En las fiestas decembrinas, mientras en la televisión se repetía aquella pegajosa tonadilla al carismático ritmo de las campanillas, la familia celebraba con alegría la llegada de un nuevo año.
No eran más de las 10 de la noche, en ese momento Xochitl jugaba junto a sus primos con las brillantes bengalas, la iluminación de la barita daba un brillo que parecía casi mágico, Xochitl solía imaginar que, si las hadas existían, deben verse iluminadas de esta manera, con muchos destellos a su alrededor.
— Xochitl, — llamo su madre mientras salía de la puerta al jardín — ¿Puedes ir con la señora Cata antes de que cierre? Faltaron algunas cosas para la cena — al acercarse revolvió con dulzura el cabello de su pequeña y le entrego una hoja de papel con la lista de lo que debía traer de la tienda.
— Agh, ¿Por qué tengo que ir yo? — se quejó, haciendo un pequeño puchero
— Por qué, — explico su madre tomándolo de los hombros — este año nuevo tus tíos, tías y primos son los invitados en nuestra casa y como invitados, tenemos que atenderlos con total educación.
Tras una sonrisa, la mujer peino los largos y lacios cabellos de la niña, beso su frente y le dio un beso en la frente.
— Ten cuidado y ven directo a la casa, no te distraigas.
La pequeña tienda de doña cata, no estaba muy lejos de donde vivía Xochitl, solo a dos calles derecho y luego tienes que ir a la izquierda para llegar a la tienda de la esquina de la señora Cata. En esas vacaciones de invierno solía ser común que las familias se juntaran para festejar en harmonía y, por lo tanto, solía ver algunos extraños en el vecindario que normalmente era tranquilo y monótono.
Conforme Xochitl caminaba esa oscura noche de navidad, pateaba una piedra mientras escuchaba el ruido de las bocinas en los patíos traseros de los vecinos, y las detonaciones de los cohetes que de vez en cuando aparecían junto a las risas de los niños. Pero había algo inquietante en aquel camino que Xochitl solía recorrer con frecuencia, esa noche estaba vacío.
La niña llego a la tienda sin decir mucho, tomo las cosas de la lista y se paró frente al mostrador, esperando a la vieja señora Cata que siempre caminaba arrastrando los pies. A pesar de su aspecto avejentado y sus pasos lentos, la señora Cata era una vieja avariciosa, solo ella abriría la tienda en víspera de año nuevo hasta media noche, lo haría todo el tiempo con tal de tener más billetes, no le bastaba con tener la casa más grande del barrio, siempre quería más.
— Que tenga un buen inicio de año — sonrío, antes de tomar su bolsa del mandado y caminar afuera de la tienda.
No había sentido el frio hasta ese momento, se abrazó a su sudadera carmesí soltando un suspiro y volvió por su camino, no fue hasta que noto que los vecinos habían cerrado la calle con dos camionetas para seguir la fiesta en la calle, Xochitl miro a sus vecinos bailar y juguetear con sonrisas, es la emoción por un año nuevo lo que lleva a los adultos a tomar esta decisión o quizás sea el alcohol en su sangre.
Es debido a esto que decidió tomar otro camino, no era la primera vez que lo hacía, después de todo, Xochitl tenía 13 años viviendo en ese vecindario y se consideraba una experta en él. El camino era más largo mas no le importó, camino en esa fría y oscura noche hasta escuchar como el sonido de la música se hacía cada vez mas lejano.
No tardo en notar que algo estaba raro, empezó a sentir una extraña presión en el pecho conforme caminaba, suspiró con pesadez, volteaba de izquierda a derecha buscando algo, las casas de esa calle se miraban vacías, sus adornos de navidad parecían apagados, busco refugio en los postes de luz que iluminaban la calle, fue entonces que escucho pasos detrás de ella.
Volteó con rapidez, el corazón casi se le salía del pecho.
— ¿Hola? — preguntó en su paranoia.
Sin embargo, a pesar de que Xochitl tenía la sensación de que algo no estaba bien, ignoraba por completo que algo o alguien, la seguía desde hace bastante tiempo. Por supuesto, ella no tenía idea que su suéter carmesí podía meterla en problemas, en realidad era ajena a la idea de que, a los lobos les gusta el color rojo. Tal vez, si esa pequeña niña lo hubiera sabido, se negaría a utilizar dicho color, pero, mientras se encontraba congelada por el miedo de tener aquellos brillantes ojos consumiéndola.
Debo admitir que descubrí, que, si lo ponemos en perspectiva, los gritos de una niña no son tan fuerte como las bocinas de un barrio en una fiesta decembrina.