Ella es el Asesino (libro 1)

Corazón Indestructible - Parte 2

El médico que la atendía interrumpió para revisar a Ámbar.

Lidia salió de la habitación con el objetivo de darles privacidad y aprovechó para ir a comprar un café a la máquina expendedora del segundo piso. Decidió bajar las escaleras a pie. El hospital se encontraba solitario porque era de madrugada.

Durante su trayecto solo escuchó uno que otro quejido de los enfermos, pero nada más. Llegó a la máquina, sacó un par de monedas y cuando apenas iba a meter la primera, los sigilosos pasos a su izquierda la hicieron girar de golpe.

¡Ahí lo vio! Un hombre alto y con una gabardina negra que estaba ya a unos seis metros de distancia llamó su atención. «¿Pero de dónde salió?», se preguntó porque forzosamente tenía que pasar a su lado y ella estaba segura que no lo hizo. Interesada, enfocó mejor la vista. Su leve miopía empezaba a causarle problemas, pero fue capaz de ver, a través de la oscuridad del pasillo, que era pelirrojo y por su nuca supo que también de piel blanca. «Una casualidad quizá», se dijo aunque su mano que tenía la moneda temblaba. Siendo poco discreta, lo siguió con la vista hasta que dio vuelta al final del pasillo, perdiéndose.

Convencida de que iba a ignorarlo porque no quería ofender al desconocido, metió la moneda que sostenía, pero lo meditó porque una corazonada y la tensión que percibía la hicieron cambiar de opinión y abandonó el café.

Avanzó por la misma ruta que el hombre, solo quería verle la cara, pero para su sorpresa ¡el pasillo estaba vacío! En ese instante sintió que su presión se elevó y le causó un mareo. Tuvo que recargarse en la pared para no caer. Respiró varias veces, hasta que se sintió mejor. De reojo llamó su atención una tarjeta negra en el suelo que se encontraba a poco menos de dos metros de sus pies. Decidió levantarla sin saber por qué y leyó:

 

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El primer impulso que tuvo fue tirar la tarjeta al bote de basura, pero apenas llegó, desistió y la metió al bolsillo de su abrigo. En realidad no creía en nada de eso de lecturas, adivinas y demás, pero por alguna razón sintió la necesidad de guardarla.

Dejando su café para otra ocasión, regresó con Ámbar sin hacer otra escala.

Antes de llegar al cuarto, se topó al médico a quien de inmediato interrogó:

—¿Cómo está?

—Me dice el policía que usted es su abogada, ¿es correcto? —respondió el hombre de unos sesenta años que se portó cordial.

—Sí.

—No debería darle informes de su salud porque no es familiar, pero lo haré porque veo que nadie más pregunta por ella. Ámbar sufre de cardiopatía isquémica. —Se quedó pensativo un breve instante—. Debo decirle que estoy impresionado por todo lo que ha resistido. Es muy fuerte, pero por el daño que ya tiene, su vida no será larga. Lo siento mucho. Le recetaré medicamentos que la ayudarán y una dieta. Por ahora la cirugía no es opción, no va a resistirla. —Antes de finalizar, le hizo un último comentario que sonó más a consejo—: Entiendo que es su trabajo, pero evite alterarla. Darle espacio unos días será lo mejor.

Lidia sintió que su estómago se removió como si tuviera dentro un roedor carcomiéndola.

—Gracias por decirme, doctor.

El hombre asintió y ella se apresuró a entrar a ver a su joven cliente. Seguía despierta y parecía más estable. Lidia lo relacionó con el medicamento que le administraron vía intravenosa. Convencida de que se quedaría a dormir allí, se volvió a acomodar en la misma silla y le sonrió.

—¿Se ha enamorado alguna vez? —la cuestionó Ámbar con un repentino interés.

—No he tenido el gusto, pero si eso no pasa no me molesta de todos modos —respondió, pero en realidad no sonó tan convencida. Tener una cama vacía todas las noches era algo que, en momentos difíciles, se volvía insoportable.

—Lo último que yo quería era engancharme a un hombre. Mis sueños iban en otros rumbos. Quería continuar la escuela, salir del pueblo y conocer más lugares… Pero llegó él y no supe cómo parar lo que pasaba. Después de nuestra primera vez no pude poner un alto. —La historia de su idílico romance volvía.

Castelo recostó la cabeza en el respaldo de la silla y se cubrió con el abrigo para escucharla.

—¿Cuánto tiempo pasó para que se vieran otra vez?

—Fue la noche siguiente y también a escondidas —recordó y una media sonrisa se dibujó en sus labios—. Cada vez que me iba a dormir me decía que estaba mal y me prometía que no volvería a hacerlo. Pero con solo verlo se me olvidaba todo. Con cada beso, cada que sus manos me tocaban… No nos cansábamos de aprender. Me escapaba cada vez que tenía la oportunidad porque no lograba dormir, solo podía pensar en él, en sus manos acariciándome, y ni siquiera tenía que pedirme que lo hiciera. —Sus ojos brillaron por la ilusión de rememorar esos momentos—. Cuando estábamos juntos, él hablaba poco, pero una vez me dijo que estar conmigo estaba prohibido. En el fondo yo sabía que sentía algo muy fuerte por mí, aunque no puedo asegurar que era amor. No sé si él podía sentirlo, pero se acercaba mucho a lo que teníamos.




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