I Había una vez una niña
Cuando se trata de encajar en un grupo el ser humano tiende a perderse en un laberinto de espejos en donde ve todas las versiones de si mismo que se ha montado por encajar, algunas le gustan, representan la mejor parte de su ser, por el contrario, hay otras que le gustaría mantener en el olvido. Es increíble pero sumamente cierto que a veces el gran deseo por “pertenecer” puede llevar el humano convertirse en alguien que no es. El ser humano es un ser social que a veces olvida su personalidad individual.
Esa mañana de enero en la cual se respiraba un fresco aire de novedad, una noticia había inundado la televisión con la terrible historia de una pequeña de 13 años que despareció en un barrio normalmente tranquilo.
Es cerca de la casa de tu madre — menciono el padre de la familia mientras mantenía la vista fija en el televisor.
La madre, quien caminaba con prisa de un lado a otro mientras se ponía las zapatillas, se detuvo un momento para prestar atención a la foto de la niña en la televisión.
— Dios mío, — musitó — es la hija de Sagrado. — un puñal atravesó su pecho, empatizando con la situación de la otra madre, en su mente recorría la frase “pudo ser mi hija”. — Emma, si te vas a quedar con tu abuela el fin de semana ten mucho cuidado por favor.
Volteo la mirada a la distraída adolescente que parecía mostrar más preocupación por su reflejo en el espejo. La madre, molesta le quito el pequeño espejo de la mano y con una mirada amenazante regañó.
— Emma, pon atención, ¿Qué se supone que estas haciendo? — Tomo su barbilla para examinar el rostro de su hija, notando unas largas y maquilladas pestañas — en cuanto entres a la escuela, la prefecta te devolverá a directo a casa, y, por si fuera poco, me llamara para quejarse — Soltó la barbilla de su hija y se cruzo de brazos.
Minerva, la madre de Emma, era una docente de primaria que tenía años trabajando, en una ciudad tan pequeño, es normal que los maestros conozcan a sus compañeros y mantengan comunicación. En este caso, tampoco ayudaba que Iván, su padre, impartiera clases en la universidad local, era frecuente que cualquier queja dentro de la escuela llegara a oídos de sus padres.
Emma sabía esto, tenía años siendo la única hija de Minerva e Iván dentro de la escuela, pocas veces era reconocida por otros aspectos que no fueran ser “la hija de la maestra”, en algunas ocasiones, ella hubiera preferido tener un hermano con quien compartir la sentencia, pero a pesar de que lo pidió en repetidas ocasiones, el tener un segundo hijo no estaba en los planes del matrimonio.
— Soló estoy probando un estilo nuevo mamá — Dijo mientras levantaba sus platos en la loza. Su madre la examino nuevamente — ¿Y esos calentadores?
— Es la moda — se defendía la menor
— No eh visto a nadie con ellos.
— La moda no se sigue, se impone — respondió con una sonrisa arrogante que solía ponerle los nervios de punta a su madre.
Emma se despidió de sus padres y salió por la puerta dando pequeños saltitos, el año anterior Emma había tenido algunos problemas, pero este año iba a la escuela decidida a ser alguien nuevo, con una nueva actitud y personalidad que se había inventado las últimas dos semanas.
Su mente estaba muy concentrada en el nuevo evento de la semana, la fiesta de cumpleaños de Isabella, su amiga de toda su corta vida iba cumplir la gran cifra de 14 años. Emocionada, imaginaba miles de situaciones en las que Isabella se emocionaría por el regalo que Emma le daría. Había ahorrado durante meses para darle el mejor obsequio que alguien recibiría, junto el suficiente dinero para encontrar el brazalete de amistad más hermoso de la vida, incluso paso hambre en los recesos por 2 meses y ayudo a su abuela a limpiar su porche durante semanas.
Emma creía que, si alguien era importante para ti, harías cualquier cosa por demostrarlo.
Perdida en su emoción, por poco ignora que había llegado a la esquina de Ian, Ian Marino, quien la esperaba siempre con la vista en su celular, pero no estaba solo, su hermano mayor estaba ahí.
Al igual que Isabelle, Ian era uno de los mejores amigos de Emma, hacían todos juntos; iban a la escuela, todas las mañanas se encontraban en la esquina cuando la luz roja del semáforo iluminaba la calle, todas las tardes Emma regresaba de la escuela junto Ian y decidían en que casa pasarían la tarde. Iban en la misma clase, hacían las tareas juntos, si uno de los dos había cometido una tontería, el otro lo sabría, eran como hermanos, peor, eran casi gemelos, de la misma edad, el mismo barrio, cursaron toda la primaria juntos, no tenían secretos.
Emma era incapaz de admitir que desde hace tiempo desarrollo un “crush” en el hermano mayor de Ian, Oliver.
Oliver era alto, amigable y bueno con Emma en todo el momento. ella mantenía su “amor” en secreto porque era vergonzoso y sabía que no tenia oportunidad, Oliver era mayor que ellos, iba en preparatoria y una vez la vio escupir leche por la nariz. Además, era bastante obvio que Oliver, la miraba como una hermanita.
Sin embargo, el motivo más grande por lo que ocultaba sus sentimientos era que Ian jamás la dejaría de molestar por algo tan absurdo, imaginarlo contener la carcajada cuando le cuente su secreto era molesto y solía ponerle los pelos de punta.
— Vienes tarde, ¿Tu propósito de año nuevo no fue llegar temprano a la escuela? — Ian la esperaba con los brazos cruzados.
— Nunca dije que ese seria mi propósito, desperdiciaría mi deseo — se defendió Emma, levantando el mentón con orgullo.
— Los propósitos de año nuevo no son deseos — Negó con su cabeza.
— Yo estoy casi seguro que pueden ser deseos — Oliver se unió a la conversación, acariciando el cabello de ambos chicos —. Como los deseos de cumpleaños, están ahí para dar esperanza.
Emma le saco la lengua a Ian de manera divertida y este respondió con un leve golpe en el brazo.