan solo unas horas.




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