Emerald, la usurpadora del trono [ya En Preventa]

ж Capítulo XIII: La clase de Clarividencia. ж

El recorrido fue largo y tedioso. La mayoría de los que pertenecían al grupo de Greyslan tuvieron que volver a transitar el camino que se les había enseñado el primer día que llegaron. Soportaron las mismas anécdotas, los mismos chistes. Era divertido escucharlo, pero una broma repetida perdía la gracia. Cuando terminaron, cada clase regresó a sus respectivos dormitorios. Como ese día era la inauguración del año escolar, el director dejó dicho que no habría clases.

Emerald y Draven aprovecharon el resto de la tarde para ir a su lugar especial, el lago. Sin embargo, ese espacio había adquirido un nuevo significado para ella. Las imágenes de aquellos jóvenes sentados en la orilla, tal como ella y Draven estaban en esos momentos, generaba cierta aprensión dentro de su pecho, ya que, a su vez, recordaba aquel poder hermoso y caótico del que fue testigo.

Observó al frente y sus ojos se posaron sobre los árboles que había visto destruidos. No pudo evitar preguntarse cuánto habrían tardado los maestros de Herbolaria en hacer que la vegetación volviera a crecer.

—¿Me estás escuchando? —le reclamó su amigo ante su silencio. Ella lo observó y asintió de manera automática, pero su mente parecía encontrarse en un lugar muy lejano de allí.

—Perdón, es solo que me siento algo extraño.

—¿Por el sueño que me comentaste? —Ella asintió y él se tiró sobre el césped, que se hallaba algo crecido—. ¿No crees que el fantasma de esa mujer puede querer que algo malo te pase? —cuestionó, pero ella no supo qué responder.

—He pensado lo mismo, pero hay... algo... que me impulsa hacerlo. Mi cuerpo comienza a moverse por inercia, Draven. No creas que no he intentado pararlo. —Ella suspiró de forma pesada, su pecho comenzó a subir y a bajar—. Pero mientras más trato de evitarlo, más ansioso me siento. Es una reacción atípica y muy incómoda.

—Lamento no poder ser de más ayuda. —En cuanto volteó a observarlo, se percató de que el muchacho ahora se encontraba recostado de lado y mantenía los labios presionados en una línea—. Me gustaría hacer más por ti, Diamond.

—Ya haces suficiente —le dijo de forma tranquilizadora, pero pudo percibir en su mirada la genuina preocupación que sentía por ella.

—¿Crees que nos vaya bien mañana en Hechicería? —dijo con tal de cambiar el tema. Tras la pregunta, Emerald solo atinó a encogerse de hombros.

—Espero que sí.

—No sé cómo voy a mantener la farsa. —El muchacho se sujetó el rostro y lo aprisionó de tal forma que, cuando retiró las manos, las mejillas se encontraban enrojecidas—. No tengo deseos de mezclar ingredientes en un cuenco... Eso sumado a que Dindarrium me provoca escalofríos por todo el cuerpo no es una buena combinación.

—Tranquilo, si estamos juntos, nada malo ha de pasar.

—Oye, tengo una duda. —Ella lo observó mientras alzaba las cejas—. ¿Cómo verán el futuro en Clarividencia, con una bola de cristal o algo así?

—¿Una bola de cristal? —dejó escapar una risotada. Su respuesta descolocó a Draven.

—¿No ven el futuro en bolas de cristal?

—¡Usan el revelador, no una bola! —Su tono de su voz salía atropellado por la risa, y su amigo se ruborizó a tal punto que las orejas se le pusieron de una tonalidad rojiza, similar a la de un tomate.

—¡Odio la magia! —exclamó cruzándose de brazos. Emerald siguió riendo, lo que aumentó la vergüenza de su amigo.

***

A las nueve de la mañana del día siguiente, los alumnos ya se encontraban sentados en el comedor, disfrutando de los exquisitos platillos que habían sido preparados especialmente para ellos.

Emerald no había conciliado el sueño de manera correcta. El simple hecho de saber que su primera materia del día era Clarividencia generaba que su ansia de aprendizaje se hallara a mil por hora. Madam Lilehart parecía ser alguien muy agradable, pero no debía confiarse. Era necesario que aprendiera lo que hiciera falta sin levantar sospechas de su poder mágico.

—¿Preparado? —Draven cogió un trozo de pan de semillas y lo empapó en la salsa de carne que había en el plato.

—Nervioso más que preparado —respondió de forma sincera.

—Tranquilo, te irá bien —dijo en cuanto terminó de pasar la comida—. A mí me toca ir a la aburrida clase de Herbolaria, odio las plantas.

—Odias varias cosas. —Él le sonrió.

—Es solo que prefiero pasar a la acción —dijo mientras adoptaba la postura de un espadachín—. Estoy impaciente por la clase de combate.

—Aún faltan muchos días para eso.

—Ya verás que el tiempo se irá volando. —Draven se acercó a Emerald y se pegó lo más que pudo a su oído, ella sintió escalofríos recorrerla de pies a cabeza—. Recuerda lo que dijimos de Julian.

—¿Tengo que hacerlo yo? —preguntó, elevando una ceja en señal de incomodidad.

—¡Pues claro! —le dijo como si fuera obvio—. Tengo entendido que él va a tomar todas las materias, así que Clarividencia no será la excepción.

—Vaya embrollo. —Ella se cruzó de brazos, hacía nada había tenido una conversación no muy agradable con el pelinegro, lo que menos deseaba era entablar otra.

—Eres el único que puede acercarse, al menos de momento.

—Bien —respondió de mala gana con un resoplido.

—Bueno, supongo que nos vemos luego, Diamond.

Unos campanazos retumbaron a lo lejos. Digoro, el profesor de Herbolaria, y Bristol, el líder de la clase Virtuosa, que ese día se hallaban en el podio resguardando a los alumnos, se pusieron de pie e indicaron que las clases estaban próximas a comenzar. Tras aquella breve indicación, ambos desaparecieron en una nube de humo, tal y como habían hecho el día anterior.

Como ya todos conocían las materias, fueron separándose por grupos para asistir a la que les correspondía. La mayoría de sus compañeros de la clase Luchadora partió en dirección al invernadero para la clase de Herbolaria, solo Emerald caminó en dirección contraria, rumbo al salón de Clarividencia.




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