—No hay nadie, puedes salir. —avisó Darcy después de echar un vistazo por el pasillo. Holland salió sigiloso; miraba hacia varias direcciones para asegurarse de que no hubiese nadie todavía.
Debajo del marco de la puerta, Holland se puso en frente de Darcy y metió las manos en sus bolsillos.
—Entonces... ¿te veo en la noche? —preguntó Holland. Darcy sonrió, pero recordó que tenía que hacer algo muy importante. Había dejado pasar mucho tiempo desde la desaparición de Marion; y dada la ausencia del diario, lo único que quedaba era acudir a la ayuda directa de la bibliotecaria, Magaly. Darcy se apoyó a la pared, miraba a Holland con encanto.
—Eso espero, Holl. Tengo que hacer algo muy importante; tal vez no esté libre para la noche —respondió con cierta decepción al final—. Pero te lo diré mediante Casey en cuanto esté libre —rio ante su propio comentario, al igual que Holland—. La verdad sería reconfortante verte después del día que tendré.
Holland bajó la cabeza, y sonrió halagado por las palabras de Darcy. La miró y le dijo que estaba bien, que esperaría y que en todo caso la vería mañana.
Holland deseaba preguntar qué era lo importante que Darcy debía hacer, pero no tenía intenciones de molestarla. A fin de cuentas, podría preguntarle al día siguiente. Se despidió de ella y se fue cauteloso.
Darcy terminó lo que quedó de su desayuno, se cepilló los dientes y se vistió. Se sentó en la cama para reflexionar sobre lo que había pasado la noche anterior (y todo lo que había pasado las últimas setenta y dos horas de su vida). Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados a esperar a que un ser mágico la ayudara de repente, además, estaba desesperada por saber qué había ocurrido con Marion; no había un solo segundo en que Darcy no pensara en ella y en lo mucho que podría estar sufriendo, y si Magaly podía ayudar a Darcy a rescatar a su amiga, entonces tenía que intentarlo.
Pensó en lo fantasioso que sonaba todo. Cualquiera que escuchara a Darcy podría pensar dos cosas: uno, se volvió completamente loca; o dos, tenía mucha imaginación. Era más probable que pensaran la primera.
Ni siquiera ella sentía que todo fuese tan real. Sentía que estaba soñando y que tarde o temprano iba a despertar, y muy en el fondo, ella deseaba que fuese así. A lo que ella se enfrentaba era algo que no estaba al alcance de la comprensión de nadie, era algo que solo se escucharía en las historias o películas de terror. Anhelaba con todo su ser pensar en lo que cualquier joven de veintiún años pensaría: qué vestido quedaría mejor para tal fiesta, no perderse el episodio de su serie favorita, problemas de identidad de una adulta joven; cualquier cosa que no implicara a fantasmas o asesinos misteriosos. Sin embargo, su familia necesitaba de Darcy, aunque ellos no lo supieran, y se dijo a sí misma que tenía que ser fuerte solo una vez más, para así terminar de una vez por todas con algo que la había acechado durante toda su vida.
También pensó en Holland y en la pregunta que le había hecho: «¿Quieres continuar con esto?»; su voz resonó en la mente de Darcy, y luego recordó lo que Marion le había dicho en el lago: ella merecía ser feliz. No tenía por qué conformarse con Edmund para darle gusto a sus padres. Cada que pensaba en Holland, Darcy sentía cómo su corazón se derretía por él. Él generaba todo tipo de reacciones en Darcy que Edmund no, y se dio cuenta de lo infeliz que sería al vivir con alguien que no le generase ni la mitad de lo que Holland generaba en ella.
Se dijo que después de resolver este asunto del diario y Marion, Darcy se iría de allí con Holland y sus hermanos; ya estaba harta de vivir de la complacencia de los demás. Viviría la vida que ella siempre quiso tener, por más que eso molestara a los demás.
Se levantó con paso decidido, y salió de su casa con seguridad y una incertidumbre amodorrante al mismo tiempo.
Por suerte sus padres no se encontraban ni en la sala, ni en el vestíbulo, así que Darcy no tenía que dar explicaciones de nada; solo estaba Holland arreglando una ventana chirriante y con las vigas oxidadas. Ambos se miraron y se sonrieron mutuamente. Darcy vocalizó un «te veo luego», Holland asintió con su cabeza y Darcy salió de su casa.
Caminó por las calles de Venus, sintiendo la tibia brisa que daba señales de que el otoño estaba próximo. Las hojas de los árboles estaban empezando a secarse y a tener su característico color naranja. La ciudad estaba casi vacía, no muchas personas habían salido; todos los domingos eran así, vacíos y nublados. Finalmente llegó a la biblioteca, sonó la campanilla de la entrada y Magaly salió sonriente de una puerta que estaba detrás del mostrador. Darcy pensó que tal vez ahí sería una extensión que daba a su casa.
Cuando Magaly vio el rostro de Darcy, su sonrisa se volvió algo débil, incluso seria. Se acercó a Darcy, la tomó de los hombros y alzó la cabeza para acercarse más a ella como si le fuese a decir un secreto.
—Ahora lo entiendes todo, ¿verdad?
—No tanto como quisiera hacerlo, pero sí. Gracias —dijo Darcy—. Pero ahora necesito tu ayuda, si lo deseas, claro. —añadió Darcy. La mujer la miró inquieta, sabía que algo andaba mal con Darcy. Le dijo que entrara a su casa para servirle un poco de café y hablar. Magaly puso un letrero en el que decía "CERRADO" en la puerta de entrada de la biblioteca; de esa forma, nadie las iba a interrumpir y podrían charlar con calma.
Darcy no se equivocaba respecto al lugar del que Magaly había salido para recibirla. Era una pequeña sala de estar, muy acogedora y con tonos naranjas y café. A unos pasos estaba la cocina, que estaba compuesta por un pequeño lavabo, hornillas y horno, también había una cafetera vieja pero funcional. Darcy también pudo ver que, a no muchos pasos, estaba su dormitorio. Magaly vivía de forma muy modesta, pero parecía ser feliz con lo que tenía.
Darcy se sentó en uno de los raídos sofás de un color parecido al del café con leche, y esperó pacientemente a Magaly para que preparara el café.