Ella es el Asesino (libro 1)

Doble Asesinato

Que muera este amor que tortura.

Que venga el odio y la melancolía.

En mis sueños te muestras,

en mi realidad ya no estás.

 

—¿Matarte? —soltó Lidia y se levantó veloz de su asiento. Caminó hasta la ventana y vio cientos de luces que alumbraban la gran ciudad. Jugueteó con la blanca cortina para intentar comprender la situación. Desde allí, empezó a hablarle a la joven—: Ahora recuerdo que lo intentó cuando te vio por primera vez, pero no lo hizo.

Detrás escuchó que Ámbar aclaró la garganta.

—Sé que caer en sus brazos le suena como a una gran tontería de mi parte, pero las emociones te guían de maneras que a veces no podemos comprender —resopló, pero no mostró arrepentimiento alguno—. Yo soñaba con hacer una vida a su lado, y terminé por sostenerlo agonizando. Tenía la esperanza de que volvería a sanar como lo hizo antes, pero… —Evitó el llanto—, fue él quien no quería hacerlo.

»Alan tenía una especie de misión y esa era entregar mi alma como tributo. Con cada cosa que salía de su boca me hería, pero evité decirle que ya era suficiente porque entendí que necesitaba desahogarse. «Ibas a morir cuando llegué a ti. Te quedaban horas y solo tenía que ganarle a tu muerte natural, llevarte conmigo y así yo obtendría el reconocimiento que tanto deseaba. Me sentía harto de ser ignorado. ¡Y era demasiado simple! ¡Tenía que acabar con una humana que estaba muy cerca de su fin! ¡Pero soy tan inútil que no pude hacer algo así de sencillo!», esas fueron las palabras que más me dolieron. Estaba enojada y dolida al mismo tiempo y le pregunté que, si pensaba que era tan fácil, por qué no lo hizo.

—¿Qué te respondió? —Sin prevenirlo, sus ojos se fueron llenando poco a poco de esas lágrimas que aparecen y fluyen sin permiso alguno.

—Él de verdad ponía todo su empeño para poder hablar. Creo que su poder fue de ayuda porque poco a poco vi que pronunciaba mejor. Así, recargándose en mi brazo, dijo: «¡Este cuerpo también es humano! No debí usarlo, pero me faltaba sabiduría para prever que sería capaz de sentir lo que nunca imaginé. Retrasé tu muerte lo más que pude, usando todos los recursos que tenía porque necesitaba conocer el porqué no era capaz de acabar contigo. Tú sabes lo que pasó después. Quise hacerte daño, lastimarte, ¡pero no fui capaz! Pensé que era un fracasado, así que me llevé a otra mujer para probar que no lo era. Allí supe que no se trataba de mí, ¡eras tú!». Con la mirada que me dedicó confirmó mis sospechas. Manché mi ropa con la sangre de sus heridas porque lo apreté contra mí, pero ya nada importaba, solo quería llevarlo a mi casa para curarlo. Lo curaría las veces que fueran necesarias.

Lidia regresó a su lado, dispuesta a ser un apoyo.

—Pero ya lo sabíamos, ¿no? —intervino amigable.

La joven enferma se iba adentrando en sus recuerdos, pero esta vez hacerlos volver no la llevó a perderse.

—Solo logré pronunciar: “¿Por qué yo?”. No le grité que tuviera más cuidado con sus palabras, pero quería hacerlo. Su cara perdía expresión. Era fácil saber que su pena era muy grande; hasta creo que más que la mía. Cuando por fin se decidió, sostuvo mi mano, la acercó a su pecho y me respondió: «¡Tú y esa esencia! Antes la saboreé desde lejos en los seres puros, es como lo que viene de adentro. Se supone que no debemos fijarnos en ella, pero yo siempre quise sentirla de cerca. Cuando te conocí, pasaste a mi lado y me di cuenta de que tenías una tan parecida. ¡Es que es tan sedante! Si no se tiene cuidado puede ser peligrosa para nosotros, y no lo resistí. Suele ser muy rara en los de tu tipo, pero los hay… ¡Tú la tienes! Y, después de un tiempo, llegó eso que tenemos prohibido. Fue inevitable…», me susurró sin poder continuar. Elegí exigirle que lo dijera. ¡Necesitaba que lo dijera! Apreté sus hombros sin darme cuenta de que le dolía. Pero quería oír que lo reconociera porque, a pesar de todo, no lo había dicho.

»Jamás lo forcé a nada porque sabía que él no experimentaba los sentimientos igual. Dentro de mí sabía que ya no tendría otra oportunidad para oírlo con su voz, ese era el momento, el único que quedaba.

Una fina lágrima se fue resbalando de uno de los ojos de la enferma. Tan delgada que se tenía que poner atención para apreciarla. Y, a pesar de ser tan insignificante, representaba el calvario vivido.

—Debiste sufrir bastante —exclamó conmovida la abogada.

—Sé que parece que pasó mucho tiempo, pero no, lo que le cuento fue rápido. Se notaba en él la desesperación. Le costó trabajo poder decírmelo, pero lo hizo: «¡El amor, ese que es como un veneno!». Yo sentí que mi corazón latía por la emoción de saber que me amaba. «¡Ya lo escuchaste! ¡Te amo! Lo conocí y lo probé, ¡y ahora mira lo que ha provocado!», me gritó e hizo que volteara de nuevo al pueblo moviendo mi barbilla. Las llamas seguían creciendo. Así volví a la realidad y fui consciente de la masacre.

De un segundo a otro, Ámbar lució más moribunda que nunca.

—¿Usted cree que un ser como él era capaz de amar? —El cuestionamiento era necesario porque le urgía que alguien se lo confirmara.

—Si fue capaz de luchar contra su naturaleza, yo creo que sí. No pudo ser otra cosa que amor —dijo la abogada, mientras le acariciaba la cabeza para hacerle saber que su respuesta era auténtica—. Acordamos que podías detenerte si esto se ponía difícil.




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