Athos se aburrió de que Portos no despertara ni aunque le había dejado la pelota a un lado. Entonces prefirió ir a los pies de papá, que parecía preocupado por algo y no dejaba de ver esa cosa que estaba frente a él mientras con los dedos apretaba y apretaba cosas que sin duda le hubiera gustado morder para llamar su atención. Aun así, papi no lo decepcionó cuando dejó de apretar las cositas esas con las que trabajaba y bajó la mano para acariciarle las orejas. Por eso amaba tanto a papi.
Carlo, por su parte, dejó de teclear unos correos y se quedó pensativo frente a la computadora. Habían pasado unos diez días desde que Eliana se fue de su casa sin siquiera entrar y diez días en los que también había desaparecido para el mundo. Cuando visitó la casa de los Torrealba, pensó que la chica estaba con su familia y no que hubiera huido. No se dio cuenta de este hecho, hasta que Gilberto Torrealba fue a verlo, creyendo que Eliana aún continuaba con él. El pobre diablo vividor, pensaba que pronto recuperarían todo, puesto que su falsamente querida sobrina se había sacrificado por el bien de la familia. El gesto de complacencia se le descompuso en terror, cuando Carlo le informó que Eliana no había cumplido con su trato y que, por lo tanto, las cosas seguirían igual.
Aunque reconoció en Gilberto una excelente habilidad histriónica, puesto que se controló de inmediato y comenzó a fingir una exagerada preocupación por su sobrina, la cual no había regresado a casa. Pese a la repulsión que le causaba la hipocresía de Gilberto, sí llegó a preguntarse qué es lo que había pasado con Eliana ¿A caso le causó tanta aversión la idea de convertirse en su mujer, que huyó?
No quisiste entenderlo, Carlo ¿Qué ibas a ofrecerle a parte de usarla para satisfacer tus necesidades de cama? ¿Una familia?, ¿seguridad?, ¿amor? Si no lo sientes por ti mismo, no te extrañe que ella huya de ti.
—Jefe —Dalia interrumpió su odiada autocompasión y lo agradeció. Athos se levantó de sus pies y fue a darle la bienvenida a Dalia a la oficina—. ¡Hola precioso! —Lo acarició y el perro se deshizo en alegría.
Portos se desperezó para recibir un poco de mimos de la amiga de su papi, que también los consentía y los mimaba mucho.
—¿Traes alguna novedad? —preguntó Carlo, cuando su asistente solo se dedicaba a acariciar a sus perros.
—Sí, jefe, perdón, es que estas hermosuras distraen a cualquiera. —Se enderezó y miró a Carlo con un gesto aprensivo—. El señor Gilberto Torreblanca está en la sala esperando que lo reciba.
Ahora entendía el gesto de Dalia, puesto que a él tampoco le caía muy bien el tío de Eliana.
—Puedo decirle que está ocupado… —propuso su eficaz asistente.
—No. Lo recibiré —decidió con pesar—, pero antes dile por favor a Ernesto que venga por los niños y espera unos quince minutos más para hacer pasar a Gilberto.
—Claro, jefe —respondió Dalia y salió de inmediato para cumplir con el pedido de su jefe.
Carlo se entretuvo un momento en servirse un poco de Whisky y se tomó su tiempo para saborearlo mientras contaba los quince minutos. Se acomodó en la silla de su escritorio, justo en el momento que Dalia hizo pasar a Gilberto.
—¡Carlo, es un gusto volver a verte!
Tuvo que extender la mano para responder al saludo de Gilberto, pero lo hizo sin mostrar ningún gesto; ni siquiera de disgusto.
—Y también un pesar tener que molestarte.
—Gracias, Dalia, te aviso si necesito algo.
Quizá con cualquier otra visita, ya hubiera ofrecido un café o una bebida, pero no le apetecía mostrarse amable de ningún modo, sino que pretendía despedir rápidamente a Gilberto.
Cuando su asistente cerró la puerta tras ella, miró a Gilberto y continuó sin decir palabra.
—Eh… sí —comenzó Gilberto—. Imagino que debes estar muy ocupado y no robaré mucho de tu tiempo —Carlo asintió y esperó a que continuara—. Verás. Toda la familia está muy preocupada por la desaparición de nuestra querida sobrina.
—Lamento la situación por la que está pasando, pero… ¿Yo que tengo que ver con eso? —dijo Carlo con tono cansino—. Te recuerdo que tu sobrina faltó a nuestro trato y finalmente no les debo absolutamente nada como para tener que preocuparme por sus problemas.
—¡Sí, claro!, ¡tienes toda la razón! —concedió Gilberto, tragándose el coraje y el poco orgullo que le quedaba—. Solo que entenderás que estamos desesperados y no tenemos a quien más acudir. Nuestras finanzas se vinieron abajo cuando mi hermano hizo malos negocios y bueno, sabes el resto.
—No entiendo a qué punto quieres llegar —le apresuró Carlo, aunque intuía perfectamente lo que Gilberto le pediría a continuación.
—Sí, tienes razón, estoy dando vueltas. Entenderás que esto no es fácil para ninguno de nosotros, pero estamos tan desesperados por el paradero de nuestra Elianita, y nos sentimos atados de brazos sin poder… sin tener ningún indicio de donde buscarla y mucho menos, las posibilidades económicas para encontrarla. Por eso me atrevo, con una enorme vergüenza, a pedir tu ayuda.
Ese tipo de gente era tan fácil de leer para él. Siempre buscando maneras y pretextos para beneficiarse y en este caso el pretexto era Eliana.
—Se especifico —pidió—¿Buscas que te dé dinero?
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Editado: 09.11.2024