Jenna
Mi vida siempre se ha regido bajo las normas de mi padre. Un hombre frío que lo único que le importa es su empresa y dinero. Me acostumbré a crecer con niñeras. Mi madre murió al nacer y esas fueron unas de las razones por la cual mi padre no era capaz de mirarme, ya que era muy parecida a ella.
Me concentré en mis estudios y en demostrarle que era la mejor. Pero para él, nada le bastaba. Por más esfuerzos que hiciera jamás era suficiente para él. Ni cuando empezó a enfermar dejó de ser una persona fría. Al contrario, no dejaba que nadie se le acercara, ni su propia hija.
La sorpresa más grande fue cuando me informó que debía casarme con su nuevo socio. Al cual adquirirá su empresa y de paso a su hija. Pero por más que ya era profesional y mayor de edad, jamás le dije que no a mi padre.
Semanas después me casé con un completo extraño. Aunque su aspecto físico era demasiado guapo, tenía la misma mirada fría de mi padre. Vivíamos en su ático, y jamás me toco o beso. Ni siquiera el día de la boda, al cual solo estábamos nosotros dos, mi padre y el abogado de cada uno. Me sentí como si se realizara una transición y no mi matrimonio.
Lo bueno es que yo tenía mi propio espacio. Él jamás estaba, solo se la pasaba viajando, estando pendientes de su empresa o la de mi padre. Así que podía respirar tranquila y tener un poco más de libertad de lo que tuve alguna vez en mi vida.
Pocos meses después mi padre murió. Tenía una fuerte enfermedad del corazón y un día no resistió más. Fue un momento duro en mi vida, aunque no tenía relación con mi padre y jamás una cercanía, él era mi padre. Me sorprendió mucho cuando Jasón, mi esposo, se acercó a abrazarme mientras lloraba frente a la tumba.
Por un breve momento sentí paz.
Después del entierro de mi padre, todo volvió a la misma rutina. Mi esposo desaparecía desde que amanecía y no llegaba hasta tarde en las noches, solo se enfocaba en la empresa que le dejó mi padre, y yo en un apartamento vacío.
Ahora estoy frente a la puerta de su estudio con mis manos sudando de los nervios que tengo. Los únicos días que permanecía en casa eran los domingos, y se encerraba en su estudio con algunas personas. Como hoy, sabía que sus abogados estaban con él. Toco la puerta y escucho un pase, con mis manos temblando abro para recibir las miradas de todos los presentes.
―Dis...culpa, quisiera hablar contigo― Digo en un pequeño susurro, mi voz tiembla y solo consigo bajar la mirada al ver la mirada burlona de uno de sus abogados.
― ¿Qué sucede? ― Me contesta Jasón en tono neutro.
―Quisiera que pudiéramos hablar en privado― Digo, pero esta vez un poco más alto.
―Ahora que termine, iré a buscarte― Hace una pausa y me mira detenidamente. –Esta noche cenaremos juntos y podremos hablar― Dice cortante para bajar la vista a su portátil. Asiento y salgo disparada de su oficina cerrando la puerta detrás de mí. Respiro profundo y siento como el aire llega de nuevo a mi sistema. Cuando iba a retirarme escucho como sus amigos se burlan de mí.
― ¿Oye, hasta cuando vas a tener esa carga? ― Escucho uno de sus abogados y amigo. Siempre he sentido que ese hombre me odia y no sé por qué.
―No es una carga, es mi esposa― Dice Jasón haciendo acelerar mi corazón.
―El viejo ya está muerto, ya te entregó la empresa que tanto querías. Es hora que dejes tu camino libre y te deshagas de ese estorbo― Cierro mis ojos, sintiéndome mal por sus palabras.
―Ten cuidado de cómo te diriges a ella― Abro de inmediato mis ojos y siento una parte de felicidad al escuchar cómo me defiende.
― ¡Vamos viejo! Esa mujer es un estorbo, no sirve para nada y ni siquiera hermosa es...― Es interrumpido por un fuerte golpe. Me asusto y mi corazón se acelera más fuerte.
― ¡Ten cuidado por dónde vas! Que sea la última vez que te metes en mi vida privada – se escucha un silencio. –Lo que haga con ella no es asunto tuyo, te pago para que opines y hagas lo que tengas que hacer a base de mi empresa y no de mi vida privada― vuelve el silencio y salgo corriendo hacia mi habitación con el corazón acelerado.
Me miro al espejo y veo mi aspecto. Aunque me duelen las palabras que ha dicho su amigo, él tiene la razón. Solo soy un estorbo, nunca he trabajado y siempre he sido mantenida por mi padre y ahora por mi esposo. Aunque lo he tenido todo, jamás tuve amigos, nadie se ha preocupado por mí. Solo los empleados de servicio han sido lo único que he tenido de cercanía. No soy hermosa, mi cabello es una maraña que no se sabe si es liso o crespo, utilizo anteojos desde los 10 años y mi único refugio ha sido la comida. Así que tengo unos cuantos kilos de más. Me visto con ropa holgada y como ha dicho más de una vez su amigo murmura como una viejita. Caigo de rodillas y empiezo a llorar, de nuevo siento que no pertenezco a este mundo.
Estoy sentada en el comedor hace 15 minutos esperando a que mi esposo aparezca. Tengo los nervios a flor de piel y el hambre aparece con más descontrol. Empiezo a jugar con mis manos desesperadas, reteniendo el impulso de devorar toda la comida.
Me congelo cuando escucho la puerta del estudio de mi esposo abrirse y dar unos pasos. Bajo la mirada, cuando siento que mi esposo se ha sentado a mi lado, estamos en un sumergido silencio y al ver que yo no soy capaz de hablar o hacer algún paso, toma mi plato y empieza a servir mi cena y después sirve la de él. Al poner mi plato enfrente mío, comienzo a observar la comida y me doy cuenta de que los nervios han quitado mi apetito. Ahora no siento la necesidad de devorar todo, ahora lo que siento es la necesidad de vomitar todo lo que he comido en el día.
― ¿Te sientes bien? ― Dejo de respirar cuando sentí la mano de Jasón sobre la mía. –Estás temblando y tienes la mano fría ¿Quieres que llame a un médico? ― No soy capaz de contestar y cuando siento que él se levanta.
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Editado: 06.09.2024