La habitación estaba sumida en una oscuridad espesa, apenas rota por el resplandor azulado de la pantalla de una laptop apoyada sobre el pecho de Liam.
La luz recortaba los ángulos de su rostro.
Liam tenía las piernas cruzadas sobre la cama, la espalda recostada contra la cabecera. No pestañeaba. Su mirada estaba fija en el perfil de una red social.
No era cualquiera. Era el de Megan Fischer.
—Tiene muy pocas publicaciones… —murmuró, más para sí que para nadie.
Movía el cursor con lentitud, como si tocara algo frágil. Entró en la última foto publicada.
Ella estaba allí. Sonreía. Abrazaba a alguien.
No había descripciones claras. Ni etiquetas. La imagen era simple, casual. Pero para Liam, era una trampa. Una puerta cerrada a medio abrir.
“¿Será su pareja? ¿Su amigo? Theo me dijo que la vio con alguien... ¿Será este tipo? ¿El mismo?”
Su mente, siempre rápida para imaginar, empezó a tejer su propia versión de la historia.
Las preguntas no pedían respuesta, solo espacio.
Y él se lo daba.
—Pero… es tan hermosa. Tan dulce... —susurró, apenas conteniendo un suspiro.
Salió de la foto y entró en la lista de amigos. Ya no se trataba de admirarla.
Quería saber. Necesitaba saber.
Encontrar la forma de entrar, de estar más cerca.
De colarse en su mundo sin que ella lo supiera.
—Veamos qué escondés por aquí… —dijo en voz baja, como si hablara con la pantalla.
Pasó nombres, fotos, rostros que no le importaban… hasta que uno le llamó la atención en su lista de amigos: Riley Ford.
"Riley... claro. La conozco. Una influencer. No una celebridad, pero alguien visible."
Entró en su perfil. Fotos en eventos, promociones, alguna entrevista. No era lo que buscaba. Estaba a punto de volver atrás cuando algo lo detuvo.
Una imagen.
Riley, Megan... y otra vez, ese mismo hombre.
Sintió algo en el pecho.
No un dolor. Un pinchazo.
Pequeño, pero filoso.
Una mezcla entre celos y una decepción que no quería nombrar.
—¿Quién carajo es él? —dijo, apretando los dientes.
Hizo clic en la publicación. Riley había etiquetado a ambos.
Elliot Gardner.
El nombre apareció como un susurro helado en su cabeza.
—Elliot Gardner… —repitió Liam, en voz baja, como si lo probara por primera vez—. Más misterioso no podría ser.
Abrió su perfil con cuidado. El corazón le latía con más fuerza, aunque no lo admitiera.
El perfil estaba vacío. Sin foto. Sin publicaciones. Sin datos.
Nada.
—Todavía tengo esperanza —dijo, y por primera vez sonrió, apenas, como si el mundo hubiera cedido un centímetro a su favor.
Su mente ya había decidido antes de que sus dedos actuaran.
Fue hasta su cuenta secundaria, una de las que usaba cuando quería pasar desapercibido. Una con un nombre falso, una foto irrelevante, un historial limpio.
"No va a pasar nada", pensó. "Es solo para estar atento. Solo para mirar de lejos. Por ahora."
Mandó solicitud a Elliot.
Luego, sin dudarlo, a Megan.
Volvió a su perfil, bajó hasta aquella foto antigua y pulsó en “Guardar.”
La imagen quedó archivada en su colección privada. Intocable. Suya.
Cerró los ojos por un segundo, apoyando la cabeza contra la pared.
"Quizás ahora es muy temprano. Pero Megan está destinada a estar conmigo. Solo que aún no lo sabe."
El cursor quedó inmóvil.
La pantalla parpadeó.
Y la habitación, otra vez, fue puro silencio.
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La tienda estaba tranquila, envuelta en un silencio amable, solo interrumpido por el zumbido bajo del aire acondicionado y el sonido ocasional de una caja registradora.
En medio de esa calma, la campanita de la puerta sonó con un tintineo ligero, casi alegre.
Riley Ford apareció, enmarcada por la luz del exterior.
—¡Hola! —dijo, radiante, como si el lugar le perteneciera.
Elliot estaba agachado en una de las estanterías bajas, acomodando camiones de juguete. Alzó la mirada desde el suelo y su expresión se suavizó al verla.
—Hola, Riley —dijo con una leve sonrisa—. Qué gusto verte.
Desde el mostrador, Megan levantó brevemente la vista. Saludó con una mano mientras atendía a un cliente.
Su voz era cordial, pero medidamente distante.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó Elliot, levantándose.
Riley dejó que su mirada recorriera la tienda como si evaluara un recuerdo.
—Vengo a visitarlos… y también a invitarlos. —Sonrió con entusiasmo.
Elliot ladeó apenas la cabeza, curioso.
—¿Invitarnos?
—Sí, pero cuando Megan se desocupe les cuento bien —dijo Riley, echando una mirada en su dirección.
"Riley es buena gente," pensó Elliot. "Pero aun así, siempre hay que tener un ojo en Megan. A veces, una chispa basta para incendiarlo todo."
—Por cierto, colocaste horrible esos camiones —dijo Riley, señalando el estante, fingiendo una mueca crítica.
Elliot giró hacia ellos.
—Vamos, están perfectamente bien. —Soltó una risa breve, contenida.
—Y apuesto a que los peluches los acomodó Megan. Se nota. Ella tiene más... estilo —añadió Riley, divertida.
Ambos rieron con suavidad, como si compartieran una broma inofensiva.
Pero Megan los observaba de reojo, desde su lugar. Seguía atendiendo, aunque sus ojos se deslizaban cada tanto en su dirección.
Cuando el cliente se retiró, soltó un leve suspiro. Tomó un trapo y el rociador. Lo humedeció apenas y comenzó a limpiar una repisa.
Riley dio un paso más cerca de Elliot.
—Eres de los pocos que me aguanta cuando me pongo intensa —le dijo, sonriendo.
Megan no dijo nada. Solo frotó el estante con más fuerza.
“Es agotador verla reír con Elliot. Pero hay que soportarla. Por ahora.”
Riley, ajena o simplemente indiferente, se acercó a Megan.
—Te ves divina, Megan. Quería contarles… Quiero invitarlos a un evento especial —dijo con esa emoción suya que parecía siempre un poco ensayada.