Emerald, la usurpadora del trono [ya En Preventa]

ж Capítulo III: Una despedida dolorosa ж

Ambas caminaron en silencio durante todo el trayecto. Agatha sujetaba con fuerza a su supuesta hija en sus brazos y lloraba mientras acariciaba su rostro con añoranza. El falso Diamond, por el contrario, se mantenía en silencio a su lado, reteniendo el llanto en su interior. Sentía sus párpados pesados de tanto llorar y el cuerpo le dolía por los golpes. Ver las manchas desangre esparcidas por toda su ropa y percatarse del olor ferroso que desprendían lograba hacerla sentir aún peor.

Al llegar a la entrada del bosque, la imagen que se reveló ante Emerald logró paralizarla. Se vio obligada a dirigir su mano a la boca para evitar que un grito ahogado emergiera. Sintió su estómago arremolinarse con fiereza en su interior, lo que le generó un dolor punzante y desgarrador. En aquel lugar, donde debería estar la decoración de su fiesta, había ahora diversas criaturas espantosas desparramadas por doquier.

—En cuanto se fueron, los monstruos del abismo nos atacaron —dijo su madre, intuyendo la pregunta que el supuesto Diamond se hacía—. Es por eso que no llegué a tiempo...

Pudo distinguir desde donde se encontraba que los sirvientes recogían los cadáveres de algunos engendros alados y los tiraban dentro de una carreta de madera. Algunas de las criaturas llevaban incrustadas en sus cuerpos diversas lanzas, guadañas y flechas. Llegó a ver en el suelo los cadáveres de algunos de los sirvientes que habían acompañado a los monarcas de cada reino.

En cuanto la muchedumbre vio que Agatha y Diamond se acercaban, detuvieron sus actividades y se acercaron con prisa hacia ellos. Rugbert fue el primero en llegar y dirigir una mirada al cuerpo de la pequeña Emerald, quien reposaba con los ojos cerrados en los brazos de la reina.

—Lo lamento, Rugbert —dijo ella con voz entre. El nombrado asintió por inercia mientras apretaba los puños.

—Pierda cuidado, mi reina. —Su tono de voz era severo. Ni siquiera mostraba una pizca de remordimiento o tristeza. Aquel comportamiento carente de emociones era el mismo que había tenido cuando se enteró de la muerte de su entrañable amigo hacía ya varios años—. Al menos el príncipe se encuentra a salvo.

Tras decir esto, Rugbert dirigió sus ojos hacia el nombrado. Emerald no pudo evitar sentirse nerviosa, era como si él pudiera ver a través de su hechizo. La mirada que le dedicaba era indescifrable. No entendía qué era lo que pasaba por la mente de aquel sujeto, lucía como si... lamentara que siguiera con vida.

Un pensamiento se inmiscuyó de forma ineludible: ¿Y si él había ordenado asesinarlos?

En cuanto se percataron del cuerpo que reposaba sobre los brazos de la reina, todos se acercaron para presentar sus condolencias. Pero, aunque trataran de mostrarse afligidos por la pérdida, la cruda realidad era que ninguno de ellos lamentaba la muerte de la pequeña. De hecho, la detestaban. Desde su nacimiento había representado un mal presagio para todos. Que ella hubiera muerto solo significaba una cosa: por fin, la maldición de la dinastía Lagnes había llegado a su fin. La reina Marie se había ido sin cumplir su venganza.

—Llamen al encargado fúnebre..., prepararemos su ceremonia el día de hoy...

A partir de la indicación de la reina, los sirvientes comenzaron con los preparativos de la ceremonia funeraria, que se llevaría adelante ese mismo día.

Durante horas, el movimiento en el palacio fue incesante. La gente entraba y salía del recinto, los doctores atendían a los heridos. Y los cuchicheos se esparcían por cada rincón.

Emerald por su parte comenzó a subir las escaleras en dirección a la habitación de su hermano, una vez allí observó la puerta de caoba que lucía más imponente que nunca. Una de sus manos se extendió al frente y sujetó el picaporte, ella temblaba a medida que giraba la perilla.

Una vez dentro el aroma tan característico de Diamond la envolvió, sintió un vació formarse dentro de su estómago y su corazón comenzó a palpitar con fuerza.

Caminó lentamente al frente y vio su reflejo en el espejo, situó una mano sobre la superficie y los deseos de llorar volvieron a envolverla. Trató de retener el llanto dentro de si lo mejor que pudo, pero bastó con ver el dibujo que hasta hace unas horas le había entregado a su hermano, colgado con orgullo sobre sus demás libros que esto terminó por quebrarla.

Comenzó a llorar viéndose obligada incluso a tapar su boca con ambas manos para reprimir un quejido de dolor. Su corazón comenzó a palpitar, su cuerpo temblaba y unas gotas de sudor frío comenzaron a bajar por su frente hasta perderse en el cuello de su camisa.

En ese instante tocaron la puerta, mas ella no respondió. No sentía deseos de mantener una conversación con nadie. Quería llorar todo lo que fuera necesario; su cuerpo se lo pedía.

—Príncipe Diamond —Alessa abrió la puerta luego de llamarla en repetidas ocasiones sin obtener respuesta y la observó desde la entrada—, la ceremonia va a comenzar, la reina dice que debe bajar.

Emerald asintió, en un inicio iba a permitir que Alessa la ayudara a vestirse, pero luego de ver su reflejo se percató de que el hechizo se había roto. Había vuelto a su apariencia normal, y por más que trataba en ese momento de activar el hechizo nuevamente le fue imposible hacerlo. Sus emociones le estaban jugando en contra en ese momento y no le permitían realizar magia. 

—Iré enseguida —le respondió con nerviosismo mientras observaba al lado contrario para evitar que viera su rostro.

—¿Desea que lo ayude? —Ella había comenzado a acercarse, pero Emerald extendió una mano en su dirección para detenerla.

—Puedo solo —dijo sin mirarla mientras se sentaba en el borde de la cama. La sirvienta entendió que quería estar a solas, así que se marchó.

En cuanto Alessa se fue Emerald busco la forma de tranquilizarse, poco a poco su respiración se volvió pausada y su corazón dejó de latir con fuerza en su pecho.




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