Ella o Él

V. Propuesta sobre la mesa

Ni un momento la apartó de su pensamiento. Eso lo sorprendía, puesto que estaba claro que las teorías sobre el amor a primera vista, eran insulsas. Además, que estaba consciente de que lo que sentía solo era deseo. Sin embargo, algo le sorprendía, no le había sucedido nada parecido, nunca hasta ese momento y con esa mujer que a simple vista era quizá era unos diez años menor que él. Ya no se veía tan niña, pero tenía la frescura que otorga la juventud en todo su esplendor y sin duda opacaba por mucho los míseros treinta y siete años que él poseía. A veces se sentía viejo. Tan sin sentido, tan amargado...

¿Y aun así la deseas para ti, Carlo? ¡No me digas! Si sabemos perfectamente que no crees en las relaciones, mucho menos en las de pareja. ¿Qué harás después de que la hagas tuya? ¿Darle la espalda y hacer como que no existe? Ella no es como las prostitutas caras que contratas por agencia bajo tus raras condiciones de no hablar e irse inmediatamente después de que te las coges.

Al fin y al cabo, la fuerte impresión que Eliana Torreblanca le provocó, no fue como alguna otra y tampoco entendía el por qué. Obviamente tuvo mucho que ver el diminuto traje de baño en color dorado que resaltaba de manera dramática el bronceado de su piel, pero consideraba más que nada, que fue su tan marcada femineidad. Eliana era de esas mujeres que, a la vista, poseía un aspecto era delicado, sus movimientos eran armoniosos y ostentaba un cuerpo de sirena tan proporcionado, sin nada de más y nada que falte. Le pareció una frágil flor que había que proteger de la intemperie; aunque bastó mirarla de frente para saber que quien debía protegerse de ella, era él con lo avasalladora que le resultó.

También habían sucedido muchas cosas desde ese primer avistamiento a la mujer que lo enloqueció. Después de que la joven se marchó del club —llevándose si acaso su cordura—, volvió a su propósito principal. Exigió a Gerardo el pago de su deuda y le impuso un plazo de dos días. No le importaba cómo iba a hacerle, pero él no permitiría que lo hicieran ver como un pelele. En los negocios no había amistades y además él no tenía amigos. Sin embargo, un día después del plazo fijado, todo terminó en un accidente que acabó con la vida de Gerardo y su esposa.

“No era lo que yo quería” pensó sintiéndose iracundo. Le había dado un ultimátum a Gerardo y en ese momento sin importar los presentes en el club, todo se tornó en una feroz discusión que terminó con un golpe en la cara de su deudor y un sin fin de amenazas que puso sobre la mesa. Él tenía todo el poder, el dinero y el derecho de cobrarse cómo quisiera y Gerardo le debía hasta la sombra, solo que tenía que admitir que todo se salió de control. Cerró los ojos y maldijo lo que había hecho.

Tampoco estaba muy a gusto con quitarle todo a la ahora pobre chica y dejarle como única opción algo tan descabellado como el matrimonio —recordar tan solo la propuesta le provocó reír—. Por supuesto que Eliana no iba a aceptar algo tan ridículo.

“Las sirenas nunca se casan con pobres diablos”.

¿Matrimonio? ¿En qué momento se le ocurrió? Quiso darse de topes. ¿Qué clase de esposo iba a ser si no tenía interés en relacionarse con nadie? Lo único bueno de la idea, es que todas las noches se saciaría de ella, de su cuerpo; sin descanso ni contemplaciones. El sexo le representaba un suculento incentivo como a cualquier hombre. El matrimonio solo le daba la seguridad de que Eliana le perteneciera —el tiempo suficiente para tomar lo que necesitará de ella—. Tampoco era de la idea de atarse a alguien para siempre. No. Eso no. Simplemente era una manera legal de hacer lo que quería. Aunque también estaba consciente de lo imprudente que fue proponerlo mediante su abogado, justo el día que hizo efectivos los pagarés, sin importarle que la hija de su deudor aún estuviera llorando la muerte de sus padres y también añadiéndole que se enteraba al mismo tiempo que se había quedado en la calle. Pero bueno, que mejor oportunidad para ella que convertiste en su esposa y no carecer de nada... Mientras que cumpliera con sus deberes en la cama. También podría hacer lo que quisiera —excepto dejarse ver o tocar por otros hombres; esa sería la condición—. Lo demás no importaba.

—Jefe —interrumpió Dalia entrando a la oficina.

—¿Qué pasa? —respondió tomando asiento tras su escritorio, ya que anteriormente se encontraba frente al enorme ventanal de su oficina, mirando la nada.

—El servicio de comida ya llegó. Athos y Portos también lo esperan.

—Gracias, Dalia —se levantó y abotonó el saco con elegancia—. Descansa un poco y pide algo de comida para ti; yo regreso en un par de horas

—Sí, jefe —respondió alegre y le dedicó una mirada llena de ternura. Quizá aumentada por el instinto materno revolucionado a causa del embarazo.

—Está bien, te veo luego. —Trató de no sentirse incómodo ante la amable sonrisa de su asistente, apretó los labios en un intento de sonrisa que no tuvo éxito y salió de la oficina con prisa.

Los empleados estaban acostumbrados a su mutismo, así que intentaban concentrarse en su trabajo mientras Carlo pasaba de largo con rumbo al área recreativa que mandó construir para sus mascotas, dentro de su propio edificio. Entró al elevador para subir al último piso —su oficina quedaba dos pisos más abajo de a dónde se dirigía—. Ahí, aparte del centro recreativo para Athos y Portos, también tenía un pequeño departamento para descansar cuando terminaba muy tarde o cansado de trabajar y no quería regresar a casa. En la soledad del ascensor comenzó a aflojar su corbata y desabotonó el cuello de la camisa, se quitó el saco. Para cuando las puertas se abrieron, vislumbró el interior del departamento —no por pequeño quería decir que menos cómodo, al contrario—, aventó el saco sin importarle dónde cayera y cruzó rápidamente la sala, para abrir las puertas hacia el jardín. Al pisar el pasto, su sonrisa apareció de inmediato, reflejando la parte más oculta de su personalidad. Se quedó un momento mirando como Athos completaba un salto en el área de juegos, mientras Portos aguardaba sentado las instrucciones de su entrenador.




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