Ella es el Renacido (libro 2)

Prefacio

La oscuridad que gobernaba en la húmeda selva fue interrumpida solo por el parpadeo de las luces de las ambulancias, y el inestable resplandor de las linternas de los policías que exploraban los alrededores.

El crujido de las ramas y el murmullo de los insectos acompañaban el caos.

Se sentía una escalofriante tensión. Cada silueta y cada movimiento aumentaban el sentimiento de desesperación en cada uno de los presentes.

Renée se encontraba en el centro de todo, inmóvil y temblando con apenas una manta encima que alguien le prestó. Sus manos todavía estaban salpicadas de sangre. El líquido rojo contrastaba con su piel que en ese momento palideció. Sus ojos, dilatados por el shock, recorrían frenéticos el lugar. Buscaba cuidadosa a Luciano. Lo que sucedía a su alrededor no tenía sentido: paramédicos y policías se movían de un lado a otro apresurados. Pero su presencia no le importaba; o al menos no todavía.

Al bajar la vista confirmó que el suelo estaba cubierto con manchas de sangre. Parecían rastros de una lucha violenta que tuvo lugar allí, entre los árboles y las enramadas.

Renée se acercó tambaleándose a una de las ambulancias, pero el sonido de las sirenas y el alboroto le impedían concentrarse.

Una paramédica, con su uniforme rojo y el rostro tenso, se acercó a la joven. Fue la única que parecía preocupada por ella.

—Siéntate para que te vuelva a revisar —le pidió de manera profesional.

Renée la miró con ojos vidriosos. Y con la voz apenas en un susurro dijo:

—Mi amigo… Él no está, no lo encuentro.

La paramédica le dio una palmadita tranquilizadora en el brazo.

—Estamos buscando a todos tus compañeros. Si te acuerdas de otro dato o algún detalle que pueda ayudarnos, dínoslo.

Renée tragó saliva con dificultad. Su mente tenía un hoyo negro que no lograba disolver.

Mientras volvían a revisarla sentada en el borde de la ambulancia, un oficial con un radio en la mano estaba en contacto constante con la central. Aumentarían los esfuerzos de búsqueda.

—Solo tienes rasguños —le avisó la paramédico—. Te daré un suero. Descansa.

Pero, en cuanto la paramédico se alejó, Renée bajó de la ambulancia. Sus pasos eran inestables. La sensación de frío en las manos y la visión del líquido carmín en ellas la hacían sentirse desconectada de la realidad. El peso de la noche y el miedo opresivo llenaban cada rincón de su mente. Aun así, su mirada se perdía en el bosque con un único objetivo.

Siguió sigilosa a un par de policías que revisaba un área al sur. De repente, uno de ellos levantó la mano y señaló algo entre los arbustos.

El segundo oficial comenzó a moverse veloz en esa dirección.

La preocupada joven, atraída por saber si era su amigo, fue detrás de él sin permiso, con los ojos enrojecidos y el aliento acelerado.

—¡¿Luciano?! —gritó de pronto.

La esperanza iba y venía mientras se acercaba.

En ese instante, justo antes de llegar, el frío de la noche se volvió más intenso y las sombras espectrales del bosque parecieron alargarse, interceptándola.

Renée sintió que se hundía de un tirón en un abismo surreal donde ella era la ansiada presa lista para ser devorada.




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