¡ellas!

Ellas.

Ellas.

Capítulo I – El inicio.

¿Nacemos siendo malos? O ¿Nos convertimos con el paso del tiempo?

Esas son las dos preguntas que invaden mi cabeza desde lo ocurrido…

Sería absurdo hacer una historia de hechos hermosos de una vida anterior al incidente, porque es una vida que ya no existe, y que es más que claro, que por mucho que la recuerde no volverá. Fue una ventana al paraíso, que luego de un tiempo ya culminado, se convirtió en el mismo infierno… Infierno que ellas vivieron y que por poco yo también.

Esto no es una novela, no es un hecho novelístico, pero si terrorífico.

Siempre fuimos cuatro, las mejores amigos y hermanas de vida, Ana, Paola, Camila y yo, Beatriz, juntas desde la infancia, amigas inseparables. Como es de esperarse, compartíamos muchas cosas aparte de una hermosa amistad, y los apuntes del colegio, todas unas jóvenes de 16 años, demasiado inocentes para la vida que nos tocó.

Resumiendo todo eso que llaman increíble en nuestros años pasados, puedo decir que no hubo ni habrá jamás, amigas como ellas.

Esa mañana del 31 de octubre, día de brujas, Ana nos mostró un evento de Halloween que celebrarían al otro lado de la ciudad, seria entrada gratis a todos aquellos que decidieran ir disfrazados, y en parte era la excusa perfecta para estrenar aquel maquillaje nuevo de Camila.

Ya con el permiso y la autorización de nuestros padres, al final de la tarde nos encontrábamos las cuatro, maquilladas y arregladas en casa de Paola, listas para dar marcha a nuestra aventura de Halloween, esa sería la primera vez que asistiríamos a una fiesta de esa festividad… y la última.

Saliendo de casa el padre de Paola me detuvo pues mi padre me llamaba por teléfono, por lo que mis amigas decidieron continuar caminando mientras yo me despedía de mi padre por el teléfono, y entonces fue justo ahí cuando todo ocurrió de la manera más rápida, fue un pestañeo, un soplo, que nunca lo vimos venir. Daniel el padre de Paola de pronto miro hacia la esquina y pregunto - ¿Qué se hicieron?, ¿dónde están?

Y entonces giré, y no las vi.

Colgué rápidamente el teléfono y caminé junto a aquel padre preocupado, y nada. Caminamos toda la cuadra llamándolas a gritos y no aparecieron, no se escuchaban, era como si la tierra se las hubiese tragado. Sus teléfonos móviles estaban desconectados, apagados, sin señal, no daban respuesta de nada, y entonces ahí fue justo cuando me di cuenta de que la situación era mucho más grave de lo que pensaba, era alarmante.

Esa noche comenzó el inicio de nuestra película de terror, aquella que hoy en día me sigue atormentando y de alguna manera, me hace sentir culpable.

Pasamos horas en la comisaria, dando declaraciones de algo que no podíamos explicar, pero ellos insistieron que quizás se habían marchado a la fiesta sin mí, y claro que lo vimos de una manera imposible, pues todo fue muy rápido, y llegamos al lugar, fue el primer sitio que visitar esa noche, y ellas no estaban, ninguna de las tres.

  • Tal vez, están con un enamorado.
  • Quizás se fueron a otra fiesta.
  • Es posible que al amanecer lleguen a casa.

Esas y muchas otras frases más, fueron las que nos dijeron toda la noche, y claro, la última que fue la cereza del pastel – Tienen que esperar 72 horas para comenzar la búsqueda – 72 largas horas que cuestan la vida de muchas personas en estos casos… 72 horas que se vuelven infernales para la víctima.

Mis amigas estaban desaparecidas, y esa fue nuestra verdad, la única verdad que nos mantuvo alerta y en constante búsqueda durante un mes y medio, alertas a todo movimiento, a toda situación, con personas que no sabíamos que se volverían importantes, que nos brindaron su apoyo incondicional. Pancartas y volantes por toda la ciudad y fuera de ella, con la foto de ellas, mis hermanas.

Unos padres destrozados que cada día que pasaba se desesperanzaban más, pues la policía no daba respuestas, no daba buenas noticias y tampoco esperanzas, más que solo el esperar algo malo, pues los días seguía pasando y las esperanzas de encontrarlas con vida se hacían mínimas.

Mis padres se volvieron mucho más sobre protectores de lo normal, no me dejaban salir sola ni al supermercado de la esquina, era imposible respirar sin tenerlos a ellos a mi lado, y en parte los entiendo perfectamente, pues la idea de perder a un hijo, no es aceptable para ningún padre.

Fueron las semanas más largas de mi vida, todas las noches me acostaba rezando, pidiéndole a Dios que estuvieran bien, que no les pasara nada, que aparecieran pronto… y la verdad es que ninguna de mis suplicas se hizo realidad, y quiero pensar que no las pedí con la suficiente fuerza y fe, pues aún quiero creer que hay un Dios que vela por nosotros.

Recuerdo perfectamente esa mañana del 18 de diciembre, hacía mucho frío, más del pronosticado. Había tiempo de lluvia y aun así no llovió, fue como un chispazo, pequeñas gotas que se mezclaron con el viento y formaron un huracán de lágrimas.

La policía nos llevó al lugar de los hechos – Las habían encontrado –

Tres cuerpos en periodo de descomposición, avanzado para ser real, dentro de una piscina muy profunda, sin escalera, sin ningún tipo de salida… tres cuerpos que yacían sin vida en un lugar totalmente apartado de nosotros, y a la vez tan cerca, tres cuerpos que pidieron ayuda muchas veces y no fueron escuchados, mis amigas, ya tenían días sin vida.




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