En Busca de Cielos Azules

Comenzó con un Bang

En la taberna dijeron que podía encontrar información.

Vaya, cliché… Me quejaría de él si no diera resultado cada vez que lo pongo a prueba. Aún nos queda encontrar una ciudad de algún continente dentro de un planeta en el que el cantinero no sepa los más oscuros secretos de los lugareños.

Me sorprende que el Cónclave no haya cerrado estos establecimientos. Si yo (aún) formara parte de ellos, creería que embrutecer a la población no vale el riesgo de que se filtren los secretos que más les duelan.

En este caso, me costó trescientas piezas de plata saber que el alcalde y unos tipos de mala monta estaban lucrando con la materia gris del planeta, escarbándola ellos mismos para venderla sin necesidad de un intermediario. Suena como un sueño, ¿no? El pequeño empresario prosperando en medio de un infierno que compartía con el resto de los planetas del sistema. Eso no estaría mal si no fuera por el hecho de que no le paga a la mano de trabajo pues son todos esclavos y están en un peligro constante de morir por la fatiga o por los disparos de los ayudantes del alcalde.

— No es nuestro problema — hace eco a mis pensamientos el hombre a mi izquierda, su gruesa voz traiciona su caricaturesca apariencia pues apenas mide un metro de altura, carece de brazos, sólo usa un par de botas en un par de piernas que ni siquiera sé si existan, ah, y su cuerpo es un huevo que también funciona como su cabeza para sus exageradas facciones.

Viene del planeta Endhog. Orgulloso veterano de las guerras de los Pilares. No sé su nombre y es mayor que yo, pero insiste en que lo llame Cabo Huevo.

— Lo es si queremos esa materia, Cabo — agregué mientras le daba un sorbo al güisqui espacial (demonios, cómo odio la falta de creatividad humana) — Nos tomará otros cinco días llegar a la próxima mina y esa sí está vigilada por miembros del Cónclave.

— Lo sé, pero detesto que siempre hagas esto.

— ¿Qué?

— ¡Un día harás que nos maten por tu maldito intento de heroísmo!

— No se trata de eso.

— ¡Siempre se trata de eso, hijo! ¡Con un demonio! ¡Digo que nos arriesguemos en la mina de Tebih y allá veremos qué hacer!

— ¡No tenemos el combustible! — dije ya un tanto exasperado por el tono que el trataba de imponer — Si vamos a Nutup podremos reabastecernos, tomar lo que le debemos a esa bola gas, y salir antes de que se den cuenta que les faltan algunos metros redondos de combustible.

— Y rescatar a algunos de los trabajadores, ¿verdad?

No podía mentir:

— Si se presenta la oportunidad…

— ¡Lo sabía!

— ¡No tienes que hacer un escándalo aquí!

— ¡Haré un escándalo donde quiera porque tú harás que nos ma-!

No sólo nuestra conversación fue silenciada. La música en vivo de una banda de cinco instrumentos tocados por un solo octópodo se detuvo, al igual que la plática del día de los trabajadores de la mesa frente a nosotros, los desvaríos del ebrio peludo de dos metros que se había desplomado en la mesa junto a la entrada, y otras tantas conversaciones que mis peludas orejas podían captar. Todo ello a causa de las puertas del local abriéndose de par en par, pero es no fue lo que causó que el silencio abrumador en aquella taberna, no, la razón fue el repique de cinco pares de espuelas que hicieron eco en todo el lugar. Todos confirmamos lo que más temíamos: los recién llegados estaban cubiertos por un traje rojo que los cubría de pies a cabeza, era claro que por su fisionomía estaban compuestos de diferentes especies, pero no se podía ver el rostro de ninguno detrás de la máscara negra que parodiaban rasgos básicos del ser al que adoraban. Encima de ellos una capucha ocultaba dichos rasgos; se creía que nadie que no se haya entregado por completo a la causa debía de ver el rostro del objeto de su veneración. Todos portaban armas de combate cuerpo a cuerpo al igual que de distancia, y si bien no era raro que todos (incluidos los ahí presentes) lleváramos algo con qué defendernos se creía que nadie podía hacerles frente a estos “vicarios”.

La tensión podía sentirse en el aire cuando entraron blandiendo sus armas y parecían observar a todos los presentes, como si buscaran a alguien a quien hundirle la cabeza con ese mazo de energía o a quien dispararle metal fundido con ese rifle.

Nada indicaba una inspección de rutina y ya se me había comentado que esta ciudad, debido a lo pequeña y apartada que estaba, no se encontraba bajo la “jurisdicción” del Cónclave, pero, como siempre, si ellos estaban aquí significaba que la ciudad ya era suya.



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En el texto hay: aventura, exploracion, cultos religiosos

Editado: 05.04.2019

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