Elixir [impuros libro I] en edición

Capítulo XVI

—Firefighters—

 

Abel

—No tenía idea de que Nicolai por fin se diera la oportunidad con esa humana, la verdad ya se había tardado demasiado.

                  Dominic había estado callado todo el camino desde que habían salido del departamento, no era un caído de muchas palabras, pero por alguna razón siempre hablaba con cierto toque de seguridad con Nicolai y Abel.

                  —¿Cómo mierda sabes de Gabriela? —preguntó aun sabiendo un poco de cuales habían sido sus fuentes.

                  —Tu sabes bien que se todo de todos, es cuestión de seguridad— Dominic hizo una pausa para hacer una bomba con la goma de mascar entre sus labios—. Pero dile a Nicolai que su secreto está a salvo conmigo, aparte de mi nadie tiene una mínima idea de lo que pasa con ustedes dos, son buenos cubriendo sus pasos.

                  Abel se detuvo de golpe.

                  —¿Cuál es tu dato de seguridad conmigo? —preguntó cuando el desalineado de su acompañante se giró.

                  —El motivo real de tu destierro.

                  Abel fingió no saber del significado de sus palabras, le estaba tomando el pelo, nadie de los que estuvieron ese día habían descendido. No había testigo de su partida, pero si testigos de su llegada.

                  —No se de que me estás hablando— respondió Abel.

                  —Finge todo lo que quieras, pero yo se que tu mismo hiciste que te expulsaran solo por no dejar solo a Nicolai. Alatum significa sin alas, pero al parecer eso no quita que sí tienes corazón.

                  Carajo, el maldito era bueno.

                  —Igual eso no es novedad, la mayoría de los que estamos aquí saben quien soy y saben como fue que terminé en este lugar.

                  —El secreto no es el porque decidiste tomar la iniciativa para que te echaran— dio un paso y reclinó un poco el cuerpo hacia el para susurrarle la verdad—. Lo que realmente importa es lo que tuviste que hacer para que te echaran, ¿No es así?

                  Dominic en ocasiones tenía una boca demasiado grande, una cabeza demasiado llena y una actitud demasiado estresante. Una desesperante personalidad amerita tener una gran responsabilidad.

                  Abel detestaba no tener la razón en todo, un defecto que Nicolai le repetía siempre que lo ameritaba, no le gustaba que la gente tuviera ese poder sobre él, un poder absurdo pero que le recorría como mala sensación por toda la columna vertebral. Dominic si tenía algo que utilizar en su contra, algo jugoso que ni siquiera Nicolai estaba enterado cuando los desterraron y considerado uno de los fantasmas más recurrentes en su cabeza.

                  —¿Te deje sin palabras? ¿Acaso tu novio Nicolai no tiene idea?

                  Quiso responderle, pero un ruido de explosión dentro del gimnasio lo hizo girarse para encontrar lo que se volvería la segunda masacre de la semana.

                  —Mierda.

                  —Abel— Dominic tomó los hombros de Abel para girarlo y viera la multitud en llamas que corría despavorida por la acera.

                  Todos eran humanos, todos y cada uno de ellos estaba cubierto de fuego o esparcido en viseras en el suelo. El griterío no se había saciado, la única diferencia es que los abucheos se habían transformado en agonía.

                  Abel pudo ver a dos hermosas mujeres rubias salir del pasillo que daba a la salida de emergencia, ambas no parecían tener una partícula de suciedad y su maquillaje estaba en perfectas condiciones.

                  —Estoy llamando a Nicolai— anunció Dominic.

                  Abel le tomó la muñeca para detenerlo un momento.

                  Las dos hermosas damas los miraron, ambas sonrieron con una mueca sínica, como si los hubieran reconocido. Atrás de ellas salieron cuatro hombres vestidos de traje y lentes de sol, traían guardaespaldas. Una de ellas le susurró algo al hombre a su derecha y el antes de mirarlos ya estaba caminando en su dirección.

                  —Corre— dijo Abel tomando de la chaqueta a Dominic para arrastrarlo con él.

                  Dominic no tardó y en unos cuantos pasos ya estaban corriendo por las calles de la ciudad. Abel giró la cabeza y vio como el hombre seguía detrás de ellos, corría despacio a comparación de ellos y sudaba con cada paso que daba. Era un jodido humano, no sería difícil perderlo.

                  —Dominic— gritó Abel cuando ambos se habían separado un poco—, supplementum, llama a los bomberos.

                  Dominic se perdió entre la multitud de un mercado entendiendo a la perfección el código que Abel le había dicho. Por otro lado, Abel pudo distinguir al hombre en traje que lo perseguía un poco desorientado, tenía que hacer que lo vea, Abel se había vuelto la nueva carnada.

                  Entonces hizo lo que solo en emergencias haría un idiota.

                  Abel disparó una bala de salva al aire.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.