En Busca de Respuestas(#2 de la saga "Misterio Familiar")

Capítulo Cuatro

Antonio

Conduzco lo más rápido que puedo para llegar lo antes posible a casa. No quería creer lo que Rosa me dijo hace ya más de dos semanas. Hasta que hoy en la mañana recibí imágenes de mis amigos atados en diferentes camas. Lo extraño es que no mostraban signo alguno de que hayan recibidos torturas.

Extraño.

Mi celular vibra anunciándome una llamada. He de suponer que se trata de mi esposa. No sé, hasta que me detengo en el semáforo que está en rojo. Como me lo esperé, es de Rosa.

— ¿Ya estás cerca? —pregunta ella una vez contesto la llamada.

—Estoy a un par de calles —digo colocando el teléfono en el porta vasos y en alta voz.

—Apresúrate.

— ¿Qué es lo que sabes? —pregunto comenzando a avanzar.

—Ya sabe que estamos aquí, en Estados Unidos. Pero lo que no sabe es en qué Estado estamos viviendo.

— ¿Qué más?

—Parece que, con tener a nuestros amigos de rehenes, cederemos a lo que él nos está pidiendo —hace una pausa—. ¿Será que se haya dado cuenta de…?

—No lo creo —la interrumpo—. De ser así, ya supiera de nuestro paradero y hubiese venido semanas atrás por nosotros y no por los demás.

—Cierto —suspira—. Te esperaré afuera.

—Vale —digo. Ella finaliza la llamada.

Ha pasado más de un mes en el que nos fuimos de Nicaragua. Más de un mes en el que perdí a muchas personas que quería demasiado.

Maldito de Ricardo que, de haberte matado hace más de diez años, todo transcurriría normal. Maldigo el día en que no acabe con tu miserable vida.

Estaciono el auto dentro del garaje. Bajo de éste y me adentro en la casa dirigiéndome directo a la cocina. Rosa está preparando el almuerzo. Me siento en una de las sillas del gran comedor.

—Robert vendrá más tarde —dice sin despejar su vista de la cocina—. Me llamo segundos después de haber hablado contigo.

— ¿Qué dijo?

—Tiene muchas cosas que decirnos —voltea a verme—. Dice que lo que nos dirá no serán cosas buenas. Intuyo que se tratará de unas advertencias.

—Conociéndolo bien —llevo mi pulgar y mi dedo índice al tabique de mi nariz—. Más creo que se traten de advertencias. Él siempre ha estado preocupado de nuestro bienestar, mejor dicho, de tú bienestar.

—No seas idiota. Es de ambos —se encoje de hombros—. Después de todo, tú te encargaste de salvar la vida de él y su familia.

—Lo que casi me costó la vida.

—Entonces no seas un idiota pensando en que solo vela por mi bienestar.

—Me avisas cuando esté el almuerzo —digo poniéndome de pie para dirigirme a la sala.

Me siento en el sofá y prendo el televisor. Estoy exhausto. Pensar en cómo escapar de esta persona si llega a descubrir donde estamos viviendo me tiene con un fuerte dolor de cabeza.

Debo conseguir dónde se está alojando. Debo también buscar la manera en la que recuperar a mis amigos. De Ricardo me puedo encargar en otra ocasión.

Cierro mis ojos. Tantas cosas que tengo que hacer que no sé ni por dónde empezar. Pero pocos minutos más tarde me quedo profundamente dormido.

***

Abro mis ojos y parpadeo varias veces para acomodar mis ojos con la luz solar. No sé por cuánto tiempo me he dormido. Trato de levantarme, pero no puedo porque mi cuerpo está atado a una silla. Todo mi cuerpo está atado.

Estoy en lo que se supone debería ser una habitación, pero ésta está hecha un desastre. Como si un terremoto ha destruido esto. Las paredes están rasgadas y mugrientas. La única ventana, por donde entra la luz del sol, está deteriorada y sus vidrios rotos.

Me siento débil. Intentar desatarme me cuesta demasiado. Siento pesado mis brazos. Mis pies apenas y puedo moverlos. Necesito de agua, siento mi boca seca, como si de varios días sin beber agua se tratase.

— ¿En qué momento he llegado aquí? —carraspeo cada palabra. Estoy muy sediento.

Hago nuevamente mi recorrido por la habitación. La puerta se abre y tres personas entran, dos con armas en mano. Uno lleva una máscara. Mierda.

—Al fin estáis despierto, Antonio —dice quien lleva puesta la máscara.

No logro reconocer su voz. Una voz bastante gruesa. Su acento español se me es familiar. Busco en mis recuerdos, pero no logro reconocer esa maldita voz. Sé que no es Ricardo, porque su voz es menos gruesa que la de esta persona.

— ¿Tratando de recordarme? —pregunta ladeando un poco la cabeza.

—No sé quién eres. No sé por qué estás haciéndome todo esto —apenas logro decir.

—Daros un poco agua —ordena. Uno de ellos coge una botella de agua que estaba tras de él para luego colocarla en mi boca y así darme el agua. Apenas pasa por mi garganta, siendo que va quemándome.

— ¿Qué quieres de mí? —pregunto luego de haber bebido el agua.

—Vuestra muerte —dice y levanta la máscara exponiendo su rostro.



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En el texto hay: suspenso, secuestros, misterio y mas

Editado: 06.05.2020

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