En Busca de un Santuario de Serenidad

Capítulo 5 : Sinceridad Bajo la Superficie

Los días transcurrían con una lentitud casi meditativa, cada instante siendo una pieza de un rompecabezas que me esforzaba por completar. Mi determinación seguía inquebrantable, empujándome a navegar con cautela por el laberinto emocional que representaba la conquista de Elena. Comprendía que los enfoques superficiales no serían suficientes; para penetrar la fortaleza de sus sentimientos, debía invertir mi ser, manteniendo al mismo tiempo una estrategia sutil y calculada.

Comencé observando a Elena desde la distancia, capturando en mi mente los detalles de sus hábitos, los matices de sus preferencias, las sutilezas que la hacían una mujer diferente. Descubrí que solía refugiarse en un café tranquilo, un santuario donde parecía encontrar una evasión del tumulto de la vida universitaria. Decidido a no parecer intrusivo, opté por frecuentar ese lugar, mimetizándome con el entorno.

Una tarde, mientras ella estaba absorta en la lectura de un libro, con una taza de café humeante a su lado, me acerqué con una seguridad medida pero auténtica. En lugar de sentarme directamente a su mesa, escogí una mesa vecina, lo suficientemente cerca para ser accesible, pero a una distancia prudente que respetara su espacio personal.

Saqué un libro de mi bolso y fingí sumergirme en él, lanzando miradas furtivas en su dirección de manera periódica. Mi objetivo era claro: captar su atención sin imponer un encuentro. Después de un cuarto de hora en ese discreto juego, Elena levantó la vista de su libro y cruzó su mirada con la mía. Le dediqué una sonrisa cortés antes de volver a mi lectura, como si su presencia no fuera más que una feliz coincidencia.

—¿Vienes a menudo aquí, verdad? —me oí decir tras un breve silencio.

Ella alzó una ceja, sorprendida pero curiosa.

—Sí, ¿y qué?

—Yo también vengo con frecuencia. Encuentro este lugar apacible —respondí con una estudiada indiferencia.

Dudó por un instante antes de encogerse de hombros.

—Vine aquí para leer en paz. No tengo muchas ganas de conversar.

—Lo entiendo. La tranquilidad tiene su encanto.

Hice una pausa, añadiendo con un toque de curiosidad:

—¿Qué estás leyendo?

Vaciló un momento antes de tenderme el libro, un ejemplar de literatura clásica.

Los Miserables. Es como un retorno a mis raíces.

Tomé el libro entre mis manos, examinando la portada con fingida atención. En realidad, el contenido me importaba poco; lo que me animaba era la oportunidad de captar su interés.

—Es un clásico, sin duda. ¿Qué es lo que más te atrae de este libro?

Pareció sorprendida por mi pregunta, pero tras una breve vacilación, respondió con una sinceridad desarmante:

—La historia de la redención, supongo. Es fascinante ver cómo las personas pueden cambiar y reconstruirse a pesar de los errores que las han marcado.

Sonreí, tocado por la profundidad de su respuesta.

—¿Crees que las personas realmente tienen la capacidad de cambiar, incluso después de cometer errores graves?

Me miró, ligeramente desconcertada pero intrigada.

—Creo que es posible. Pero suele ser muy difícil. Todos tenemos cicatrices, y a veces debemos aceptarlas antes de poder avanzar.

Asentí, sintiendo que entre nosotros nacía un vínculo tenue a través de ese simple intercambio.

—Tienes razón. A veces, necesitamos a alguien que nos ayude a seguir adelante o que nos recuerde quiénes somos en realidad.

Se instaló un breve silencio entre nosotros, como una burbuja frágil de tranquilidad. Luego, con un leve suspiro, ella volvió a su lectura, sumergiéndose nuevamente en las páginas de su libro. Pero algo había cambiado.

La observé discretamente, con el corazón latiendo un poco más rápido, consciente de haber dado un paso importante. No se trataba solo de una conversación sobre un libro; era una apertura, una fisura en la coraza que ella había construido con tanto cuidado.

Un sentimiento de satisfacción mezclado con una dulce emoción ascendió en mí. Esa pequeña victoria, por insignificante que pudiera parecer, era un paso hacia un objetivo mayor, una puerta entreabierta hacia su mundo interior. Verla así, vulnerable y sincera, me daba la impresión de estar ganando, de acercarme a mi propósito.

Los días siguientes, continué visitando el café, procurando integrarme en el ambiente sin ser demasiado invasivo. Cada vez que la veía, iniciaba una conversación ligera pero significativa, mostrando un interés genuino en sus respuestas. Compartía anécdotas de mi propia vida, esperando que resonaran con las suyas.

Un día, mientras hablaba de su amor por la música clásica, decidí revelar una parte de mi pasado, o al menos, hacerle creer que lo hacía. Con un toque de nostalgia fingida, me abrí a ella de una manera calculada, con la esperanza de tejer un vínculo más íntimo.

—¿Sabes? Cuando era más joven, soñaba con ser músico. Tomé clases de piano durante años, pero al final lo abandoné, atrapado por las distracciones y las superficialidades de la vida universitaria.

Ella me miró, sorprendida por la confesión, creyendo en la sinceridad de mis palabras.

—¿Por qué abandonaste tu sueño? —preguntó, con una curiosidad auténtica.

Hice una pausa, como si buscara las palabras adecuadas, antes de responder con un suspiro estudiado.

—Quizás tenía miedo de no estar a la altura, o tal vez me dejé llevar por cosas menos importantes. A veces, lamento esa decisión, pero así es como se desenvuelve la vida.

Pareció reflexionar un momento antes de murmurar, casi para sí misma:

—A veces olvidamos lo que realmente importa en la vida. Nos perdemos en cosas superficiales.

Esa conversación nos acercó, sus defensas se resquebrajaban poco a poco. Elena se mostraba más abierta, sus respuestas eran más largas, sus miradas más frecuentes.

Una tarde, cuando el café estaba casi vacío, me hizo una pregunta inesperada.

—¿Por qué insistes en tratar de conocerme, Bastien? ¿Qué es lo que realmente buscas?




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