Eliana y Gustavo, mientras tanto, buscaban un negocio de ventas de autos, con la dificultad de que no fuera del todo legal, pues sólo contaban con la tarjeta de circulación del vehículo. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, dieron con un tianguis de autos, en que al dueño no le importó que carecieran de factura —seguramente falsificaría una—, aunque argumentó que, por ese simple detalle, no les pagaría lo que ellos pedían, sino que cuarenta por ciento menos del valor del auto. Gustavo quiso replicar, puesto que era un auto de lujo, pero Eliana lo detuvo, argumentando que el dinero que le darían era suficiente para solventar algunos meses. Al terminar el papeleo y recibir el dinero, pidieron un taxi que los llevaría directo a casa de Gustavo.
Eliana en ese momento se sentía totalmente a la deriva. Iba mirando por la ventana del taxi. El paisaje distaba mucho de sus rumbos. A diario veía enormes construcciones de lujo que rodeaban su casa y ahora se encontraba en un barrio de clase media. Había unas calles en las que las casas eran de madera, pero no tipo cabaña, si no lo suficientemente rústicas como para que Eliana pensará que estaban a punto de derrumbarse. Gustavo evitaba reírse un poco de la mirada de asombro de su ex jefa y reciente amiga. Era lógico para él que ella se sintiera de ese modo ya que acostumbraba a visitar lugares exclusivos y adinerados muy lejanos de los rumbos que a él lo vieron crecer. Pensaba en que esta situación estaba viviendo era como la punta de la aguja que rompía esa burbuja en la que había vivido. Nunca la considero mala persona, no. Sino no estuviera dispuesto a ayudarla la verdad, es que le parecía una gran injusticia qué le arrebatará su herencia y la dejarán en la orfandad de la noche a la mañana. Eliana no había vivido cómo él, solventando dificultades y en ciertos momentos de su vida aguantando un hambre feroz que calmaba con agua. Eso hasta que alguien le dio una oportunidad de trabajo.
—¿Es seguro aquí? — preguntó Eliana, todavía embargada por la incertidumbre.
—No te dejes llevar por las apariencias, Eliana. El que sea un Barrio Pobre no quiere decir que todos sean delincuentes y están esperando a la vuelta de la esquina para robarte. Es un poco prejuicioso de tu parte que preguntes algo como esto —respondió con suavidad.
—Lo siento, estoy abrumada no quise que me malinterpretaras —desvío la mirada sintiéndose avergonzada.
—No te preocupes, es un lugar como cualquier otro. Recuerda que los malos no solo se reducen a la clase pobre.
—¡Lo sé! El mayor ejemplo es Carlo Montemayor —dijo apretando puño sus delicadas manos —. Tan solo de pensar que estuve a punto de... —se quedó callada, presa de un escalofrío.
—No hay que pensar en eso por ahora— puntualizó Gustavo—. Lo importante es que no accediste a sus demandas; despreciables A mi parecer. Creo que no era la solución para recuperar lo tuyo.
—No sé cómo voy a hacer ahora. ¿Qué pasará? —preguntó aprensiva.
—Bueno, por el momento instalarte en mi casa y después pensaremos en soluciones.
—Gracias, Gustavo —dijo Eliana con ojos vidriosos.
No se creía que alguien le ayudara desinteresadamente. Todos lo que alguna vez se habían proclamado sus amigos le dieron la espalda y quién menos se imaginó, estaba apoyándola como nunca.
—Todos mis amigos me dicen Tavo —informó el joven—, y recuerda que tú y yo, ahora somos amigos
—Está bien, Tavo.
—¡Eso! —celebró— y yo te diré: Eli.
Se sintió regocijada de tener un diminutivo impuesto por un nuevo y verdadero amigo.
—¡Llegamos! —anunció Tavo.
—¿Llegamos? —preguntó Eliana asomándose en la ventana y observando un edificio de interés social en color gris, pero no por elección, sino porque ya la pintura había sido carcomida por el tiempo. Aún le quedaban unos cuantos manchones de un amarillo canario y algunos vivos en azul marino. Tenía al menos cinco niveles en los que había un departamento de cada lado (aunque serían pequeños departamentos la mejor descripción)
»¿Qué dirá tu familia Cuando vean que llegas conmigo pretendiendo que me quede en tu casa? — preguntó aprensiva de lo que pudiera suceder.
—Seguramente se alegrarán — respondió Tavo mostrándole una divertida sonrisa—. Verás, mi familia se reduce a mis dos grandes amigos de la infancia. Son unos geniales mellizos con los cuales he vivido mis mejores aventuras. Cuando cumplimos la mayoría de edad y pudimos trabajar, fuimos capaces de conseguir nuestro propio departamento del cual nos sentimos muy orgullosos.
Gustavo pagó al taxista y bajaron del vehículo.
—¿Y sus padres? — preguntó Eliana ya el pie del edificio, esperando que Tavo le indicara cuándo entrar.
Él, despreocupado, se quitó el saco que conformaba su uniforme de chofer, se lo colgó al hombro y, y luego se metió las manos a los bolsillos, mirando el edificio, en contraste con Eliana que parecía asustada.
—Mmm… se podría decir que no tuvimos la suerte de tener padres, o quizá, fue suerte no tenerlos, depende de cómo lo quieras ver.
—No entiendo, ¿cómo no puedes tener padres?
—Bueno, es una manera de no decir que nuestros padres fueron tan irresponsables como para no importarles que sus hijos se criarán en la calle en lugar de un hogar.
—Lo lamento —dijo y Gustavo solo se encogió de hombros.
—Es lo que nos tocó, Eli. Aunque no todo fue malo; hubo personas que nos ayudaron y sacaron de las calles; nos enseñaron a trabajar honradamente y a valernos por nosotros mismos, así que henos aquí.
Obvio, Eliana que no te imaginas un escenario como el que te pinta Gustavo. ¿Pensaste que todos tenían que correr con la suerte de nacer en cuna de oro como tú? Es por eso que ahora te avergüenza ser una niña rica y nunca haber logrado nada. Por ti misma. Gustavo vale lo que mil Elianas con esa historia de vida y las fuerzas para salir adelante. Aprende un poco.
Se sentía minimizada, pero también agradecida de. Que fuera alguien como Gustavo, quien le brindará ayuda.
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Editado: 09.11.2024