Elsevier

Capítulo 1; parte 1, “Realidades”

Ciudad submarina.

EDCS, CS

Rima

Módulo 2

Distrito, 74; Ami

Hora actual 13: PM

Hace ya cuatro años que comenzó la investigación sobre el incidente del distrito 77, Kiso. En la ciudad submarina, los avances en el módulo dos son lentos y tortuosos, y aún no se ha esclarecido lo sucedido el fatídico 22 de Itero.

Un joven de piel de ébano y cabello corto, blanco se acomodó en un rincón de la acogedora cafetería, fijando su mirada profunda y fija en la pantalla que emitía noticias sobre el caso.

-"¿Ya han pasado cuatro años, verdad? El tiempo vuela" -murmuró para sí mismo, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad. Su rostro, enmarcado por rasgos finos y una sonrisa amplia, reflejaba la incertidumbre, junto a la intriga que lo acompañaba.

Los extraños sucesos continúan intrigando a los investigadores a cargo. "Seguiremos informando para más", resonó la voz del presentador, pero su mensaje se vio interrumpido por una anciana con dos curiosas orejas de conejo, quien, con un gesto despectivo, apagó la pantalla.

—Puras mentiras, es lo único que hablan —protestó, su voz temblorosa pero firme—. Siempre es lo mismo con ellos.

El joven, con gran ansiedad y calma, levantó la vista hacia ella.

—Oiga, señora, ¿por qué silenció las noticias? Yo lo estaba escuchando. -interrunpio un hombre indignado por el comportamiento de la anciana.

—Esto no cambia nada —pensó, el joven mientras su mente divagaba entre la frustración y la resignación— La cuenta, por favor —dijo, intentando desviar la atención, mientras obsebaba con cuidado la cantidad de vasos que tenía sobre la mesa.

—Sí, ya voy —respondió una joven con orejas de conejo, al igual que la anciana, acercándose con una bandeja repleta de vasos vacíos. Su piel era blanca y su cabello largo y oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros. Sus ojos, de un color esmeralda vibrante, brillaban con una mezcla de curiosidad y cansancio— Serían cinco con cinco doinos

—Cinco con cinco, bien —contestó el joven, girándose hacia ella. Introdujo su mano en el bolsillo de su pantalón y, con la punta de los dedos, extrajo una billetera de tela. Su expresión se tornó seria— ¿Ya casi terminas?

—Sí, mi turno termina a las dos —dijo la joven, mientras levantaba con delicadeza los vasos acumulados de la mesa redonda. Su sonrisa juguetona contrastaba con la seriedad del ambiente— Luego de eso, creo que iré al centro. Hoy anuncian a la nueva diosa del distrito.

—¿Quieres conocer a la nueva diosa? —preguntó, sacando de su billetera dos billetes que extendió hacia ella.

—¿Pero qué pregunta tan rara? —sonrió, tomando los billetes con un aire juguetón, mientras los examinaba con atención— Si te parece bien, espérame mientras me cambio y vamos... ¿no tienes monedas?

—Si tuviera, no te daría billetes —respondió, cruzando las piernas con elegancia mientras la miraba. Sus ojos, de un azul profundo, brillaban con picardía, y su expresión se iluminaba con cada sonrisa que ofrecía—. Cámbiate, yo te espero, no te preocupes.

—No sé si te estás burlando o no —frunció el ceño, con un atisbo de desafío en su mirada.

—No me prestes atención, solo me gusta reírme —replicó él, con una sonrisa traviesa.

—Ya, como quieras —respondió ella, alejándose con un ligero movimiento de su cadera, dejando tras de sí un rastro de intriga y complicidad.

—¿Quiere conocer a la diosa? Sé que es un poco peculiar, no sé si sorprenderme o no —pensó mientras le miraba con cariño— Es hermosa —dijo, levantándose de la silla y dirigiéndose hacia la salida de la cafetería.

—¿Qué te dijo Laim esta vez? —preguntó la señora de orejas de conejo, que estaba detrás del despachador de la cafetería, con una sonrisa curiosa en su rostro.

—Solo quería saber a qué hora salía —respondió la chica, sosteniendo con gran equilibrio los vasos, mientras su mirada se perdía momentáneamente en la puerta por donde había salido Laim— A veces no sé en qué piensa... Da un poquito de miedo su mirada.

—No sé qué decir —dijo la señora, observando cómo el joven de piel morena, Laim, salía con tranquilidad de la cafetería— Es un poco guapo, casi mi tipo —sonrió con gran carisma, sus ojos brillando con un toque de complicidad.

—No te pases, él y yo ya estamos casados, no se te olvide —interrumpió Astrid, dejando la bandeja con los vasos sobre la mesa del despachador. Su tono era juguetón, pero sus labios se curvaron en una sonrisa nerviosa— Eres muy atrevida para tu edad —entrecerró los ojos con seriedad, pero no pudo evitar que una pequeña risa se escapara de sus labios.

—¿Pero qué seria eres, Astrid? Das más miedo que tu corazoncito —rió la señora, con un brillo travieso en sus ojos. Tomó la bandeja y la ubicó en el fregadero de platos, mientras Astrid se cruzaba de brazos, intentando mantener una actitud seria.

—¿Qué quieres decir?

—Digo, tu novio es muy guapo. ¿Qué mujer no lo quisiera, y más con esos ojos azules? —La señora hizo un gesto con la mano, como si estuviera trazando la imagen del joven en el aire.

—Das miedo —dijo Astrid, sonriendo con cariño, sus mejillas sonrojándose ligeramente.

—Disculpe, la cuenta, por favor —interrumpió un señor elfo con orejas largas y cabellera lisa y larga, interrumpiendo la conversación.

—Sí, ya voy —respondió Astrid, volviendo a la realidad— Ya casi termina mi turno. ¿Cuánto es que debe el de la mesa cuatro?

—No te preocupes por eso —respondió la señora, terminando de ubicar los vasos recién lavados. Luego, tomó un pañuelo y procedió a secarse las manos— Mejor cámbiate, deja que Nina se encargue —dijo, devolviéndole la mirada a Astrid, que asintió, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo.

—Está bien —respondió, mirándola con gratitud. Luego, procedió a quitarse el delantal que llevaba encima, sus movimientos eran fluidos, pero su corazón latía con fuerza.

—¡Chica gato! ¡chica gato! —gritó la anciana con calma y amabilidad, su voz resonando en el aire.—




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