Emerald, la usurpadora del trono [ya En Preventa]

ж Capítulo IV: La reina maldita ж

Ella tardó en recuperar los sentidos. Comenzó a frotar sus brazos para poder entrar en calor, pero aun así lograba tranquilizarse.

Caminó hacia la puerta y en cuanto quiso poner un pie afuera, esta se cerró en su rostro, casi golpeándole la nariz. Emerald entró en pánico y la golpeó con desesperación. Llamó a su madre, pero ella no respondió.

De pronto, el suelo bajo sus pies se agrietó y, tras algunos minutos de tensión, terminó cediendo. Comenzó a caer por un agujero oscuro y escabroso. Mientras caía, vio relojes de arena que eran girados y oyó el alarido de diversas personas y criaturas. Unas manos de color gris salieron de las paredes de aquel túnel y comenzaron a jalarla. Unos segundos después, sintió como si fuera desprendida de algo. Siguió cayendo y, al mirar hacia arriba, se percató de que su cuerpo la estaba mirando con los ojos tristes y vacíos.

Un golpe seco le anunció que acababa de llegar al suelo. Se sentía extraña, se vio obligada a parpadear varias veces. Trataba de recordar dónde se encontraba, pero no era capaz de hacerlo. No entendía qué hacia allí, no se sentía como ella misma en esos momentos.

Movió la cabeza a los lados y cuando estiró las manos a la altura de su rostro, se sorprendió al notar que eran las de un adulto. Y no solo eso, sino que, al girarlas y observar sus palmas, vio otra vez extenderse por su piel las enredaderas negras, llenando cada vena y arteria a su paso.

Por hábito, sujetó las hebras de su cabello, pero al ver las puntas de color negro azabache, supo que aquel cuerpo no le pertenecía. Las gotas de sudor frío recorrían su cuerpo y se perdían en la tela de su vestido. Gritó al vacío, esperando obtener una respuesta, pero el eco de su propia voz era lo único que retornaba.

Sus piernas comenzaron a avanzar por inercia. Con cada paso que daba, sentía como si miles de agujas se clavaran en sus plantas. Miró al suelo y se percató de que se encontraba corriendo sobre un camino lleno de espinas. Quería detenerse, el dolor era insoportable, pero su cuerpo simplemente se mostraba reacio a hacerlo; avanzaba cada vez más y más rápido. De pronto, se encontró corriendo con desesperación, como si alguien la estuviera persiguiendo.

—¡Detente! —escuchó un grito a sus espaldas, mas no volteó. No podría haberlo hecho aunque quisiera—. ¡Espera, no huyas!

—¡El tiempo se acaba! —Sus labios se movieron de manera involuntaria en respuesta al llamado.

—¡Morirás si lo intentas! —volvió a gritar esa persona.

—¡Debo intentarlo! —Tras decirlo, sintió un ardor en sus ojos y su visión se volvió borrosa.

Las lágrimas no tardaron en recorrer sus mejillas. Con cada gota que impregnaba en el suelo, las espinas aumentaban su tamaño. Cuando estas fueron tan grandes como para sobrepasarla, un estridente sonido, similar al de un rayo, se oyó a lo lejos. En ese preciso momento, Emerald sintió que su cuerpo salía despedido del recipiente donde se encontraba. Se sentía liviana, como si estuviera volando, pero sus músculos seguían sin reaccionar.

—¡Me traicionaste! —gritó una voz de mujer en medio de aquella oscuridad mientras lloraba amargamente y su llanto era tal que incluso ella misma sentía deseos de acompañarla—. ¡Morirás, tú y todos los demás morirán!

Los brazos de Emerald comenzaron a arder y pudo visualizar aquellas enredaderas negras extendiéndose desde la yema de sus dedos. La piel se le estaba desprendiendo y dejaba visibles los músculos de su cuerpo.

—¡Detente! —gritó la pequeña con desesperación. Pero el dolor no paraba, la piel seguía abandonando su cuerpo—. ¡Ayuda! —pidió, pero nadie respondió a su llamado.

Vio todo blanco por un momento. Cuando la imagen retornó, se encontró en medio de una muchedumbre. El paisaje era completamente diferente. Su nación era una de las más verdes que conocía, pero la Delia que apreciaba en esos momentos era una árida, con escasa de vegetación... Agonizante. Lo único que le brindaba la certeza de que en realidad se encontraba allí era el palacio donde ella vivía erguido a lo lejos.

—Quién lo diría —dijo alguien a su lado. Emerald alzó la mirada y allí donde deberían verse las facciones de esa mujer, tan solo estaba la cabeza de un maniquí, que se ladeaba de un lado a otro conforme hablaba—. Es increíble pensar que llegáramos a esto.

—Se lo merecía —dijo un hombre a su lado—. Los traidores deben pagar con su sangre.

Al ver hacia el frente, alcanzó a ver un podio encima del cual había una mujer de cabello negro arrodillada mirando hacia el suelo. Estaba lastimada, algunas gotas de sangre recorrían su cabeza y caían en la tarima. Emerald comenzó a acercarse despacio, algo la llamaba. Era como si una fuerza inexplicable la empujara desde atrás para que se colocara en primera fila.

—Oíd bien lo que estoy diciendo, gente de Delia.

Era la misma voz de la mujer del mausoleo. Cuando Emerald estuvo al frente, levantó el rostro hacia el cielo y vio la luna carmesí brillando con fuerza en medio del despejado cielo nocturno

—En esta noche de luna roja estoy partiendo, pero os juro que volveré. —Aquella persona alzó el rostro y observó con detenimiento a los presentes. Luego, su mirada reposó en la pequeña, quien sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo al ver esos ojos rojos cual sangre brillar con peligrosidad—. Cuando la prosperidad impere sobre los reinos, cuando el recuerdo de mi muerte se haya borrado de sus pensamientos, cuando la décima generación de la dinastía Lagnes reine sobre Delia y la Alianza, regresaré —dijo con una sonrisa en el rostro—. En una noche igual a la de ahora, en la que la luna volverá a estar teñida de sangre, su descendencia pagará por los crímenes que acaban de cometer.

El viento comenzó a soplar con fuerza. Un remolino envolvió a Emerald y la empujó hacia atrás, alejándola de allí. Pero antes de que se distanciara por completo, fue testigo de cómo el verdugo deslizaba su instrumento de ejecución sobre la cabeza de aquella mujer.




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