Eli nunca se imaginó que hubiera un dolor de pies diferente al de bailar toda la noche en tacones, pero el que experimentaba por haber caminado gran parte de la mañana —buscando comprar algo de ropa que no fuera tan alocada como el vestido prestado que traía puesto y más cómoda que las sandalias que le quedaban algo justas para su gusto—, era por mucho más demoledor para sus extremidades, sin contar de que moría de hambre y no quería gastar demás ya que no tenía por el momento donde conseguir dinero para su subsistencia. Si no fuera por sus recientes e inimaginables ángeles de la guarda, tal vez su perspectiva de la vida se hubiera vuelto fatalista, en cambio, al menos podía disfrutar de ese bocado de sándwich, algo desabrido pero que aun así le sabía a gloria mientras lo masticaba sentada en una de las mesas del área de sodas de la tienda de conveniencia en la que se encontraba.
La pequeña televisión empotrada en la pared del local entretenía con el programa habitual de las mañanas, cuando interrumpió su programación para el acostumbrado servicio social a la comunidad. Los ojos de la chica se abrieron con sorpresa cuando en el primer pantallazo apareció un cartel con su rostro y la voz del locutor, una varonil y bien modulada, hacía el intro de la cápsula, enfocándose en sus datos:
“Eliana Torreblanca Olvera, desaparecida desde el veinticinco de enero del presente año. Señas particulares: Tez blanca, cabello oscuro, ojos marrones, estatura un metro sesenta y cinco. Si alguien sabe de su paradero favor de comunicarse a los siguientes números...”
Miró decepcionada la pobre descripción que su familia proporcionó a la televisora local. Aunque adjuntaron su foto —que obtuvieron de las redes sociales —, no iban a encontrarla fácilmente. ¿Cabello oscuro? Solo le bastó pintarlo de rojo, ponerse unos lentes de contacto y unas gafas. Además de que cambió sus finas ropas por un simple pantalón deportivo y una camisa holgada comprada en un supermercado. Así pasaría desapercibida y nadie la reconocería cómo la hija del distinguido y finado Gerardo Torreblanca y Toledo, y su señora Ana Cristina Olvera de Torreblanca —también finada—, ellos conformaban una de las familias más reconocidas de todo México. Casi en la misma importancia que el dueño de la empresa de telecomunicaciones y uno de los hombres más ricos del país. Así de importante su abolengo. La familia Torreblanca tenía importancia social y política, ya que su padre se codeaba incluso con el mismísimo presidente de la República y ella, fue asediada por los jóvenes más codiciados del país. Pero nada de eso importaba ahora.
Meses antes, cuando planeaba viajar por Europa, no se imaginó que la última conversación que tendría con sus padres, fuera una discusión, porque Gerardo Torreblanca no quería dejarle el avión familiar y tuvo que rebajarse a viajar en primera clase de un vuelo comercial.
¿Qué tan frívola te sientes ahora, Eliana? Los lujos y las comodidades pasaron a segundo término y lo único que ahora te importa es la justicia. Esa que te arrebataron junto a tus padres.
Una noche, cuando Eliana llegaba al hotel, con el tiempo justo para arreglarse y salir a reunirse con el guapo francés que la esperaba para ir de fiesta, descubrió cientos de llamadas en el teléfono que olvidó en la habitación, además de interminables recados que el hotel tenía para ella. Leyó un primer mensaje proveniente de su tío que le heló la sangre. Buscó de inmediato su teléfono para encontrar en internet las últimas novedades de su país. Los resultados de búsqueda estaban repletos de los últimos acontecimientos en México. La noticia del momento: Gerardo y Ana Cristina Torreblanca muertos en un aparatoso accidente. Los informes preliminares decían que el auto se había quedado sin frenos, provocando el desenlace fatal de una de las parejas más influyentes del país. Eliana quedó perpleja en un primer momento, parecía que el alma se le hubiera salido del cuerpo y el mundo paró de girar, la respiración que parecía haberse detenido con el impacto de la noticia se le aceleró al llegar la total comprensión. Dejó caer el teléfono y se cubrió la boca para amortiguar el sollozo que escapó de su garganta, mientras sus piernas perdían la fuerza que la sostenía por la idea de quedar sola en el mundo, sin saber qué hacer y sin dilucidar que la muerte de sus padres no era la pesadilla sino el inicio de esta.
Y es que, querida Eliana ¿Cuándo en tu próspera vida te ha dolido la panza por no comer?, ¿o lloraste hasta drenar la última gota de energía por sentirte indefensa y a la deriva, sin un mísero peso en la bolsa? ¿Ese el karma cobrándote caprichos, desplantes y excentricidades?
Bastó llegar a México para darse cuenta de que no solo despediría a sus padres, sino que también quedaba atrás la vida tal como la conoció. La heredera del re nombradísimo Gerardo Torreblanca fue despojada de todo. Se dio cuenta en la lectura del testamento, dónde el abogado de un poderoso empresario llamado Carlo Montemayor, irrumpió para hacer efectivos unos pagarés firmados por su padre, que en suma comprendían tanto la fortuna como las empresas de la familia Torreblanca.
—Mi cliente otorga las pruebas fidedignas y avaladas por notario. Todo está en regla. El señor Torreblanca incumplió con los acuerdos de pago y mi cliente está en todas las de la ley para recuperar sus inversiones.
La única sorprendida parecía ser Eliana, puesto que su familia se mostraba indignada y enardecida porque les era arrebatado lo que no era suyo, pero que los enriquecía.
—¿De qué demonios habla? Mi papá no le debía a ningún fulano ¡Esto es una estafa! —reclamó cuando fue capaz, ya que la impresión la dejó momentáneamente muda—¡Váyase de mi casa! —exigió al abogado.
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Editado: 09.11.2024