Ella o Él

VI. Amigos

Se sintió denigrada, vejada y efectivamente, sin dignidad. Eso era nuevo para ella. Nunca, jamás en su vida, alguien se había atrevido a tratarla como un objeto que usar. No podía creer el descaro de ese tipo ¡Mira que hablarle como si ella fuera una... ¡Prostituta! Dando su cuerpo a cambio de dinero, como una cualquiera. Pero lo que más le enojaba de todo ese asunto, era que terminó accediendo. Y no por darle la razón, sino porque era la única manera de recuperar algo que le pertenecía por derecho y Carlo le había robado. Seguía sin comprender del todo como lo había logrado, pero estaba segura de que usó algún tipo de artimaña para engañar a su papá, solo así, porque su padre nunca hubiera permitido que la despojaran de todo.

No había llorado tanto, ni cuando le entregaron las cenizas de sus padres. Era tan humillante venderse cuando no conocía otro modo de vida. ¿Qué opciones tenía? Había terminado una carrera en administración de la cual estaba segura —a pesar de sus altas notas—ni siquiera era capaz de aplicar a sí misma, mucho menos en un trabajo. Y es que en toda su vida había tenido la necesidad. Lo que más le dolía es que muchas personas habían perdido su trabajo al no tener ella ninguna posibilidad de subsistir. Su familia la presionaba, pues estaban atenidos a que fuera su bote salvavidas; incluso aplaudieron el sacrificio que ella haría, poniéndola en un pedestal como si se tratara de una santa.

Martha —que se había quedado a su lado por lealtad. Al igual que el chofer amable—lamentaba la suerte de Eliana y le insistió que no fuera a la cita con Montemayor, pero ella se negó, incluso cuando la cariñosa empleada le ofreció su casa. Sin embargo, no quería ser una carga. Tampoco era que no hubiera considerado seriamente la propuesta de Martha. No le importaba mucho el hecho de vivir de manera sencilla, o tal vez trabajar para ganar el pan de cada día. Eso era lo de menos. Era cuestión de orgullo quizá o de voluntad tal vez, pero no iba a dejar que Carlo Montemayor se quedara con todo por lo que su padre había trabajado, asegurando su futuro. Así que no era más que luchar por lo que le pertenecía.
¿Es eso en verdad, Eliana?, ¿o simplemente no quieres dejar atrás tu cómoda vida y valerte por ti misma? Si lo piensas, no es necesario entregar tu cuerpo para recuperar lo que quizá no era tuyo.

La cita era a las siete de la noche y solo vistió un elegante vestido color vino No sé ocupó en llevar una maleta con ropa, puesto que Carlo había dejado muy en claro que la quería desnuda todo el tiempo. Tenía miedo. No sabía que podía esperar. Quizá era un sádico sexual y ella tenía experiencia en el sexo, pero lógico, no gustaba de juegos rudos o dolorosos. Además sabía que con un solo clic podría conocer a Carlo Montemayor, pero se negaba a buscar cualquier cosa relacionada con él. Además, sabía que el acontecimiento sobre la muerte de sus padres y su caída en ruinas, estaba en todos los noticieros y circulaba en redes sociales. Así que no, no quería escuchar en boca de otros el relato —muy lejano y descabellado—de lo que ella estaba pasando.

Alisó su vestido, mientras se miraba al espejo. En otro momento quizá se hubiera vanagloriado de lo bien que se veía, pero está vez ya no importaba. Iba a ser un golpe duro estar con un hombre sintiéndose obligada y sabía que no iba a reponerse en mucho tiempo.
Suspiró profundamente para infundirse valor y caminó temblorosa hacia la cama, para tomar su bolso.

De manera automática se dirigió hacia la puerta y abrió, saliendo de su habitación. Con cada escalón que descendía en las escaleras, sentía que bajaba al mismísimo infierno. Quería correr, desaparecer, no saber nada de Carlo, ni de sus tíos, ni de nada.
Al pie de la escalera, aguardaba Martha, acompañada por el chófer —si tan solo en algún momento le hubiera seguido la plática, quizá se sabría su nombre. Solo sabía su apellido: Cervantes.
—Señorita... —la miró con preocupación—. No tiene que hacerlo.

—Debo hacerlo.

Era algo incómodo que sus únicos empleados estuvieran enterados de a lo que iba con Montemayor, pero se recordó bajar llorando histérica después de hablar con este y ellos la ayudaron a tranquilizar.

—No puedo dejarle mi patrimonio.

—Pero así no, por favor —suplicó nuevamente la mujer.

—Vamos, Cervantes.

El joven también estaba muy preocupado y en cierto modo sentía impotencia y coraje de Montemayor. Él si lo conocía de las veces que llevó a su jefe a reunirse con él. Siempre le pareció muy hermético y misterioso; pero nunca se imaginó que fuera tan poco hombre como para proponerle tal cosa a Eliana. Después de todo, siempre consideró a la hija de su difunto jefe, una joven buena, a pesar de lo poco conversadora que era con el personal.
La escoltó hasta el auto y cerró la puerta. Era el único coche que quedaba en la casa. Eliana había dispuesto de casi todo lo de valor para finiquitar las deudas y admiraba en ella el desprendimiento que mostraba, además de que estaba seguro que la decisión de aceptar la indecencia de Montemayor no era la solución. Subió al volante y encendió el auto. Antes de avanzar, se despidió de Martha con la mano. Accionó el botón para abrir los portones y salió a la calle. No sabía que decir, pero necesitaba decir algo. Se decidió cuando miró a Eliana por el espejo retrovisor. Iba con la mirada baja y notaba el temblor de su cuerpo.
—Señorita Torreblanca —le llamó pero ella no pareció escuchar—. Señorita... —insistió con el mismo resultado—¡Eliana! —levantó un poco la voz, pero con eso la hizo reaccionar.
Los ojos de la chica, tan oscuros que enmudecían a cualquiera por su hermosura, lo miraron con alarma.




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