Emerald, la usurpadora del trono [ya En Preventa]

ж Capítulo XXIII: Un vistazo al futuro. ж

Luego de que ambos llegaran a esa resolución, se quedaron en silencio.

Emerald observó un punto exacto de la habitación que alguna vez le perteneció a su padre y trató de imaginar cómo habrán sido los últimos momentos de su vida. Cornellius tuvo que haber planificado todo a detalle, al punto de que nadie sospechara o viera algo.

Ella no tenía muy en claro bajo qué circunstancias el cuerpo de su padre desapareció, ya que, por obvias razones, era un tema que no se tocaba en su familia. Pero sí había oído en más de una ocasión a algunos sirvientes hablar sobre eso cuando creían que nadie los escuchaba.

De un momento a otro, Julian sujetó el diario que ella tenía sobre sus piernas y lo ojeó de manera rápida. Se detuvo tan solo en la profecía y la nota que este dejaba al final.

—Te pide que muestres tu magia ante el resto. ¿Crees que sea prudente hacerlo? —le preguntó con calma, y ella negó con la cabeza.

—La verdad, no. Después de lo que escuchamos de la visión de Eugene, quizás no sea buena idea.

—¿Has leído los otros diarios?

—Apenas terminé el de mi padre. —Un pequeño dolor punzante se hizo presente en su cabeza; estaba agotada, no había dormido nada con tal de acabar pronto.

—Considero que el segundo que debes leer es el de Cuervo. Por lo poco que he visto, hay varias partes que se conectan con las cosas que él escribió.

—No sé cómo sentirme respecto a todo esto. Mi padre hizo un gran sacrificio, dio su vida por nosotros. —Emerald estrujó sus dedos con fuerza. Julian colocó su mano sobre la de ella y la apretó con delicadeza en señal de fortaleza.

—Es lo que un verdadero padre que ama a sus hijos haría.

—Lo sé, pero no por eso deja de ser doloroso.

—Todo saldrá bien —le dijo a medida que colocaba un brazo sobre sus hombros—. Mientras estemos unidos, no nos pasará nada malo.

—Gracias.

Luego de que Julian se aseguró de que ella se encontraba lo suficientemente calmada, decidió salir de la habitación. Ella se despidió de manera cordial y cuando vio que él cruzaba el umbral, caminó hacia el ropero, se puso la ropa de dormir y cambió las sábanas que traían tierra de la noche anterior.

Si quería seguir con su lectura, necesitaba descansar un poco. La amanecida de la noche anterior había hecho mella en su cuerpo. Estaba agotada, los ojos y el cuerpo le dolían.

Se limpió con un poco de agua que aún tenía en el cuenco que estaba frente al espejo y se dispuso a dormir. En cuanto cerró los ojos, comenzó a soñar, y por primera vez en mucho tiempo, las visiones de Marie no la aquejaron.

A la mañana siguiente, se despertó con el cantar de las aves y, tras varios minutos, la puerta de su habitación anunció la llegada de alguien. Se levantó con parsimonia, activó el hechizo y caminó hacia la entrada para poder ver quién era.

—¡Hola, Diamond! —Greyslan sujetaba la tablilla con los nombres de todos los residentes. Al parecer, Emerald se había despertado tarde y no llegó a la lista.

—Lo siento, me quedé dormido —dijo apenada y agachó la cabeza.

—No te preocupes. ¿Te sientes un poco mejor?

—Sí, me encuentro mejor. Voy a alistarme para poder ir al comedor.

—¡Genial! —Greyslan le sonrió y antes de que él pudiera cerrar la puerta, agregó—: Podemos ir juntos, te esperaré acá afuera.

La muchacha le dedicó una sonrisa y volvió a encerrarse dentro de su habitación. Aunque Greyslan asumía que ellos no se daban cuenta, Emerald sabía que desde que el director dio la orden, él los acompañaba a cualquier lado que fueran. Ni siquiera habían podido ir a su lugar especial en el lago porque el profesor era una sombra constante.

—Estoy listo —dijo luego de darse un vistazo rápido en el espejo.

Al salir de la habitación, ambos se fueron en dirección a la escuela. Greyslan le contó algunas anécdotas de cuando era niño. Al estar cerca de las vacaciones, los jardines aledaños a la escuela se llenaban de luciérnagas; la vista que había por la noche era en verdad sublime y se podía apreciar desde cualquier punto de la escuela.

—Suena muy lindo —le dijo ella, aunque no estaba prestando verdadera atención. Lo único que quería era llegar, cumplir con su horario de clases y continuar con su lectura.

—Ya le informamos al padre de Julian que irás a quedarte en Navidia durante las vacaciones, está encantado de recibirte. —Eso le parecía algo imposible a Emerald, el rey Rugbert era todo menos un hombre expresivo—. Él fue un gran amigo de Cornellius e incluso fue tu padrino de nacimiento.

—¿Mi padrino? —preguntó, deteniéndose de golpe.

—Sí, ¿tu madre nunca te lo comentó? —Greyslan se mostraba tan sorprendido como ella.

—No, jamás me dijo que tenía un padrino. A decir verdad, nunca ha hablado demasiado acerca de sus años en la escuela.

—Bueno, Agatha y Rugbert nunca se han llevado demasiado bien —dijo él, nervioso al entender que tal vez no debió haberlo dicho—. Recuerdo que cuando eran jóvenes discutían bastante.

—Greyslan, ¿puedo preguntarte algo?

—¡Desde luego!

—Mi madre me comentó alguna vez sobre un tal Lideo. ¿Qué hace hoy en día? — mintió ella, quería saber qué fue del otro amigo que su padre mencionaba.

—Ah, Lideo... —respondió Greyslan mientras le dedicaba una atenta mirada—. Murió hace ya varios años, no llegó a ser un adulto. Él era de la clase Hechicera. Al terminar la escuela, fue uno de los primeros en aplicar a la brigada de reconocimiento, pero en una de esas misiones... pues, las cosas no salieron muy bien y murió.

—Ya veo. —Las noticias eran desalentadoras. Emerald de alguna manera había esperado que Greyslan le diera más luces acerca de esta persona.

—Es un poco raro que Agatha no te hablara de Rugbert pero sí de Lideo.

—Supongo que es como dices, no le agradaba demasiado el padre de Julian.

El profesor no añadió nada más a aquella conversación, se había quedado callado de golpe. Ella no sabía qué tan cercanos pudieron haber sido ellos dos, pero la expresión que él tenía en el rostro le indicaba que no estaba siendo del todo sincero.




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