Emerald, la usurpadora del trono [ya En Preventa]

ж Capítulo VI: El llanto de la esmeralda (I) ж

El tiempo prácticamente se le escurrió de los dedos y en un abrir y cerrar de ojos, los dos meses de preparación previos al examen se fueron volando.

El entrenamiento con Igor había sido exhaustivo. Por la mañana se la pasaban encerrados dentro de la habitación, practicando diversas pruebas de cada tipo de arte mágica. Por la noche, ella había establecido su propio cronograma en el que no solo investigaba más acerca de la magia, sino que también ponía en práctica cada hechizo que había aprendido.

 Igor le había rogado a Emerald que no llevara su cuerpo al límite, pero ella no podía evitar hacer su máximo esfuerzo, aunque desfalleciera. Se lo debía a su hermano. Si ella no diera todo de sí, sentiría como si estuviera deshonrando la memoria y la imagen de su amado gemelo.

—Mañana es el día —exclamó mientras observaba las nubes pasar sobre su cabeza.

Aquel día, su madre había mandado a llamar a Igor desde muy temprano y la sesión se había visto pausada, pero ella había optado por no perder el tiempo y estudiar un poco más para la prueba de encantamientos, que consideraba que era en la que peor le iría.

Para esa hora de la tarde, luego de haber leído sin parar, sentía que la cabeza se le estaba partiendo en dos. La gran cantidad de ingredientes, métodos de preparación y nombres de pociones que había estado leyendo daban vueltas sin parar en su cabeza.

—Para lograr una poción curativa se necesita amapola, raíz de sauce muerto... —comenzó a recitar mientras cerraba los ojos.

Poco a poco y sin darse cuenta comenzó a quedarse dormida, pero en cuanto sus párpados se cerraron e ingresó al mundo de los sueños, las imágenes de aquel fatídico día volvieron frescas a su cabeza.

Desde ese día no había podido evitar conectar muchas cosas. El trato distante de los sirvientes, de los monarcas, de los otros príncipes e inclusive el que su madre le proporcionaba ahora cuadraban por completo.

Quizás la reina supo desde el momento en que nació que su magia era peligrosa, por eso jamás había dejado que la practicara. Después de todo, no había dudado en decirle que estaba maldita...Pero ¿por quién, o qué, había sido maldecida exactamente? ¿Acaso sería una maldición impuesta por aquella reina de la que tanto había escuchado en el último tiempo?

De un momento a otro, la imagen de la mujer que había visto se materializó frente a ella. Sentir nuevamente sus gélidas manos rodeando su cuello provocó que despertara.

Emerald tiró de su cabello hacia atrás y emitió un largo y sonoro suspiro. Volvió a cerrar los ojos y sintió que estos ardían. Intentó retener las lágrimas, pero la frustración que sentía provocó que llorara de impotencia. Abrazó sus piernas y el libro terminó cayendo a un lado. Cuando se calmó un poco, dejó que su mirada se perdiera en medio de la espesura del bosque.

El trinar de las aves fue meciéndola con suavidad, los sonidos se volvieron cada vez más y más lejanos, y aunque era consciente de que seguía despierta, simplemente no tenía control de su cuerpo.

De pronto, los matorrales que estaban a su derecha comenzaron a moverse y, tras unos cortos segundos, de allí emergió una criatura. Era una especie de dragón blanco alargado y pequeño; sus patas tenían garras al final y aunque aparentaba ser joven, la forma en que apoyaba sus extremidades denotaba que era bastante fuerte.

Emerald nunca había visto un animal de este tipo. Había leído acerca de ellos en algunos de los libros de su hermano, pero siempre se decía que la probabilidad de ver uno de ellos era casi nula. No les gustaban los humanos, como a la mayoría de las criaturas mágicas, por eso siempre estaban en pequeños grupos, alejados de todo y en zonas poco accesibles.

Al ver como este ser se acercaba lentamente observándola con curiosidad, trató de moverse, pero seguía sin poder hacerlo.

Cuando el pequeño dragón estuvo frente a ella, inclinó la cabeza como si hiciera un tipo de reverencia y terminó lamiendo una de sus mejillas, llevándose consigo una de las lágrimas solitarias que aún surcaban esa zona.

—¿Qu... quién eres? —susurró con debilidad.

El gentil dragón dio unos pasos más al frente, pero antes de que pudiera volver a hacer contacto con ella, se escucharon unas pisadas y este huyó en medio de la espesura del bosque.

—¡Diamond!

Denaisa, quien seencontraba ahora a su lado, tocó despacio su brazo y la sacó de ese extrañotrance en el que había estado. Emerald giró el cuerpo para poder observarla y no pudo evitar sentirse sorprendida y un poco molesta por la intromisión.

—¿Qué haces aquí? —lepreguntó de forma escueta mientras se ponía de pie y colocaba el libro dehechizos bajo su brazo.

—Mi padre me trajo por el examen de mañana. —Se sonrojó levemente y luego mostró una pequeña corona de flores que había hecho—. Hice esto de camino a Delia... Dicen que estas flores dan suerte a quienes las portan.

—¿Darás el examen? —le preguntó Emerald, en un intento de evadir su ofrecimiento. Denaisa, intuyendo que no aceptaría el obsequio, volvió a bajarlo hasta la altura de sus rodillas.

—No —rio como si aquello fuera lo más obvio del mundo—. Las que seremos esposas de los futuros monarcas no tenemos permitido dar el examen. Podemos llevar algunos cursos en la escuela, pero no es algo prioritario. Mi misión es entrenar una especialidad en la cual no seas tan virtuoso.

—¿Como un escudero? —preguntó ella con sorna mientras comenzaba a caminar.

—No, como tu compañera —le respondió mientras se ponía delante y le impedía el paso—. Estaremos juntos hasta que nos elevemos con nuestros antepasados, Diamond. Es mi deber ayudarte en cada cosa que necesites.

—Denaisa —Emerald le sonrió enarcando una ceja—, entiendo cómo funciona la cadena en el linaje real —la pequeña asintió—. Pero si quieres aprender magia y se te permite hacerlo, deberías intentarlo.




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