Ella y yo

palabras prufundas

Ella nunca me engañaba; en cambio, yo era lo único que sabía hacer. Ella tenía la extraña costumbre de quererme y decírmelo. Yo, en cambio, sólo la quería.

Cierta vez me leyó el cuento de un enano cuya avaricia lo llevaba a quedarse completamente solo. Recuerdo que escuché esa historia mientras una ola de profundo temor se apoderaba de todo mi ser. Al concluir la narración, ella me dijo:

—Lo mismo te pasará a ti, si no dejas de mentir. A las personas no les gusta que les mientan y, tarde o temprano, se cansan de dar oportunidades.

Me calaron tan profundo sus palabras que durante meses procuré no esconderme detrás de mis mentiras, cosa bastante difícil y aburrida para mí. Dejé de quedarme con el vuelto de mi madre y de decirle a mi hermano pequeño que si no se dormía vendría un hombre muy malvado y se lo llevaría con él. Mi vida se tornó algo aburrida, es cierto. Pero sentía un gran alivio por saber que jamás me quedaría sola; que ella no dejaría de quererme.

Una tarde, ella me dijo que había visto asomarse de la copa del enorme plátano un sombrerito verde, como el que llevan los gnomos.

—Seguramente es el enano, y ahí arriba debe tener su tesoro. Si subes, quizás puedas traer algunas monedas para comprar chucherías.

—Pero, ¡no digas tonterías! Eso no puede ser cierto.

—¿No me crees?

¡Claro que le creía! Era todo cuanto sabía hacer: creerle. A tal punto llegaba mi fe en ella que, sin dudarlo, comencé a subir hacia la alta copa. Ella se quedó abajo, observando el ritmo cadencioso de mis pies sobre el enorme tronco.

Todo iba muy bien, hasta que vi cómo el cielo se caía sobre mi cabeza. Entonces, una inmensa ola de frío me atrapó y perdí el equilibrio.

Cuando meses más tarde pude recuperarme de la lesión y volver a corretear, volví a intentarlo. No quería que ella siquiera imaginara que no había creído su historia. Esta vez sin que aconteciera ningún incidente, conseguí llegar hasta la copa. No había ni caja, ni tesoro, ni gnomo, ni siquiera un sombrero verde. Seguramente ha pasado demasiado tiempo, me dije mientras bajaba desilusionada. Sabía que ella jamás me engañaría.




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